Contemplación para alcanzar amor

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De San Ignacio de Loyola

«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta».

EE. 234

De Francisco Butiñá, SJ

«Nos ama desde la eternidad más que nosotros mismos. Con este amor nos creó y nos conserva, y amándonos más que a sí, nos redimió a costa de su vida. ¿Qué hay en mí que no sea don suyo? Y si las obras son amor, ¿qué más podía hacer por nosotros? Amemos, entonces, a quien tanto nos ama y amémoslo de veras».

Joya del cristiá

Más que un ejercicio distinto, esta contemplación describe una manera nueva de ser y estar en medio del mundo, una manera nueva de orar en todas las cosas.

Todo en ella está centrado en el amor, porque el amor es la realidad fundamental y final. Dios es amor y se manifiesta en obras de amor. Mientras vivo en el mundo, si mantengo abiertos los ojos del corazón, me es posible reconocer por todas partes la acción de Dios, a fin de amarle y servirle en todo.

Escribe Nadal refiriéndose a San Ignacio que había llegado a ser “contemplativo en la acción”, es decir, que encontraba a Dios en todo; que encontraba a Dios en la oración y la Eucaristía, hasta la emoción y las lágrimas, pero lo encontraba también en la acción, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones…Todo él se había transformado en pertenencia de Dios. Por eso, dondequiera que estuviese, se encontraba a gusto y se le notaba un brillo en la mirada, una paz que irradiaba de su rostro.

Como para Ignacio Dios estaba en todo, cada cosa le resultaba importante. Ahí está el secreto de la atención intensa que se puede dedicar a todo, cuando se vive a Dios en todas las cosas.

Los cuatro puntos que San Ignacio propone están ligados entre sí con la unidad del impulso del amor. No es necesario meditarlos uno por uno, sino que basta con elegir uno o dos de ellos, donde se sienta mayor devoción.

Primero. Todo lo que tengo es un regalo de Dios. Bendigo a Dios por los beneficios recibidos, por mis cualidades, sin necesidad de compararme con otros. Solo desde la experiencia de que Dios me quiere, me cuida, me acaricia, nace una oración tan hermosa como la de Ignacio: “Tomad, Señor y recibid…”

Segundo. Dios se me da en los seres de la naturaleza. Como también Dios se da a los hombres en su capacidad de obrar: la música, el arte, la ciencia, la medicina… Podemos hacer un rato de oración ante una flor, ante un amanecer, ante una catedral, ante una capilla, ante una aspirina… Personas que han trabajado, que se han esforzado, que se han entregado por llegar con estas bendiciones a otros. Dios se me da en los que luchan por la justicia, los que entregan la vida, como lo hizo el P. Butiñá.

Tercero. Dios trabaja en mí. Agradezco la presencia de Dios en la historia de mi vida: personas, circunstancias, medios que me han ayudado a crecer, estudios, momentos de dolor, la historia de mi vocación…

Cuarto. Mirar la historia que cada uno de nosotros ha protagonizado por los demás: el bien que hemos hecho, quizás sin saberlo, aquellos en quienes hemos sembrado algo, aunque no sepamos si ha fructificado, las lágrimas que he compartido… Eso es también don recibido. Que el Señor grabe en nuestro corazón que somos presencia de Dios para los demás. Mucha gente no tendrá otra forma de conocerle si no es a través de nuestros gestos. Somos presencia de Dios, no solo cuando servimos, damos, ofrecemos… sino también cuando otros nos sirven y respondemos y agradecemos con una sonrisa.

La conclusión siempre es la misma: «Tomad, Señor y recibid..» Es decir,  todo lo que he recibido de ti, todo lo pongo en tus manos.

 

Algún autor también ha hablado de la “contemplación para alcanzar humor”. Al contemplar nuestra vida, en el esfuerzo por ser lúcidos, podemos caer en un cierto desasosiego. Por eso, en la lucidez hay que poner capacidad de esperanza. Hay que saber mirar con ternura y sonreír. Las cosas cambiarán porque Dios está presente en ellas,

En este mundo nuestro, ser cristiano es una locura. Pero aquí estamos, convencidos de que solo así nuestra vida tiene sentido.

Como Ignacio, el loco por Cristo. Ya desde su estancia en París, alguno de sus primeros compañeros queda tocado por esta “locura de amor” que Ignacio vivía y promovía, al invitar a orar así:

“desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo”.

No es locura insensata, sino la locura de la cruz, la locura del amor, siempre a la luz del discernimiento. Paradójicamente, una locura muy equilibrada.

 

Volvemos a la realidad cotidiana (sin haber salido de ella). Ya no es cuestión de voluntarismo, sino de permitirnos un cambio de mirada, que se habrá dado en nosotros al rezar todos estos días, al conocer más a los santos, al leer y contemplar la Palabra, pero, sobre todo, al conocer más a Jesucristo, Nuestro Bien.

Consigna para el día de hoy:

Sacarle una foto a tus zapatos de todo los días, los que más usas, y colocarles un papelito con una frase para el camino a partir de HOY.

¡Ahora comienzan los Ejercicios Espirituales!

La vida plena de San Ignacio

Y entonces se vuelve a la Presencia que nunca le ha fallado. Ni en las noches oscuras, ni cuando dejaba de verlo. Reconoce ahora al que siempre ha estado con él. El amor de su vida. El que ha llenado sus oraciones y sus desvelos. El que le ha enseñado a mirar el mundo con ojos distintos. El que volvió su vida del revés y la hizo tan plena. Su Dios y Señor de brazos abiertos, que le recibe ya para siempre. Y ya no hay cansancio. Sus pasos le han conducido al final, a ese encuentro definitivo, a este abrazo que ya no terminará. Y al cruzar ese último umbral, con todos esos nombres de su vida en los labios y en el corazón, da gracias a Dios, el que siempre estuvo ahí. Y sonríe, de nuevo peregrino, sabiendo ahora que nunca ha estado solo.

Ignacio, nunca solo

J.M. Rodríguez Olaizola, SJ


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  1. A vida é a maior ternura de Deus Contempla- lo em todas as coisas preenche o nosso coração da razão de estar na vida. Amar e servir com a ternura de Deus nos faz descobrir que tudo é bom.

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