Mi sueño de vida religiosa

Sueño con una vida religiosa hondamente arraigada en el encuentro admirativo y entusiasta con Jesucristo y Jesucristo encarnado, que llama a seguirlo a pleno corazón, a tiempo completo y a pleno riesgo, convirtiendo a los llamados, dentro de la fragilidad humana, en «memoria viviente del modo de existir y actuar de Jesús» (VC, 22).

Sueño con una vida religiosa que viva bajo la acción del Espíritu que crea, recrea, renueva y transforma todas las cosas y que sea dócil al Espíritu siempre libre, sorprendente y, a veces, desconcertante, que empuja a los religiosos, siguiendo las huellas de sus Fundadores, a aventuras increíbles, llenas de creatividad y audacia, explorando caminos nuevos del Evangelio, buscando nuevas presencias, echando a andar, no por caminos trillados, sino por sendas inéditas que Él les sugiere y alienta. La pasividad, la instalación y el conformismo, por muy disfrazados que vengan de lógica y prudencia, no son signos del Espíritu.

Sueño con una vida religiosa que, en fidelidad creativa al espíritu de nuestros Fundadores, sea capaz de captar, como sismógrafo finísimo, las «deshumanizaciones» de nuestro tiempo, allí donde muchos no ven nada nuevo ni original, empujándola hacia lo fronterizo, lo marginal, lo urgente, aquello de lo que ni la sociedad ni otras instituciones de la Iglesia se ocupan.

Sueño con una vida religiosa profética que entraña, a la vez, la denuncia de la injusticia, de la opresión y del orgullo, de una sociedad fría y calculadora, y la proclamación de la solidaridad, de la libertad y la reconciliación, y todo esto, desde un irrestricto amor a Jesucristo y desde una vida coherente y un servicio gratuito y desinteresado.

Sueños con una vida religiosa volcada hacia la misión, que asume su compromiso, especialmente con los pobres y excluidos de este mundo y sus legítimas causas y lo expresa en clave de presencia, inserción (cambiar de «lugar» físico y social siempre ha sido uno de los modos usados por la vida religiosa para rehacerse) e inculturación, que es fruto de mucha contemplación, de exigente desprendimiento y de un gran amor a la gente. Sólo así se convertirá en generadora de una cultura de vida y de la civilización del amor, testimoniando que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas.

Sueño con una vida religiosa solidaria que se convierta en noticia viviente, que cuestione, interpele y abra nuevos caminos para todos los que buscan con corazón sincero, construir un mundo sin fronteras en justicia y solidaridad.

Sueño con una vida religiosa lúcida y creativa, capaz de comprometerse en la búsqueda de formas alternativas de vida, de organización de relaciones, de participación y comunión, y presentar una escala alternativa de valores: verdad, justicia, austeridad, modestia, amor y reconciliación.

Sueño con una vida religiosa que, al estilo de nuestros Fundadores, ame con fidelidad creativa a la Iglesia, y sea esencialmente Pascual, es decir, señal, símbolo, parábola y profecía del Reino.

Sueño en una vida religiosa que revele el rostro materno de Dios, es decir, su acogida, su misericordia y su amor gratuito y providente, y se convierta así en memoria viviente de la ternura de Dios y de la fuerza de su Espíritu.

José María Guerrero, s.j.