Homilía del P. Elías Royón, SJ

Queridas hermanas:

Queréis iniciar vuestro Capítulo General celebrando el misterio de la Pascua del Señor; pan partido, sangre derramada; acogiendo la enseñanza de Jesús que se entrega y nos invita a hacer nosotros también lo mismo. La vida del cristiano y, en consecuencia, la de los consagrados debería estar atravesada por este espíritu eucarístico: partirse y darse para la vida del mundo; que nos reconozcan, como a Jesús, en el partirnos para darnos, para entregarnos.

Y lo celebráis en el año dedicado por el Papa Francisco a San José. Vuestro especial protector, a quien carismáticamente deseáis imitar en su vida sencilla, humilde y trabajadora de Nazaret; José que amó a Jesús con «corazón de padre», como afirma el Papa en su carta apostólica; Padre en la sombra, pero también padre en la valentía creativa, como lo define el Papa en esa carta y como vosotras lo habéis invocado en la oración por el Capítulo.

Un Capítulo General de una Congregación religiosa es siempre un momento importante no solo para la vida de ese Instituto, sino también para la vida de la Iglesia; es un momento eclesial; vuestras decisiones no son ajenas a la vida eclesial, como no lo son para la vida de todas las hermanas de vuestro Instituto. Esa es la responsabilidad de todas las que participáis en él; responsabilidad que deberá ir acompañada con el deseo de actuar según el Espíritu, con el corazón y la mente abiertos a la voluntad de Dios, para poder actuar inspiradas en esa «valentía creativa» de San José. Lo que dará unidad a todos vuestros trabajos será precisamente la pregunta: qué quiero el Señor de este Instituto en este momento de su historia y de la historia del mundo y de la Iglesia. Buscar con libertad lo que Dios quiere;  no, lo que nos gusta más, lo que se adapta mejor a ciertas modas dela cultura actual o qué conseguiremos en términos de eficacia mundana o prestigio social.

En vuestro Capítulo tendréis que hacer elecciones y tomar decisiones importantes, evaluar vuestra organización congregacional, sus estructuras, elegir un gobierno… Hacedlo todo con espíritu, con vida, dejándoos inspirar por la Palabra de Dios, escuchando qué quiere el Señor, qué servicio espera la Iglesia de vosotras. Para eso habéis pedido a lo largo de este periodo de preparación estas tres cosas: la capacidad de escucha y apertura a la novedad del Espíritu; tener una mirada nueva para saber apreciar los signos de vida y dar respuestas audaces a los retos que la realidad presenta a vuestra misión. Escuchar, mirar, responder… Escuchar al Espíritu, mirar al mundo, responder con audacia a la misión.

Por eso, acoged sin miedo los odres nuevos que son capaces de conservar los vinos añejos y nobles del espíritu del carisma fundacional y, a la vez, acoger los vinos nuevos que engendra el Espíritu. Hay auténtica renovación y sincera revitalización cuando desde la sabiduría que emana del Espíritu, se logra integrar el carisma congregacional con la creatividad del Espíritu que alienta y anima a cada una de las hermanas que forman parte del Capítulo. Caminando en sinodalidad; es decir, en comunión, participando todas, con un objetivo evangelizador desde la esperanza a la que hemos sido llamados, como reza vuestro lema.

Por eso, tenéis necesidad de invocar al Espíritu, y celebramos la eucaristía con los textos litúrgicos del Espíritu Santo. Ese Espíritu, fuerza renovadora que el Hijo resucitado nos concede. El Espíritu que hace nuevas todas las cosas; el Espíritu que ilumina las inteligencias para discernir, en la búsqueda del querer del Padre, que nos permite ver y reconocer todo como don y regalo del Padre; que hace posible que todo nos pueda hablar de Dios y nos lleve a Dios, como sugiere Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios. El Espíritu, en definitiva, creador de comunión y fraternidad, porque es dador de la diversidad de los carismas y creador de la armonía entre ellos, y por eso, creador de caminos de diálogo y de encuentro entre todas, en estos días del Capítulo.

Un Capítulo General siempre tendrá que contrastar el modo de proceder actual de la Congregación con la identidad que se describe en sus Constituciones, aprobadas por la Iglesia. Y en consecuencia, proponer elementos de renovación y revitalización de la vida y misión de cada religiosa, comunidad y obra apostólica, para que siga siendo en este mundo y en este momento de la historia «evangelio y profecía», sin olvidar la esperanza. Hoy, en la sociedad y en la misma Iglesia, no estamos sobrados de esperanza, y sí, con frecuencia de lamentaciones, de miradas nostálgicas al pasado. Parece que tendríamos esperanza y futuro si todo volviera al pasado, los números, los éxitos, el prestigio… cuando la esperanza es una virtud teologal, un don de Dios, unida a la fe y que se proyecta en la caridad. Quizás tendríamos que preguntarnos más por cómo estamos de fe, que cómo andamos de esperanza. Construyamos la esperanza sobre la roca de Jesús, que murió en una cruz abandonado de sus íntimos y elegidos; leamos desde la fe lo que nos habla el Señor en esta situación de pobreza por la que caminamos la vida religiosa y la misma Iglesia, y que solo Jesucristo sea «nuestro horizonte, y su Reino, la causa de nuestros desvelos», como tan preciosamente habéis dejado constancia en la oración a Jesús, Obrero de Nazaret.

 

Misa votiva del Espíritu Santo

13 de noviembre de 2021