JUNTOS HACIENDO CAMINO

En marzo de 1994, hace ya 25 años, se escribió una carta a la Congregación “Hijas de San José”, a través de la cual se proponía abrir un camino espiritual para todos los laicos y laicas que querían seguir bebiendo de la fuente de la espiritualidad del Padre F. Butiñá. Después de haber hecho este recorrido y de haber ido haciendo camino al andar es un momento especial para hacer una pausa y reconocer tanto bien recibido a lo largo de todos estos años.

Celebrar 25 años significa hacer una pausa necesaria para reconocer el paso de Dios en nuestra vida y misión. Significa hacer memoria agradecida por experimentar la libertad y la alegría de haber alcanzado un logro personal y comunitario. Al mismo tiempo, la conciencia de ese deseo profundo y celo apostólico que nos mueve a seguir deseando intensamente seguir perpetuando en nuestros corazones una vida con sentido y dirección. Una vida modélica y en armonía con ese Jesús que se solidariza con los pobres y humildes de este mundo. Una vida de donación amorosa y de esperanza evangélica que nos impulsan a más amarlo y seguirlo desde el firme compromiso de continuar remando mar adentro en la búsqueda de un mundo más justo, más humano y más fraterno.

Esta celebración especial nos coloca frente al símbolo de la plata, metal precioso que representa la nobleza y el valor de haber alcanzado, en medio de las vicisitudes y extravíos del mundo, el amor oblativo de Cristo y la entrega gratuita de esa llamada a ser testigos de la esperanza. Como su nombre mismo lo indica, es un aniversario que trae consigo la alegría de que como familia josefina hemos ido haciendo camino en la vivencia y en la práctica de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor. Todos ustedes al vivenciar en su vida esta expresión y donación espiritual están invitados a hacer un examen de conciencia. En ello se darán cuenta de que, a los pocos, han ido creciendo en armonía consigo mismo, con los demás y con Dios. Ya no son ni serán más aquellas personas que iniciaron hace un cuarto de siglo, pues su vida ha cambiado, su corazón se ha hecho más sensible y, probablemente, su vida espiritual ha “ido de bien en mejor subiendo” [EE, 315]. Ustedes, queridos amigos, a lo largo de estos años han sido testigos de que el amor, siendo un don recibido y una llamada a explicitarlo y vivenciarlo en y por los demás, les ha hecho más sensibles y compasivos con los demás, sobre todo con los privilegiados de Dios: los pobres y heridos de este mundo. Pero además han ido asumiendo un compromiso con la solidaridad, la justicia y la humanización, valores que ustedes han sabido practicarlos y enseñarlos con su testimonio y compromiso de vida.

Es verdad que probablemente existan muchas cosas por mejorar, pero no por ello, pueden dejar de reconocer y hacer memoria de tanto bien que han recibido de parte de Dios y todo el bien que han hecho a su vida y a la de los demás a través de este camino espiritual planteado en los grupos de talleres. Lo peor sería que al hacer este examen de conciencia se queden solo con lo superficial y anecdótico de este cuarto de siglo. Mi esperanza y deseo profundo es que vuelvan a reconocer su Principio y Fundamento tal como nos recuerda San Ignacio de Loyola. Es decir, que reconozcan que su vida necesita y tiene que estar anclada en una roca sólida, Dios. Es ahí donde cada uno de ustedes está invitado a preparar una tierra fértil y a poner raíces más hondas. Allí encontrarán el sentido y la razón de su proyecto de vida y el corazón de Dios por y para siempre.

El P. Butiñá, ferviente discípulo ignaciano, supo ser contemplativo en la acción. Su legado les debería siguir interpelando para ser hombres y mujeres para los demás.  Como fundador de la familia josefina, nos sigue invitando a vivir y experimentar aquello que lo aprendió de San Ignacio. A tener y pedir ese deseo de no ser sordos, sino listos y prestos a la llamada de Dios [EE, 91]. Este ejercicio pretende estimular nuestra apertura, generosidad y disposición para que, con la ayuda a nuestros prójimos, podamos dar mayor Gloria a Dios, nuestro Señor. Esta proposición cobra sentido en el “conocimiento interno del Señor Jesús, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga …” [EE, 104]. Por eso, queridos hermanos, todos ustedes como familia josefina están invitados a seguir bajo esa premisa de ser contemplativos en la acción y a comprometerse, con audacia profética, con la misión redentora de Jesús. No olviden que como familia ignaciana tenemos que hacer el esfuerzo de centrar nuestra vida en aquello que es esencial y duradero. Y, qué mejor sería hacerlo desde el reconocimiento y disfrute del “Sentir y gustar de las cosas internamente” [EE, 2]. Todo esto nos ayudará a percibir y aprender a reconocer en nuestra vida la hondura y fecundidad del Espíritu Santo. Aquel que nos empuja a romper todas las murallas obstaculizadoras y a volver a beber de las fuentes de nuestro carisma fundador. Ese mismo Espíritu Divino es el que nos invita a cultivar una vida evangélica y a tener a Cristo como fuente y dirección de nuestra vida. Un Jesús que es Fuente inagotable que nos revela que los signos bondadosos y compasivos no deben agotarse en el tiempo, sino que nos debe interpelar a vislumbrar, en medio de tantas tinieblas de este mundo, la constatación real y objetiva de que hay esperanza y de que mejores tiempos vendrán para nuestra vida y para nuestra misión.

Personalmente quiero agradecer a Dios y a todos ustedes como familia josefina por haberme permitido compartir mi experiencia de fe con ustedes. Mi gratitud y felicidad por haber sido testigo del paso de Dios en sus vidas, por su actitud profética de señalar a los demás, desde cada uno de sus trabajos, el amor trinitario y la felicidad definitiva que está en las tres Personas divinas. En ese Dios que es absoluta compasión e insondable misericordia. En ese Jesús, pobre y humilde, que nos anima a ser buenos samaritanos en un mundo de indiferencia e injusticia. Y en ese Espíritu Santo que nos recuerda la importancia de hacernos disponibles y dóciles para vivir desde el amor contemplativo, desde el servicio incondicional y desde la atención y cuidado especial por las heridas y cicatrices de tantos caídos y caídas de este mundo [Lc 10, 25-37].

Les animo a que, en este ambiente de fiesta y celebración no olviden todo lo que significa el amor y servicio evangélico. Aquello que nos recuerda las palabras de Jesús: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” [Lc 22, 27]. Sientan en sus corazones la alegría del Señor no desde la retórica ni desde la utopía, sino desde la práctica y desde las periferias del mundo. Una mirada periférica ampliará su horizonte de vida, les dará mayores luces para discernir los signos de los tiempos y les ayudará a crecer en el don de la sensibilidad para salir al encuentro de los demás, y para que, junto a ellos, celebren su identidad como familia josefina, su compromiso maduro y fecundo y su llamada a seguir abriendo caminos de fe y esperanza. No dejen de encontrar la belleza y la poesía que siguen y seguirán aportando los talleres. Estos pueden ser una oportunidad preciosa para que los demás puedan también encontrar espacios de humanización y profundización espiritual. Les animo a que, en este ambiente celebrativo sigan haciendo camino con sentido y dirección, entre el que no puede faltar el discernimiento y acompañamiento.

Estos ejercicios ayudarán a experimentar cada día la gracia derramada en sus corazones  y a emancipar la audacia profética de un amor oblativo a Cristo y a su pueblo. Vivan con el corazón contento y con el espíritu renovado para encender las velas del Espíritu y abrigar la esperanza de seguir haciendo latir corazones e ir todos juntos haciendo camino en dirección hacia Cristo, maestro y guía de camino.

Segundo Rafael Pérez s.j.

 

FRANCISCO BUTIÑÁ, PROFETA DE NUESTRO TIEMPO

Una vez más, Engracia es quien me alienta.

Lo que voy a escribir está extraído del vasto epistolario de Butiñá.

Nació en Bañolas en 1834; falleció en Tarragona en 1899. Vivió, pues, en el siglo XIX, época convulsa en España, con fuerte anticlericalismo.  En ese siglo, sin ninguna duda, se cumplía la bienaventuranza: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos”.

De sus muchísimas cartas he deducido que fue: sagaz, condescendiente, culto, indulgente, humilde, innovador… Muestra una sincera preocupación por sus familiares, por su pueblo, por la gente que conoce, por las ciencias,  el arte, la literatura, le gusta escribir bien y así lo hace (es un apasionado de la cultura en general), pero por encima de todo está su vocación de sacerdote.

Lo que desde siempre me impresionó de F. Butiñá fue lo adelantado y visionario que se mostró, en sus ideas y en sus acciones. Su honda preocupación por durísima vida en el campo y en las fábricas le impulsan a dar una respuesta creyente a quienes tenían imperiosas dificultades para comer, apostó por una experiencia de fe que les ayudara a no sucumbir ni en lo material ni en lo espiritual, pero, además, F. B., dio un paso más allá de los obreros, gigantesco en pleno siglo XIX, hasta tal punto que fundó dos congregaciones para mujeres, personas marginadas en aquella sociedad, una en Salamanca, las Siervas de San José con Bonifacia Rodríguez y otra en Calella, las hijas de San José, que tanto bien han hecho desde su fundación y continúan expandiendo por todo el mundo. Pienso que esto solo puede hacerse con una mente clarividente y plena de audacia como la de F.B., pero incrustada en una fe recia, inquebrantable, incluso en la desgracia, el abandono o la muerte. Dejó escrito: “Él sabe bien lo que hace: aunque sus caminos sean inescrutables y sumamente sensibles, siempre debemos adorar y creer que son los que más nos convienen. Bendita sea su santa voluntad. Encomendadlo todo al buen Jesús, que nunca cierra un puerta sino para abrir otra”.

Las congregaciones de F. B. fueron diferentes pues tenían la genial idea de unir el trabajo manual, artesanal, que daba el pan para vivir con la vida espiritual, para orar, crecer en la fe y en comunidad. ¡Algo maravillosos hace casi dos siglos ya!  Y ahora cito frases de una carta que mandó a las josefinas que reoge esta doble dimensión: “Vuestra virtud característica debe ser un amor grande a la oración y al trabajo regulado por la obediencia. Lo debéis procurar a toda costa (…)  Debéis procurar ser buenas y muy buenas, entonces sí los Talleres de san José se convertirán en un paraíso.  Sed humildes, obedientes, amantes de la pobreza, observantes. No os desalentéis aunque el infierno se desencadene contra vosotras. En cuanto a la oración y el recogimiento, no debéis apuraros, con tal que pongáis lo que está de vuestra parte.  Si hacemos los que podamos, lo mismo se complace Dios en la aridez y sequedad bien sufrida que en el fervor bien aprovechado. Ánimo y adelante, a haceros santas que es lo que importa”.

Feliz retiro en ese lugar maravilloso,  entrañable y siempre recordado por tantas personas cuya fe se afianzó en las Pascuas que ahí celebramos.

Un abrazo grande y lleno de fe.

Samuel Alcalde Sanz