Isabel de Maranges

Isabel de Maranges y Valls nació en La Bisbal (Gerona- España) el 5 de noviembre de 1850. Hija de un médico y la mayor de cuatro hermanos, recibió notable educación durante su infancia y juventud.

Con el deseo de consagrarse a Dios, entra en las Escolapias pero no llegó a profesar porque, según la tradición, tuvo que dejar el noviciado por falta de salud.

Parece ser que en el año 1877, cuando Isabel cuenta ya con 26 años, reside como pensionista en el colegio de la Compañía de María, en Calella de la Costa (prov. de Barcelona, diócesis de Gerona). En ese entonces, andaba el padre Francisco Butiñá buscando una persona apta para dirigir el grupo de jóvenes obreras con quienes había iniciado, en esa misma localidad, una nueva comunidad de Siervas de San José. Sabemos con certeza que a primeros de junio de ese año de 1877 va a Calella  a realizar ministerios sacerdotales y es muy probable que fuese a confesar a las alumnas y residentes del citado colegio. Ignoramos si fue en este momento o en otro cuando Isabel expuso su situación espiritual y su vocación al padre Butiñá y éste la invitó a aceptar la dirección de la incipiente obra.

Siguiendo esta invitación, Isabel ingresó en la comunidad de Gerona en julio de 1877. Hna. Teresa Jover, una de las cuatro que formaban la comunidad, nos cuenta que el fundador les dijo: «Os voy a traer una que me parece que Dios la quiere para aquí; veréis qué bien os vais a arreglar, la pondremos al frente; parece muy buena, de mucha capacidad». Y continúa: «Todas las esperábamos con ansia. No quería aceptar, pero al fin vino. ¡Qué alegría!»

Es natural que Isabel vacilara entre aceptar o no la propuesta de Butiñá. Si en el ambiente social de la época resultaba difícil para una persona de su clase entrar a formar parte de un grupo de mujeres pobres convertidas en religiosas obreras, lo era mucho más asumir las riendas en un proyecto tan incipiente como demasiado novedoso e inseguro.

Pasados los primeros momentos de duda o desconcierto, Isabel dio su sí a Dios para seguirle como religiosa obrera. Abrazó con sinceridad el proyecto de vida consagrada trazado por Butiñá: trabajó con sus manos y salió a vender los géneros fabricados. Puso sus cualidades humanas y espirituales al servicio de la formación de las hermanas y del Taller, de manera que aquel grupo primero que, con tanta fragilidad había comenzado a caminar, se consolidó y expandió notablemente.  En 1891, a los 14 años de la fundación, el Instituto cuenta ya con 14 casas y 300 religiosas.