Raquel estuvo en Panamá y nos lo cuenta

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El pasado mes de enero se celebró en Panamá la Jornada Mundial de la Juventud. En este momento tenemos la suerte de contar con un testimonio “en directo”. Raquel, monitora de los Grupos Nazaret de Zaragoza y miembro de Talleres, estuvo allí.

– Cuéntanos cómo fue el proceso de preparación.

– Nada más terminar la JMJ de Cracovia y sabiendo dónde se iba a realizar la siguiente, pensamos: “tenemos que ir, sea la fecha que sea”. Participé en Cracovia con otros jóvenes, que hoy son amigos muy cercanos. Había sido una experiencia tan bonita y tan enriquecedora que teníamos deseos de seguir participando. Por eso, un año antes de la JMJ de Panamá empezamos a ahorrar y a prepararnos espiritualmente, en unas Eucaristías especialmente orientadas a este evento, después de las cuales teníamos un ratito de encuentro.

– Os habrá supuesto un gran esfuerzo económico y de tiempo porque, aquí en España, era plena temporada de exámenes. ¿Cómo lo habéis vivido todo eso?

– En la parte económica, sí… fue necesario un gran esfuerzo. Busqué trabajo y lo encontré en una empresa de animación infantil. Lo que ganaba, lo ahorraba para poder ir. En cuanto a los exámenes, tengo la suerte de estudiar por la Universidad a Distancia y nos ofrecen dos fechas de exámenes. Fue un poco caótico. ¡Tuve que estudiar muchísimo antes de ir a Panamá…! Era algo que me preocupaba… porque, mientras la gente estaba aquí sin más ocupación que estudiar, yo no iba a contar con ese tiempo y todo cuenta en los resultados académicos finales. Pero valía la pena sacrificarme y esforzarme para estar ahí.

– ¿Cuál ha sido el mejor momento vivido allá?

– ¡Uy, muchos! Pero, me quedaría con dos. Uno es la acogida en Alanje, al Norte de Panamá. Antes de comenzar la JMJ propiamente dicha, en la capital de Panamá, nos dividieron en grupos pequeños para estar acogidos en las Diócesis. A nosotros nos tocó en Alanje. Fue complicado el tema de pasar la frontera, pasaportes, el largo viaje en autobús… Así que llegamos dos horas más tarde de lo previsto, pero el pueblo entero nos esperaba en la plaza, con la orquesta, con los trajes regionales, con pancartas de bienvenida. Fue una experiencia de acogida muy especial. Lo primero fue la Eucaristía, una celebración tan alegre, con tanta vida… ¡Me emocioné mucho ese día! Fue una sensación de familia que me llenó un montón.
Y otro momento que me llenó especialmente fue la Vigilia de los Jóvenes con el Papa. La Custodia era muy bonita, una imagen de la Virgen María realizada con balas que se habían retirado de conflictos armados, un signo de paz y reconciliación. Lo que me impresionaba era ver tantos miles de jóvenes, cada uno rezando “en lo suyo” porque cada uno tiene su experiencia y sus problemas… Pero todos mirándole a Él, al Señor. Algo que me hizo pensar que la fe es algo muy grande.

– ¿Qué te ha parecido la experiencia de Iglesia en América Latina?

– Es impresionante. La gente vive con un fervor especial. Creo que tienen muy asimilado que la fe es alegría, es amor, y así lo viven en la vida cotidiana, teniendo siempre presente a Jesús. No sé si por tradición o por sentimiento, pero a mí me pareció que era por sentimiento… Les veía que hablaban de ese Jesús cercano, del que nosotros también hablamos en la Parroquia y en Nazaret, pero se nos olvida en el resto de la vida cotidiana. Es una fe muy cercana, muy alegre… ¡Las misas son una realmente una fiesta!

– Me decías que os ha recibido un pueblo muy pobre y sencillo. ¿Cómo has visto tú la realidad de la gente?

– En el pueblo en el que estuvimos acogidos, la gente subsiste como puede. Las casas eran muy sencillas, no había agua corriente, no había decoración… Pero se les veía dispuestos a compartirlo todo, incluso te decían: “pide todo lo que necesites, no tenemos mucho, pero ya veremos cómo lo conseguimos”. Gestos tan bonitos… sobre todo que te abran la puerta de su casa con toda confianza.

– ¿Cada uno estuvisteis en familias diferentes?

– Sí, nos distribuimos por parejas, yo estaba con una chica de Alicante que conocí allí. En Panamá, en la capital, nos acogieron dos hermanas. Fue curioso, porque una de ellas estaban muy animada, pero la otra tenía bastante reparo: “¡a ver quién iban a meter en su casa!” Cuando ya llevábamos unos días, nos dio las gracias, nos dijo que le habíamos abierto los ojos a todo lo que suponía pertenecer a la Iglesia. Nosotras también estábamos muy agradecidas por haber sido acogidas en su casa. Así que fue un agradecimiento mutuo. Como durante el día teníamos muchas actividades, sobre todo aprovechamos la noche para estar con las familias. Después de cenar, teníamos largas conversaciones, hemos hablado de todo. Ahora nos seguimos comunicando con estas chicas de Panamá. Se genera un vínculo muy especial. Siente que tienes una familia más allá del océano.

– ¿Cómo fue la experiencia de encontrarte con otros jóvenes?

De Zaragoza fuimos solamente tres; el grupo de españoles éramos unos cincuenta, que no nos conocíamos. Y allí, te vas encontrando, cada día, con grupos diferentes de jóvenes de diferentes lugares. Es bonito coincidir en el banco de la Iglesia, cuando celebramos la Eucaristía, o en el transporte público… Uno empieza a cantar una canción que el grupo de Guatemala, por ejemplo, también conoce y se unen… Empiezas a hablar, a intercambiar algún detalle… Es una experiencia muy especial de comunidad, de sentir que todos vamos a lo mismo. Son personas que no has visto en tu vida, que no las vas a volver a ver más allá de esos cinco minutos, pero sientes una comunión muy fuerte.

– ¿Cómo es la experiencia de encuentro con Francisco, el Papa?

– El Papa Francisco transmite mucha paz, mucha tranquilidad. Además, todo lo que dice, me parece que tiene mucho sentido, mucha lógica. Por ejemplo, cuando nos dice que tenemos que ser valientes, que tenemos que vivir la fe con convicción… que no dejemos de soñar, que somos el “ahora” y tenemos que empezar a movilizarnos, ya desde ahora, que confiemos en el Señor… Todavía tengo que releerme todo lo que nos dijo para ser más consciente.
Varias veces le vimos pasar muy cerquita y es emocionante, sonríe de una manera que transmite mucha confianza. Está ayudando mucho a la Iglesia y a la gente.

– Algo que te sorprendiera mucho…

– La acogida de la gente que no tenía nada que ver con la JMJ. En Panamá capital toda la ciudad estaba concienciada de la presencia de los peregrinos. Se notaba en pancartas, en la relación con la gente… Por ejemplo, una noche estábamos muy cansadas y perdidas. Un taxista que no estaba trabajando, nos escuchó hablar y se ofreció a llevarnos. Así que el señor en lugar de irse a su casa a descansar, se dirigió al garaje, sacó su taxi, nos llevó a la casa… Son gestos de la gente muy bonitos.

– Ahora una pregunta muy personal… ¿qué experiencia de Jesús has vivido?

– He vivido a un Jesús muy cercano, que me estaba diciendo que la Iglesia es alegría, acogida, que tenemos que abrir el corazón en todo momento y dejarnos sorprender por el Espíritu Santo. Tenemos que dejarnos guiar, confiar y seguir avanzando. La JMJ, este año, era sobre María y el versículo “Hágase en mí según tu Palabra” y creo que es eso: Jesús, estos días, con los gestos de la gente, me iba diciendo que, en mi día a día, tengo que confiar más y vivir la fe con alegría.

– ¿Te ha cambiado algo la vida?

– Creo que… llevaba un tiempo más centrada en las cosas que hacer, que en lo que realmente es vivir la fe. Yo hago muchas cosas relacionadas con la Iglesia y Nazaret, pero estaba fijándome más en lo que había que hacer, que en cómo vivirlo o fundamentarlo bien. Ha sido como escuchar: “Para, porque, realmente, si vives bien tu fe, tu experiencia vital, todo lo que hagas tendrá mucho más sentido”. Me ha servido para eso, para parar, para recapitular y empezar a vivir de otra manera. A veces, con todas las cosas que tienes que hacer te agobias, tienes mucha faena… pero eso no es lo importante. Lo importante es vivir bien la fe, para luego poder hacer bien las cosas. Creo que ese ha sido el pequeño cambio que ha supuesto en mí la JMJ.

– Gracias Raquel, gracias por tu testimonio… Contigo, los Grupos Nazaret estuvimos allí.

Raquel Lucea, Zaragoza