Palabras de San José a los Talleres de Nazaret

 

Querido hijo, querida hija:

 

Ayer me alegré de poder estar un buen rato contigo. Tras despedirnos, tú continuaste con tus cosas, escribiste algo y te marchaste a descansar.

Me quedé contemplándote mientras dormías… Recordaba lo que ocurrió hace años, cuando el mensaje de un ángel,  en sueños, disipó mis temores. Por eso, esta noche decidí enviarte un mensaje, ser tu ángel. No te diré muchas palabras… sabes que soy hombre de silencio… Tampoco tengo respuesta a todo lo que te preguntas… Soy un humilde caminante como tú.

En los mensajes del grupo veo bellas palabras que me recuerdan mi amor por María y Jesús; veo gratitud, bendición, alegría y reconocimiento… Pero la verdad es que no era yo el que tenía la fuerza, ni la grandeza. Todo era cosa de nuestro Padre Dios, quien me anunciaba que contaba conmigo para dar nombre a un Niño que sería el Salvador… Yo no sabía qué hacer, ni lo que se me venía encima… Pero la voz del ángel me confirmó en una misión. Dije sí. Nunca me arrepentí. Cada día, al lado de ese pequeño y de María significó MI VIDA, lo fue todo para mí.

Me dices que quieres tomarme como ejemplo… Me alegra si con eso puedo ayudarte. Pero, creo sinceramente que ya estás en camino.  Agradeces mi actitud de fidelidad, pero… ¿no es eso mismo lo que tú intentas todos los días?  Me dirás que no siempre lo consigues, que te sientes débil… Te escucho muchas veces pedirme  fortaleza… Pero, no siempre es cuestión de fortaleza… sino de dejarse modelar…

Me pides que te ayude a confiar… Te diré un secreto: Dios está con nosotros, siempre, en cualquier situación.  También en esta pandemia. Dios está  cuando se pierde el trabajo, o la salud, o la compañía de un ser querido o la misma vida. Me pasaba en Nazaret, que no era una vida fácil. Y sin embargo,  Jesús estaba ahí, pasando hambre con nosotros, fatigándose con nosotros, aguantando la explotación de los poderosos, igual que nosotros. Como dices, hay momentos muy difíciles. Pero podemos confiar en que Dios está, como estaba en aquel humilde Nazaret.

Te diriges a mí llamándome “protector”.   Te animo a que tú también te conviertas en protector: vigilante de la experiencia de Dios en ti y en los demás. Se necesitan personas que ayuden a cuidar la presencia de Jesús en medio de las situaciones y desafíos de hoy.

Sí, quédate abierto a las señales de Dios. Tú lo sabes, el querer del Padre se revela en cosas pequeñas, que aparecen, que no las buscas… Quizás nunca te imaginaste teniendo  tanta paciencia como ahora necesitas… Ahí está la serenidad de tu corazón y la alegría de los que te rodean. Me alegra saber que estás dispuesto a querer, sencillamente, lo que Dios quiere.

Me invocas como intercesor… Pero solo puedo hacerte partícipe de mi admiración por María, que siendo muy joven tenía una fe muy fuerte. Con ella a mi lado siempre sentí que nuestra marcha va de la mano de Dios.

Me conmueve escuchar tu deseo: un corazón pequeño para entrar en Nazaret. Creo que ese es el secreto de la vida. Hacerse pequeño para aprender. Yo pasé la vida mirando y aprendiendo de María y  de Jesús.  Eso me fue transformando. Y cuando eso ocurre, como tú deseas que ocurra en ti, el corazón se hace grande para compartirlo con los demás.

Hoy es día para entrar en Nazaret… Que mis pobres palabras te sirvan como puerta de entrada para conocer más a Jesús….

Quien te ama:

San José