Andanzas de un misionero jesuita

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Amanece. Francisco ya tiene casi preparada su mochila de misionero, con la que se dispone a emprender un nuevo viaje. ¡Ya son tantos…! Ha recorrido casi toda la geografía catalana, también varios pueblos de Aragón y otros lugares. No se envanece por ello. Todo ha sido un don, una gracia. Aunque no siempre haya sido sencillo. En algunos lugares les han recibido (a él y a sus compañeros) de malas maneras. Pero el balance final siempre es positivo. Al menos, prefiere verlo así.

Está repasando las notas de su librito Un granet de Mostasa o Recort dels Pares Missionistas. Lo escribió hace tiempo, pero todavía le acompaña la certeza de que todo lo sembrado actúa en el corazón de las personas así, como el granito de mostaza del Evangelio, que, a pesar de ser tan diminuto, poco a poco, y a su tiempo, llega a cubrirnos con su grata sombra.

¿Qué lleva Francisco en su mochila de misionero? El Evangelio, un crucifijo pequeño, muy gastado, papel y pluma. Aunque, entre la predicación y el confesionario, la dedicación a la gente le ocupa el día entero, se las arregla para escribir alguna carta a sus familiares y amigos, y bastantes notas, porque siempre tiene en mente un libro para escribir o retocar.

Le gusta escribir. Le roba horas al sueño. Pero sabe que es un hurto bien empleado. Lo mismo que sucede con la pequeña semilla que generosamente esparce cuando sale de misiones por los pueblos, nunca se sabe quién terminará por leer sus libritos, y qué nuevo panorama de gracia puede abrirse en el corazón de un lector bien dispuesto. En fin, todo lo da por bien empleado con tal de llegar al corazón de una persona y ganarla para el Señor. Aquello de “Voy a presentarte la figura de Cristo Obrero…”  que escribió para un número del Apostolado de la Prensa[1], ha sido su gran verdad en la vida, su principal apostolado, su mayor deseo: llegar al corazón de las personas y compartirles, no otra cosa, ni otras ideas, ni otras sabidurías, sino a Cristo… Y, en concreto, ese Cristo Carpintero que sabe muy bien de nuestros problemas, limitaciones y trabajos; ese Cristo que él, con “santo orgullo”[2], imagina como “Compañero nuestro”[3].

El hilo de sus sermones y de los Ejercicios Espirituales que predica a los obreros, a las criadas, a los presos… se lo sabe casi de memoria. Pero siempre repasa, siempre reescribe. Se dirige a la gente sencilla, pero, precisamente por eso, siente la obligación de hacerlo bien, de que su mensaje sea tan ameno como completo. Lleva fama de cautivar a la gente con su estilo afable, sencillo, directo… Un gran valor que descubrió en su vida: saber comunicar. Empezó dando clases, de las más diversas materias, tanto de ciencias, como de filosofía y teología. Y le gustaba. Pero luego fue descubriendo el gozo de comunicar a la gente sencilla y, dejando las aulas, se especializó como misionero popular.

Sabe muy bien cómo dirigirse a cada público. A los niños les habla con parábolas, semejanzas y ejemplos, para conectar con su curiosidad y mantenerlos atentos, haciéndoles preguntas, invitándoles a cantar[4]. Siendo más joven, había procurado estar cercano a sus sobrinos, reforzar en ellos la experiencia cristiana que, a buen seguro, Dolors estaba procurando. Ahora ya eran unos adultos con los que seguía compartiendo sus andanzas misioneras y sus consejos, sobre los más variados temas, que salían de su afectuoso corazón.

Lo que también solía meter en su mochila era una cierta dosis de buen humor. Le hacía falta. A veces, las circunstancias y la reacción de la gente eran muy duras. A veces, también lo era el clima, o las penalidades del camino, o el contexto social en que estaban envueltos. Así que… mejor tomarlo con calma y con esa sana perspectiva que permite ver las dificultades de manera un poco más amable.

Ya estaba todo. Solo faltaba pasar por la capilla, inclinarse ligeramente ante el sagrario, y encontrarse con su compañero, otro jesuita de su comunidad de Tarragona, tan entusiasta como él.

En la estación tomarán el tren que los llevará a Juneda, en la provincia de Lérida.  Y de allí, una diligencia o quizás otro carruaje más pequeño, los conducirá a su destino: Torregrosa, una población agrícola, en la comarca de Les Garrigues. ¡Qué gran invento, la locomotora![5]

El viaje era un poco largo. Pero otros más pesados han acometido. A sus 61 años de edad, todavía se encuentra lleno de vigor, aunque los días no pasan en balde. Cada mañana agradece, no solo la salud que le permite seguir saliendo de misiones, sino, sobre todo, la gracia del tiempo que le va conduciendo al encuentro, cada vez más intenso y profundo, con los hermanos y con el Señor de su vida.

La verdad se deposita poco a poco en el corazón. Y, cuando no te das cuenta, resulta que Dios ya ha ido modelando con su sabiduría entrañable el corazón de aquel que le ha permitido trabajar en él de forma constante.

Así, en esta disponibilidad a la acción de Dios, avanzó Francisco Butiñá en el otro VIAJE, el principal, el viaje de la vida, siempre secundando al Espíritu, sin adelantarse, sin quedarse atrás.

Ya era hora. Había que partir.



[1] F. Butiñá, Cristo y los Obreros. Apostolado de la prensa, núm. LXV, mayo 1897, pág. 32-33.

La cita completa es: “Voy a presentarte hoy la celestial figura de Cristo Obrero, para que la tengas siempre presente en tu corazón, en la seguridad de que ha de servirte de consuelo”.

[2] Esta expresión, aplicada a los trabajadores, aparece en La Luz del menestral, pag. 16 (ed. 1991):

“Ama, pues, con santo orgullo la profesión a la que Dios te ha destinado; trabaja por desempeñarla como de ti espera el Todopoderoso, y con esto llegarás a un grado de santidad superior al que te imaginas.

[3] En Cristo y los Obreros, pág. 37, escribe así:

“De ser compañero de trabajo de Cristo, sólo el obrero puede gloriarse, y esta gloria no la tienen ni los sabios con su ciencia, ni los guerreros con su poder, ni los comerciantes con su riqueza: Cristo fue obrero, y tú y todos los que como tú trabajáis con vuestras manos, tenéis un nuevo vínculo que os une a Jesús y os obliga a honrarle cada día más”.

[4] F. Butiñá, Escuela de Santidad, ed. 1894, cfr. “Introducción”. En la pág. 7, escribe así:

“He intentado poner las principales verdades de los Ejercicios al alcance de los jovencitos, y con estilo, si se quiere, pueril condimentarlas de manera que agraden a los más rudos y se graben en sus tiernos entendimientos y corazones: he acopiado semejanzas, parábolas y ejemplos, con que excitar la curiosidad y atención de los ejercitantes (…) He procurado, con todo, poner dichas verdades no tan deslavazadas, que no plazcan ni aprovechen igualmente a mancebos de mayor edad. A estos también consagro esta mi producción, deseoso de que el fruto sea más general y abundante”.

[5] F. Butiñá, Joya del Cristiá, ed. 1888. Pág. 3 y 4:

“No’ m dolen semblants milloras, avans bé m’agradaria com al que mes, poder per tot arreu atravesar camps y montañas al xisclet de la locomotora…”

(No me duelen semejantes mejoras, antes bien, me gustaría, como al que más, poder atravesar por todas partes campos y montañas al sonido de la locomotora).

 

 

 


Y HOY, en los  diversos caminos de nuestra historia, tu voz de apóstol y profeta nos sigue guiando.



En el ancho camino de la Historia, tu luz prendió como una primavera;
tú viste nacer una nueva era, y a responder fue tu fe y fue tu entrega.
Vuelve, Profeta, vuelve.
Vuelve a los caminos de la ciencia y del progreso y enfila rumbo a Dios.

NAZARET FUE TU HOGAR, NAZARET FUE TU CIELO,
¡QUÉ FE LA TUYA, PADRE!: VISTE A DIOS,
VISTE AL HOMBRE, LA MASA Y LA MADERA,
CANTAR JUNTOS EN UNA CLAVE NUEVA.
VUELVE, PROFETA, VUELVE, VUELVE AL CAMINO
YA TRILLADO DE LA TAREA Y SIEMBRA NAZARET.

En las manos callosas del obrero leías tú mensajes de un Dios vivo.
Supiste unir el trabajo duro a la alabanza callada de los cielos.
Vuelve, Profeta, vuelve.
Vuelve al mundo obrero, ven y dile que quien libera es Cristo Redentor.

El dolor por el hombre que trabaja en orfandad de Dios y de alegría,
en ti llegó a ser fuerza salvadora que unió a Dios, al hombre y a la tierra.
Vuelve profeta, vuelve,
vuelve a los caminos de la ciencia y del progreso y enfila rumbo a Dios.

Ven de nuevo, Francisco, a los talleres y enséñanos como antes ya lo hiciste,
con fe y con amor ser al mismo tiempo fieles a Dios, al hombre y a la tierra.
Ven, Butiñá, ven,
Vuelve al mundo obrero, ven y dile que quien libera es Cristo Redentor.

Letra: Mª Jesús Aguirre, fsj; Música: Mª Jesús Radigales, fsj




 

COMPOSICIÓN DE LUGAR, es decir, introducción en el contexto. Mira el lugar, las personas; escucha sus palabras, sintoniza con sus sentimientos… Entra en una oración contemplativa. 

  • Sitúate junto a Francisco Butiñá en este momento de su vida. Es un tiempo de madurez, de plenitud en la entrega. No han desaparecido las dificultades, pero vive una profunda paz interior, que coexiste con un gran despliegue de actividades apostólicas.
  • Acompáñale en el viaje que realiza hacia la misión. Puedes sentarte junto a él, en el tren que atraviesa la provincia de Tarragona y entra en Lérida. Escucha el nombre de las estaciones que se van sucediendo (Reus, Montblanc, Espluga, Vimbodi, Vinaixa, Borges Blanques…) Esta misión tuvo lugar en octubre. Imagina, entonces, un paisaje otoñal, con sus tonalidades ocres y doradas, desfilando su hermosura por delante de la ventanilla.
  • Puedes acomodarte en el mismo vagón donde viajan los misioneros jesuitas, mira lo que hacen y escucha lo que dicen: quizás conversan, rezan, miran los campos… Hacen planes para la misión, tienen sus expectativas… Es posible que se refieran a los libros que están leyendo o escribiendo. O que Butiñá tenga noticias sobre “los adelantos” de las Siervas de San José… ¿Cómo imaginas su rostro, sus gestos, sus palabras cuando habla de todas estas cosas?
  • Haciéndote compañera/o de viaje, entra en el corazón de Butiñá, en sus afectos. Reconoce en él la experiencia de un Dios que es “misericordia viva”[1] y, por tanto, en el que podemos confiar plenamente y del que todo lo podemos esperar. Pide al Señor que te llene de ese mismo deseo: infundir esperanza en la gente que te rodea. 
  • Con ayuda de la carta que Butiñá escribió a su familia, imagina cómo fue la misión, qué sentimientos y vivencias le acompañaron a lo largo de esos días. Sitúate entre la gente que escucha al padre. ¿Qué ves en sus rostros? ¿Qué sienten? ¿Cómo reaccionan? ¿Cómo te gustaría reaccionar si tú estuvieras allí?

 

[1] F. Butiñá, La Venjança del Martre. Ed. Banyoles 1996. Pág. 89.

Torregrosa, 21 de Octubre de 1895

Sr. D. Martirián Butiñá:

Mi muy apreciado sobrino: aquí me tienes unos cinco días predicando una misión, que, Dios mediante, concluiremos el domingo próximo. Según dice el Sr. Cura, la iglesia, aunque grandecita, es muy reducida para el pueblo, no bastando para la mitad. Así, no es extraño que se llene completamente todos los días.

El país dicen que es bueno y rico, y desde que abrieron el canal ha crecido la mitad. No sacan más de la tierra porque no la abonan suficientemente, faltan brazos e inteligencia para labrarla. Por esto crece y aumenta todos los años. Así sucede en casi todos los pueblos regados por este canal. Aprovecho esta ocasión para felicitarte por la fiesta de tu santo. Que S. Martirián te bendiga a ti y a toda la familia, llenándoos de gracias espirituales y temporales, si os convienen. Él os dé fiesta tan dichosa como desea y suplica este tu afmo. Tío y h. C.

Francisco J. Butiñá S. J.

Mis afectuosos recuerdos a todos los de la familia y muy en especial a Dolores y Marieta.

Vista actual del pueblo en el que Butiñá predicó aquella misión de Torregrosa, a la que nos hemos referido en esta composición de lugar. 


3 respuestas añadidas

  1. Agradecer por situarme ante los afanes del padre Butiñá tan cercano y sencillo. Que el nos cuide , proteja a todos los obreros en estos tiempos que al igual que antes estamos pasando, nos de la alegría y esperanza con nuestro trabajo bien hecho. Gracias padre

  2. Me encantó tener este material para mi oración.El Padre Butiña me hace muy cercano a un Jesús Obrero.

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