Testimonio de Hna. Mª Pilar Marquínez

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¿QUÉ HA SUPUESTO, EN MI VIDA, LA FIGURA DEL SIERVO DE DIOS, FRANCISCO BUTIÑÁ?

La figura del Siervo de Dios, Francisco Butiñá Hospital, es, para mí, un referente luminoso de santidad, y lo fue, desde el comienzo de mi vocación.

A lo largo de mi vida, he ido experimentando un afecto creciente hacia su persona. Me he ido encontrando con un jesuita “santo”, que enamoró el corazón de Dios, porque vivió, con fidelidad heroica, su doble vocación: de Jesuita y Fundador. Una doble vocación, que Francisco fue entretejiendo sobre una urdimbre firme y sólida, hecha de Fe y de Compasión.

Me he encontrado con un hombre de opciones profundas, que le llevaron, muchas veces, a elegir caminos y posturas no fáciles, incluso, en contra de sus gustos pero, profundamente, coherentes con lo más hondo de su ser, con lo que él había “visto”, abriendo, así, nuevos caminos en la sociedad y en la Iglesia.

Pero, lo que más me impresionó y me impresiona, es la hondura de su compromiso; escuchar los gritos desgarrados, que brotan de lo más profundo de su ser, al querer defender su opción. Francisco, por los pobres, lo da todo: su tiempo, su ciencia, sus gustos, su salud… y está dispuesto a entregar todavía más.

En los momentos difíciles, del afianzamiento de nuestra Congregación, dirá a sus Superiores: “Si esa tempestad es mi expulsión de la Compañía, viniendo por tales motivos, la espero con tanta mayor tranquilidad, cuanto más amplio campo me abre a poder trabajar, para mayor gloria de Dios, en la obra emprendida para bien de los pobres”, y acabará afirmando: “Pueden echarme a la mar, que no rehúso ser anatema por los pobres” .
Conocí a las Hijas de San José, un 26 de junio de1961, muy cerca de mi pueblo. Se celebraba, allí, la fiesta de San Pelayo Mártir y el sacerdote, que ejercía su tarea pastoral en varios pueblos pero, que residía en el mío, nos invitó a conocerlas.

Él había estudiado en el Seminario Conciliar de Logroño y guardaba un grato recuerdo de las Hermanas que, entonces, se hacían cargo de la lavandería, enfermería y cocina; por eso, tuvo gran empeño en que las conociéramos.

A partir de una revista que, años después, identifiqué como “La mensajera josefina”, aquellas hermanas, probablemente, nos hablaron de la belleza de la vocación pues, recuerdo que vimos muchas fotografías, de distintos países, donde las Hijas de San José trabajaban; colegios, casas-cuna, guarderías, hospitales, hogares de ancianos, clínicas etc. pero, lo que quedó, grabado, profundamente, en mi recuerdo, fue el convencimiento, con que nos dijeron, que habían sido fundadas por un jesuita, que todas consideraban santo, aunque, todavía, no estaba en los altares.

Las jornadas del Domund, la Santa Infancia y el testimonio de varios misioneros que pasaron por nuestra escuela, habían ido encendiendo, en mí, el deseo de ser como ellos, pero el encuentro con estas primeras Hijas de san José hizo que, a los pocos meses, mis padres accedieran a llevarme al Colegio Apostólico, que tenían en Pamplona.

Cuando llegué allí, me llamaba mucho la atención que terminábamos el rezo del rosario con una oración que dice así: ¡Oh Sagrada Familia de Nazaret, por el insaciable celo, que tenía vuestro humilde siervo Francisco, para encaminar a las almas por el sendero de vuestra vida oculta en Nazaret, os pedimos que pronto brille su nombre entre nuestros santos”.
Después, he sabido que esta oración, que va camino de las bodas de diamante, recoge y expresa el testimonio de la fama de santidad de Francisco Butiñá, transmitido por las hermanas de la primera hora, que lo conocieron y veneraban como santo; y su testimonio ha llegado hasta nosotras, de forma ininterrumpida, de tal modo que, hoy, la seguimos rezando.

Durante el trabajo en el Taller, al que dedicábamos, el tiempo de la mañana. La Maestra proclamaba, cada media hora, una de las doce jaculatorias, compuestas por el P. Butiñá, para cada día de la semana laboral, trayendo a nuestra consideración los misterios de la vida, muerte, resurrección y ascensión del Señor, para contemplarlos mientras se trabajaba en silencio.
A la proclamación de cada jaculatoria, todas las que trabajábamos en el Taller respondíamos: “ACEPTAD NUESTRO TRABAJO, COMO PRENDA DE AMOR Y TRIBUTO DE ALABANZA”. Una ofrenda, que implicaba el compromiso de poner toda nuestra inteligencia en la tarea, que realizábamos, para que la obra saliera primorosa, como hecha para Dios .
El colegio, al que estoy haciendo referencia, no era un colegio, al uso, sino, más bien, una escuela –que era, a la vez, Taller y hogar- diseñada para educar en el trabajo y desde el trabajo. Las tardes las dedicábamos a otros aprendizajes, como era la adquisición de una sólida formación humana y cristiana, que nos ayudara a discernir si la llamada a seguir a Jesús, era en el Taller, diseñado para nosotras por el P. Butiñá o, por el contrario, desde otras opciones de vida cristiana.

Para mí, el Colegio Apostólico de Pamplona fue, un espacio de clarificación vocacional y de aprendizaje inicial de los rasgos que identificaban a la Congregación, fundada por Francisco Butiñá, el Jesuita “santo”, en la que, yo, quería ingresar, y el primero y principal era – vivir la oración y el trabajo hermanados, como medio y camino de santificación.
Comencé el noviciado, en Madrid, un 18 de marzo de 1967. A penas hacía quince meses que se había clausurado el Concilio Vaticano II . Encontré un Noviciado floreciente, en el que el soplo del Espíritu creador, que alumbró la Iglesia en Pentecostés, quería continuar su labor de recrearla y, dentro de ella a la Vida Religiosa.

Pronto se empezó a hablar de la celebración de un Capítulo General, Especial – que tuvo lugar en el verano de 1968- y de la llamada de la Iglesia a volver a las fuentes del Carisma Original, para recuperar, en nuestro caso, toda la frescura evangélica y la riqueza carismática, del don recibido de Dios, por Francisco Butiñá, nuestro Fundador.

No se trata, nos decía la Maestra de Novicias, de copiar lo que él hizo, sino de sintonizar con su experiencia carismática; y ver qué obras y presencias hacen o pueden hacer, más transparente, el Carisma.

En este clima, hago mi Primera Profesión el 18 de marzo de 1969 y retomo los estudios, interrumpidos, durante el tiempo de noviciado. Pero, antes de acabarlos, hago la preparación a la Profesión Perpetua, con un grupo de catorce hermanas más, en Gerona.

En la Congregación, se ultimaban los preparativos para la celebración del Centenario de la Fundación. Era el año 1975. En este momento, quiero hacer memoria agradecida de Mª Jesús Aguirre. Ella profundizó, como nadie lo había hecho hasta entonces, en la figura del Siervo de Dios Francisco Butiñá. Desde el cielo, cuánto estará gozando, viéndonos hoy aquí. Fue, también, ella, quien nos acompañó en el tiempo, que precedió a nuestra incorporación definitiva a la Congregación, con la Profesión Perpetua, que hicimos el 13 de febrero de ese mismo año, 1975, Centenario de la Fundación.

En los sucesivos Capítulos se siguió profundizando y discerniendo qué obras y presencias se ajustaban más al carisma y a los destinatarios del mismo y se fueron tomando decisiones, no ausentes de dolor pero, la fidelidad al Carisma y a los destinatarios, eran criterios, ante los cuales no cabía otra opción que asumirlos, por obediente fidelidad al Espíritu, pues ya en las Primeras Constituciones se nos dice con total claridad que “El cuidado de los Hospitales y colegios de enseñanza no se avienen con el fin de este Instituto”.

La llamada a pasar de “Memoria a Proyecto”, me llegó con la propuesta a dejar la tarea educativa en el colegio y el envío a una comunidad, inserta en un barrio de la periferia de Barcelona. Era, lo recuerdo bien, el año 1982. Allí iba a continuar la tarea educativa pero, en el trabajo y desde el trabajo; con jóvenes en riesgo de exclusión y, en algún caso, iniciadas, ya, en la droga.

Aunque sentía no poca resistencia y miedo a lo desconocido, fiada de Dios, acepté el envío. Rezaba al P. Butiñá y le pedía que me alcanzara, del Señor Jesús, la intensidad de los dos amores que orientaron su vida: el amor a Jesús, el Artesano de Nazaret, Nuestro Bien, y la compasión por los obreros y trabajadores pobres, especialmente por la mujer trabajadora y por las jóvenes, en peligro de perderse. Sus opciones y cuánto le costaron, yo lo recordaba bien.

Al P. Padre Fidel Fita, sj, y Académico de la Historia, nacido en Arenys de Mar, profesor y amigo de Francisco Butiñá, no le pasó desapercibida la opción que estaba tomando y dirá, de él, que: “Pospuesta la celebridad que le merecían sus grandes talentos, en Matemáticas y Teología, se dedica a evangelizar a los pueblos, amado de Dios y de los hombres” .

Tampoco a su paisano y amigo, Pera Alsius i Torrent, con quien compartía aficiones científicas, le era ajena la dedicación por la que se iba decantando Francisco: “Hijo de laboriosos y honrados artesanos- escribe en su obra “Ensayo histórico sobre Bañolas 1895”- ha dedicado su celo, virtud y saber a favor de la clase trabajadora, sembrando la civilizadora luz evangélica entre rústicos aldeanos y en los centros fabriles; iniciando y llevando a cabo la fundación de un instituto religioso de Hermanas Trabajadoras con el fin de proporcionar trabajo a las jóvenes de las poblaciones rurales o poco populosas donde, por carecer de industria, corren peligro de perderse, a causa de su pobreza” .

Así, iba, yo, haciendo mi proceso. Poco a poco, se me fue caldeando el corazón y las resistencias, del comienzo, fueron dando paso a una serena alegría interior y al deseo de entregar lo mejor, de mí, a aquellas jóvenes, que el Señor ponía en mi camino. La cercanía a ellas me dio un conocimiento de primera mano de su realidad, de sus posibilidades y carencias. En los ratos de oración y en las idas y venidas al Taller, la mente y el corazón se me iban poblando de nombres, cada uno con su historia y, de ellas, le hablaba al Señor.

Apenas tuve oportunidad de hablarles de Dios pero, aquellas jóvenes sabían, muy bien, porqué estaba yo allí. Me lo habían preguntado muchas veces y, yo, aprovechaba la ocasión para hablarles de Francisco Butiñá, de su vida entregada a Dios, desde muy joven, y de cuánto se preocupó, en su tiempo, por las jóvenes que tenía menos posibilidades de abrirse camino en la vida. Desde esa preocupación – les comentaba- animó a otras jóvenes a sumarse a su proyecto, fundando la congregación a la que yo pertenezco.
Concluyo: La fase diocesana de la causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios, Francisco Butiñá Hospital, que hoy se va a clausurar, fue posible iniciarla, sobre todo, porque una nube de testigos, ha ido acercando hasta nosotros, de forma creciente e ininterrumpida, el recuerdo de su fama de santidad y de gracias, obtenidas por su intercesión; y, también, por la significatividad y actualidad del Carisma que Dios le regaló para edificación de la Iglesia y para acercar la ternura y la compasión de Dios a los pobres del trabajo, especialmente a la mujer, fomentando la industria cristiana, y donde la falta de recursos, nunca, fuera un obstáculo para ingresar en la congregación, por él fundada, porque nosotras íbamos a transformar en dote el fruto de nuestro trabajo.

A la familia santa de Nazaret le pedimos: que sea reconocida por la Iglesia la vida santa nuestro fundador y que, PRONTO, BRILLE SU NOMBRE ENTRE NUESTROS SANTOS.

MUCHAS GRACIAS A TODOS… MOLTES GRÀCIES A TOTS

Mª Pilar Marquínez fsj
Bañolas, 19 de marzo de 2019, solemnidad de San José


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