El sueño de Berta

Berta vivía en un pueblecito pequeño de montaña, abierto a las aldeas de alrededor, con su escuela, su iglesia, alcalde, médico y una vecindad de religiosidad heredada. Había una biblioteca que salía al paso de muchos deseos de adquirir conocimientos, junto con los maestros y el cura, que los completaban.

Berta era una niña inquieta. Había oído hablar a sus antepasados de una Familia especial que había vivido en Nazaret, y cuya fama se había extendido por todo el mundo, sobre todo por causa de su hijo, Jesús. Y esto, había llegado a su pueblo, pues en una pequeña vitrina portátil, esta Familia visitaba todas las casas del pueblo una vez al mes.

Comenzó a asesorarse. El padre era José, descendiente de una familia del Antiguo Testamento, de la familia de David, el de los salmos. La madre era María, hija de Joaquín y Ana, y el pequeño, que llegó lejos, se llamaba Jesús.

Dice Berta que era una familia muy normal, como las nuestras. Vivían de su trabajo, eran carpinteros, con un pequeño taller. Tenían familiares en el pueblo, amigos, una prima también en la montaña. Vivian en una casa sin lujo, pero limpia y arreglada, que era una belleza.

Pero Berta encontraba algo que no la dejaba satisfecha. ¿Por qué esa fama? ¿Por qué en las casas de su pueblo se recordaba tanto y se tenía devoción a esta Familia?

Y llegaron al pueblo unos misioneros que le dieron algunas pistas para conocerla más, como ella pedía. Le dijeron que, si quería conocerles, no necesitaba hacer cosas extraordinarias sino vivir con el mismo estilo que vivieron los TRES.

Berta, fielmente, fue haciendo un sencillo camino dentro de su vida normal diaria. Leía el evangelio de la vida oculta de Jesús, rezaba al Padre Dios; de lo poquito que disponía, daba a los pobres; sobre todo les servía dentro de sus posibilidades.

Y así, poco a poco, y casi imperceptiblemente conoció y se le hicieron familiares Jesús, María y José, de tal modo que hablaba con los TRES y no los confundía. Así vivió su TABOR, conjugado con las complicaciones de la vida, que Berta ya había aprendido de la Familia Santa de Nazaret.

Y lo que supo de Jesús era interminable: todo era recuerdo, amor y gratitud. Esto para otro día.

Hna. Patro Eguillor, fsj

Comunidad de Bañolas