Jueves Santo

 

Estos días, a pesar del confinamiento, o precisamente por ello, no es tan fácil hacer silencio. Intentamos ponernos en contacto con nuestros seres queridos, buscamos información, trabajamos, nos dedicamos a algo que nos gusta, vemos tele, mucho tiempo de whatsapp…

Pero hoy comienza el triduo Pascual, algo así como el corazón de nuestra fe. Vamos a ver a Jesús, el Hijo de Dios, tocar hasta el fondo la realidad humana de soledad, dolor y muerte. Pero, sobre todo, vamos a ver que nada ni nadie puede detener el AMOR de DIOS.

No hay otra forma de entrar, si no es intentando hacer silencio y tratando de contemplar al Señor en su Pasión.

 

PALABRA DE DIOS: Juan 13,1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»

 

INVITACIÓN A CONTEMPLAR:

“Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Una introducción solemne para presentar un gesto de lo más humilde: Jesús, de rodillas, lavando los pies de los suyos. Si en ese momento alguien extraño hubiera entrado en la sala buscando al Señor, no lo hubiera reconocido en aquel hombre arrodillado, realizando la tarea de los criados.

Pero ese es el modo de proceder de Jesús. No hay otro. El que pasó la vida haciendo el bien, vive con naturalidad este servicio que le sitúa a los pies de los suyos, de sus amigos, de aquellos a los que llamó, a los que quiere, en los que confía, a pesar de todo… Y al mismo tiempo, Jesús lo sabe: no hay tiempo para largos discursos. Tiene que explicarles, una vez más, en qué consiste el Reino de Dios con gestos muy concretos. Y este, no admite error posible: si el Maestro está entre nosotros como el que sirve, en la vida no nos queda otra cosa sino servir.

Con estas consideraciones es suficiente. Ahora, deja que la escena hable por sí misma, que te hable al corazón. Imagina el lugar en que transcurre la cena, mira a las personas, escucha lo que dicen, observa sus expresiones, sus diálogos, sus sentimientos…

Escucha a Pedro y su negativa. En el fondo, ¿no dirías también lo mismo?

Imagina que Jesús se aproxima a ti. ¿Qué sientes? Imagina tus pies concretos, tal como están… Tal vez quieres poner ante Jesús otras partes de tu ser, que también necesitan purificación. Dialoga con Él.

Acepta la invitación de Jesús para arrodillarte con Él y seguir su misión: lavar los pies de tantas personas, conocidas y desconocidas.

 

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