Desde Azagra

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Un día vi una estrella. ¡Cómo brillaba! Era diferente a las demás, salía todos los días, la primera.

En algún sitio había leído que si tengo la suerte de verla salir, se cumplen los deseos que en ese momento le pidas.

¡Y la vi salir!  No podía desaprovechar la ocasión  y comenzó mi retahíla de peticiones, lo normal en estos casos: dinero, posición social, coches de lujo, bueno, buena vida… Desde entonces todos los anocheceres procuraba verla salir, pero pasaba el tiempo y no ocurría nada.

Cambié el discurso: una familia propia, el bienestar de todos mis familiares y amigos, no tener enfermedades, ser muy feliz… En el fondo lo mismo: la buena vida.

Volví a cambiar el discurso: esta vez menos dinero, menos bienes… Bueno y si hay alguna enfermedad, pues tampoco pasa nada.  Otra vez lo mismo: la buena vida.

Llega un momento en tu vida en que desistes de tanto pedir y, con el tiempo, olvidas todas estas tonterías. Pero hay un problema, ya está en curso la petición y aunque desconectes el  ordenador
de la vida, este sigue actuando cuando vuelves a conectar.

Pasan los años y comprendes: no es a la estrella, sino  a Dios a quien tienes que pedir las cosas. Y para cuando te das cuenta ya comienzas a formular peticiones. De nuevo, la buena vida…familia…bienes… evitar enfermedades… todo… Y la voz del Señor que te dice: pero si todo lo que pides ya lo tienes, solo hacía falta que lo descubrieses.

El Dador de todo esto, empezó a acercarse a mí, o  mejor, a sentir yo su presencia poco a poco: en alguna Eucaristía, primeras comuniones, confirmaciones, bodas…

Y un grupo de monjas que están cada día más “en medio” de mi vida… Un grupo diferente cuyo trato hace que veas las cosa de otra manera. Rezan pero trabajan o, al revés también, y así comienza mi entrada en el Taller de Nazaret.

Dios me va preparando, con el pasar de los años, y luego actúa. En estos años de Taller he conocido a mucha gente que me ha querido y ayudado. Me han hecho ver que en la vida no puedo juzgar a nadie por sus acciones, porque no sabemos lo que pasa en el corazón de los
demás, y  por horribles que sean sus actos, seguro que tiene una justificación lo que hace.

El Taller ha dejado, a lo largo de estos años, una huella imborrable. Por medio de él me he encontrado con Dios en el trabajo cotidiano y he conocido a muchos hermanos/as.

Ahora ya nos vemos montados en años, a veces, cansados y agobiados sin motivo, o no.  Pero ahí está la estrella, con un mensaje esperanzador: “Dios tiene siempre una respuesta inesperada para ti.”

G.M.

NOS IDENTIFICAMOS CON…

ARCILLA: Quiero que el Señor me moldee.

PASTOR: Que sepa verte, que aumentes mi fe para acudir a ti y ponerme en tus manos.

VIÑADOR: Si no estamos unidos a la cepa  estamos mal. Hay que colocar los sarmientos para que den fruto.

AUMENTA MI FE: Gracias por todo lo que me has dado. Me ha servido para conocer a mucha gente que me han dejado huella.

EL PASTOR: Me siento como la oveja descarriada que acude a la llamada del Señor.

EL CIEGO: Por encima de todo quiero ser feliz, estoy convencida de que las dificultades me sirven siempre para algo bueno o positivo y no quiero cambiar mi vida ni mis dificultades.

NICODEMO: Nacer de nuevo, quitar lo que no necesito. Siempre tenemos que modelarnos.

TOMÁS: ¿Qué vidas quieres que toque? ¿Qué quieres que haga?  Es como una búsqueda continua, intentando tocar heridas, que no me resulta fácil. Hay momentos que me siento impotente. Una llamada ante la vida para encontrar a donde tengo que tocar. ¿Cómo tocamos hoy las heridas de hoy en día? 

Siempre podemos acudir al Señor para lo que sea. Tanto me ha dado Dios que no me queda más que compartirlo.

Taller de Nazaret de Azagra (Navarra-España)

 


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