La vida es el arte del encuentro II

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Campo de trabajo Hoyo de Manzanares 2017

Cambiamos de gentes, pero no de lema. Hacía mucho tiempo que deseábamos ofrecer esta experiencia de campo de trabajo, para jóvenes mayores de 17 años. Después de mucho buscar y dialogar, un grupito confirmaba su asistencia. Aunque eran pocos, desde el primer momento, se manifestaron animados y «dispuestos a todo».

Previamente habíamos buscado un lugar «céntrico» donde poder realizar un servicio de voluntariado. Decimos céntrico… para facilitar la asistencia de los participantes, que llegaron desde Porriño, Jerez de la Frontera, Petrer, Zaragoza y Villanueva de la Serena. Como veis, pocos… pero muy «variados». Los hermanos de la Cruz Blanca de Torrelodones (cerca de Hoyo) nos abrieron las puertas de su «Casa Familiar San Francisco de Asís». La tarea que se nos encomendó: estar, acompañar, conversar con los residentes «personas con discapacidad intelectual y envejecimiento prematuro». Pronto ese título dejó de ser tan frío y se llenó de nombres. Algo tiene el ENCUENTRO con las personas diferentes que enriquece y alegra tanto. Desde que dejábamos el autobús hasta la residencia, teníamos que recorrer un trecho, 20-25 minutos caminando bajo el sol de julio. Pero a partir del segundo día, cuando ya sabíamos que la sonrisa de la gente compensaba el esfuerzo, no hubo ni una queja. Cada mañana nos esperaban para hacer manualidades, charlar, cantar… Poco a poco, los jóvenes fueron ofreciendo otras posibilidades, así que también hubo taller de sevillanas, baile de verbena y una fiesta final en la que los residentes disfrutaron de lo lindo.
Por las tardes, continuábamos trabajando en otro escenario. ¿Recordáis el albergue de la finca, que solemos utilizar en los encuentros y celebraciones? Estuvimos rascando y pintando las paredes. No ha quedado perfecto, pero fue una satisfacción verlo mejorado y, sobre todo, poder hacer un servicio a favor de los grupos.

Otro de los objetivos del campo era crear el espacio en el que reflexionar y compartir. Aquí también la temática del arte nos llevó a profundizar en valores y en la persona de Jesús. Los jóvenes fueron muy participativos, en todos los temas y en todos los momentos de oración, con los que abríamos y cerrábamos el día. La diferencia de edad entre unos y otros (entre 17 y 22 años) no fue obstáculo para que cada uno se expresara desde su experiencia personal, sus preocupaciones, sus convicciones, su fe. Y, poco a poco, paso a paso, nos fuimos «encontrando» no solo como equipo de trabajo, sino como pequeña comunidad creyente: juntos en la experiencia de «hermanar oración y trabajo», ensayo en estos días de verano, y posibilidad para la vida cotidiana del futuro.

Agradecemos el esfuerzo y especial dedicación de Beatriz Andrés, de Zaragoza, que nos acompañó como monitora. Y por supuesto, agradecemos también el hecho de contar con Demetrio, ¡siempre a punto! Gracias por vuestra disponibilidad.

Paqui Rubio y Ana Romero

En esta experiencia, he escuchado en numerosas ocasiones que Dios elige poner en nuestro camino situaciones, personas o cosas que buscan hacernos más felices, mejores personas. El campo de trabajo ha sido esto para mí: ha llegado en un momento estable, en el que parecía no necesitar nada, pero algo me inclinó a regresar a este lugar, Hoyo de Manzanares, que me ha formado como persona y que, una vez más, entrará en mí como un torbellino que enseña, calma, transforma y hace ver la realidad con unos ojos más adecuados. Los valores que he descubierto aquí, los que he descubierto en mí y en mis compañeros, me han hecho crecer como cristiana y como persona que busca la mano de Dios en el camino de su vida.

Aurora Díez, Villanueva de la Serena

La verdad es que, al principio, me encontré muy fuera de lugar, quizás por no conocer mucho a la gente que participaba o por ver la casa tan vacía, en comparación de otras experiencias de verano. Pero, poco a poco, fuimos todos creciendo en confianza. Y cada día era mejor que el anterior. A pesar del cansancio, puedo decir que cada momento mereció la pena: la oración de la mañana, ver sonreír a alguien de la residencia, la piscina, las personas, la pintura del albergue, la reflexión de la tarde y, de nuevo, la oración de la noche. Creo que este campo de trabajo me ayudó a ver lo que realmente quiero llegar a ser en la vida y lo que no. Algo dentro de mí se removió, mucho más que en otras ocasiones, y es una sensación increíble que me gustaría llevarme a mi casa. Deseo saber aprovechar todo lo que tengo y dar todo de mí, en mi «día a día».

Candela, Porriño

Mi experiencia aquí fue muy especial, muy distinta a lo que esperaba encontrar. He aprendido muchas cosas y me he dado cuenta de muchas más. Antes de venir, yo pensaba que sería algo más aburrido, que todos íbamos a tener menos relación y, la verdad, es que ha sido todo lo contrario. Fue genial y muy divertido. Colaborar como voluntario en una residencia es algo que me gustaría seguir haciendo en Petrer, ya que estos días me ha llenado mucho y he visto las cosas como realmente son. He descubierto que por poco cariño que ofrezcas, te dan más, y que si quieres, puedes. Las reflexiones, los debates que se creaban entre nosotros eran muy interesantes. Pensaba que las horas de trabajo en el albergue, se harían largas y aburridas, pero nos organizamos para que fueran amenas. Las veladas han resultado muy divertidas.

Josué Ballester, Petrer

Mi experiencia en este campo de trabajo ha sido muy satisfactoria. Al principio, como llegué un día después de los demás, sentía como si no fuese a encajar. Pero no, resultó muy sencillo. No tuve problemas, no me costó centrarme e integrarme con el grupo ni en la residencia. He aprendido a ver las cosas con alegría y a trabajar con una sonrisa, a dar mucho sin esperar nada a cambio y ver cómo lo que recibes es mucho mayor de lo que podrías imaginar. Ha sido magnífico estar con estas personas tan grandes. Porque para mí, no ha sido hacer un voluntariado en una residencia, ha sido conocer a gente de la que yo he recibido mucho más de lo que yo les he dado a ellos. Con respecto al trabajo de la tarde, pintar el albergue, me ha enseñado el valor del trabajo, del esfuerzo, la satisfacción de comenzar un proyecto que no sabes cómo acabará y, por fin, verlo terminado y que ha quedado muy bien. Es algo muy gratificante y que espero volver a vivirlo pronto.

Alejandro Zurita, Jerez de la Frontera

Este campo de trabajo, para mí, ha sido un descubrimiento. Ha sido una experiencia nueva, diferente, que repetiría mil veces. En estos días he aprendido muchas cosas. Por ejemplo, en la residencia, he aprendido que con una sonrisa y un «buenos días», puedes alegrar el día a cualquiera o que tus problemas dejan de ser grandes cuando entras por la puerta y te centras en los demás. Ser un grupo reducido nos ha ayudado a conocer mejor a las personas y retomar amistades geniales. Respecto a las actividades, como ir a la residencia, las oraciones, veladas, reflexiones, etc… han sido geniales y nos han ayudado a darnos cuenta de que, en la vida, hay que esforzarse por las cosas que valen la pena. Sin duda, volveré el año que viene.

Miranda, Zaragoza

Participar en el campo de trabajo es una experiencia que todo el mundo debería vivir, como mínimo, una vez en su vida. Es algo mágico, increíble, emocionante. No me arrepiento para nada de haber venido, porque he aprendido muchas cosas, tanto de mí como de los demás. Es increíble ver cómo nada más que estando un ratito con «los chicos» de la residencia, son tan felices; es impresionante todo el cariño que recibes de su parte. Es precioso ver la ilusión con la que te reciben todas las mañanas y reconocer la sonrisa que se les pone, de oreja a oreja, solo con verte por ahí.
Y aunque haya sido una experiencia preciosa, también ha sido un reto para mí, porque se me da fatal hablar con la gente, así, de buenas a primeras. No sabía cómo tratar con personas con discapacidades y tenía miedo de hacer algo mal. Pero, poco a poco, día a día, se iba rompiendo esa coraza y esa barrera. He disfrutado como una niña pequeña con esta experiencia. He conseguido encontrarme a mí misma, darme cuenta de que había cosas que escondía para no hacerme daño y que debía sacarlas. He vuelto a encontrarme con Dios y a sentirle cerca de mí.
Y si hablamos de mis compañeros, me quedo sin palabras. Cada uno me ha aportado algo nuevo y distinto. Me he reído como nunca, he llorado, he disfrutado. Creo que la familia que hemos formado no se va a romper. Quiero dar las GRACIAS, sí, en mayúsculas, a todos los que han hecho esto posible.

Silvia, Zaragoza

La verdad es que nunca me habría imaginado que esto fuera a ser así. Y, menos mal, porque, a veces, en la sorpresa está la verdadera magia. Vine sin expectativas, sin imágenes previas, sin muchas ganas. Y de repente… te das de bruces con la realidad de una casa medio vacía, cuando en veranos anteriores, en las colonias, la hemos conocido a rebosar, llena, tan ruidosa. Ahora solo se escuchaba el silencio del campo y nuestros pasos. Y eso, nos rompió un poquito a todos por dentro.
Pero pasaron los días y nos dimos cuenta de que campo de trabajo era una experiencia nueva, una página en blanco sobre la que poder dibujar todo lo que quisiésemos que fuera. Y así lo hicimos. Aportamos nuestro granito de arena, a base de risas, originalidad y pillería. Aportamos vida, también, los unos a los otros, con carcajadas, complicidad, momentos compartidos… Y así, fuimos llenando los días, hasta el final, dando lo mejor de nosotros mismos.
En cuanto a la parte de servicio y trabajo como tal, no hay palabras que puedan describirlo. No hay palabras porque lo que te remueve por dentro es algo tan intenso que ni con todas las letras del abecedario podría explicarlo. La residencia despertó en todos una dosis extra de humanidad, de respeto, tolerancia y dedicación. Y ¡cómo no!… al final aprendimos más nosotros de ellos que al contrario. Respecto de la pintura en el albergue, era una satisfacción ver cómo avanzaba el trabajo bien hecho, y más en grupo, que es otra guinda para este pastel.
En fin, que sin duda, a día de hoy, puedo decir bien alto que la vida es el arte del encuentro, pero habiéndolo experimentado en mi propia piel durante estos día. Solo puedo dar gracias por ello.

Marta Cedeira, Porriño

Esta experiencia de campo de trabajo me ha llenado mucho, porque he vivido emociones que no sabía que era capaz de sentir. El voluntariado que hemos realizado en la residencia me ha resultado muy reconfortante y con los residentes me he encontrado muy cómoda, como en mi casa. Me ha hecho muy feliz ver como con tan poca cosa, la gente ya te mostraba una sonrisa contagiosa… Por lo tanto, yo también me encontraba sonriendo sin cesar. También ha habido algunos momentos duros y de dolor, pero no han reducido nada la alegría. No voy a olvidar todos nuestros bailes, canciones y las energías que hemos puesto para sacar una sonrisa en las personas discapacitadas, con las que compartíamos cada mañana. He aprendido mucho de ellos. He aprendido que con muy poco se puede ser muy feliz y que hay que aprovechar la vida y vivirla con ganas. He aprendido que servir es muy fácil y que se puede hacer con gestos muy pequeños pero significativos.

Andreea Hodis, Zaragoza

Al principio, y desde que nos contaron el plan, yo no estaba muy segura de cómo iba a ser y no me encontraba especialmente motivada. Pero la curiosidad y las ganas de seguir pudieron más. Y creo que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. El reencuentro ya empezó siendo mágico, así como la complicidad que surgió entre todos. Me siento súper-afortunada de haber vivido esto, con quienes lo he vivido y cómo lo he vivido. Ha sido una experiencia única e inolvidable. Todos hemos sabido tratarnos de una forma inmejorable en todos los ámbitos y aspectos. Solo tengo una objeción, y es que se hace corto, que todo se vive tan intenso que podría durar un poquito más. Gracias por todo, no hay palabras suficientes para describir todo lo que siento.

Patricia, Zaragoza