Manos quemadas

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La fotografía de aquellas manos era impresionante. Manos quemadas.

Todos los dedos estaban quemados por la parte de arriba, en aquel tramo de piel de donde se toman las huellas dactilares que se usan para identificar las personas. No era un accidente, no era una tortura, sino que era una terrible estrategia para que la policía no pudiera identificar a aquellos emigrantes que intentaban pasar por el túnel de Calais hacia el Reino Unido. Ellos mismos con un hierro al rojo vivo habían desfigurado las suyas. Seguramente, pensaban que era mejor intentar vivir en el Reino Unido con una parte de las manos deshechas, que en Siria con las manos normales.

Intenta por unos breves momentos identificarte con una de aquellas personas que han eliminado con fuego las señales de identidad. Dejando de lado el terrible dolor físico, pregúntate cómo se puede sentir interiormente un ser humano . ¿Qué sentimientos, qué angustias, miedos e incertidumbres? ¿Qué debe de pensar sobre esta «tierra prometida», sobre la gente que la habita, los hombres y las mujeres, los niños, la policía y los trabajadores de los camiones?

Seguramente en su memoria está el recuerdo de su niñez en un barrio o en un pueblo de Siria o de Libia. Los padres, los hermanos, las celebraciones religiosas y populares, la escuela… hasta que llegaron las bombas, los cañonazos, los pelotones de soldados y huyeron sin destino. Hoy, juntos, mañana cada cual donde pueda. Hambre, miseria, explotación, la travesía en el mar, etc. Y ahora aquí, en tierra, esperando una oportunidad, sin papeles, con los interrogantes más oscuros sobre sus seres queridos, seguramente muchos de ellos muertos por la guerra, las fugas, las mafias…
Pongámonos en su lugar e intentemos comprender con sentimientos profundos qué personas son estas y qué han hecho para ser maltratadas de esta manera. No, no giremos ahora la cara, para volver a nuestras rutinas. Al contrario, miremos atentamente a nuestro corazón, a la dignidad de los hijos e hijas de Dios, y hagámonos la pregunta: Y yo ¿qué puedo hacer por ellos? Y yo ¿qué puedo hacer para cambiar esta sociedad, este mundo tan cruel y terrorista?

Por favor, no te digas que no puedes hacer nada. ¿Tan condicionado estás por dentro y por fuera que no puedes hacer nada? Es falso, y perdona que te lo diga, que no puedes hacer nada. Puedes liberarte interior y exteriormente, puedes buscar relaciones que sientan la urgencia del momento histórico, puedes pagar un diezmo, un impuesto personal y voluntario (que no una limosna, porque el dinero que te sobran no es tuyo) a favor de la gente que lucha por la justicia y la paz, puedes no volver la espalda, participar, rogar, escribir, hablar, leer, protestar, relacionarte… Muchas pequeñas aportaciones de vida y de esfuerzo, cuando se juntan, hacen una fuerza notable.

Por Dios, sí que puedes. Recuerda a la viejecita que Jesús observó en el templo. Ella dio más con su pequeña moneda que los ricos y opulentos, creídos y protagonistas, con los dineros que les sobraban.

Jesús Renau sj