San Francisco Javier

Navarro, joven, deportista, alegre… Comparte habitación junto a otro estudiante, Pedro Fabro, cuando reciben a un tercero: Ignacio de Loyola. Las familias de ambos, en Loyola y Javier, tenían desaveniencias importantes. Ignacio está en la universidad, ya muy adulto en comparación de sus jóvenes compañeros, porque sabe que necesita estudiar si realmente quiere dedicarse a “ayudar a las almas”.

Iñigo quiere acercarse a Francisco. Ve en este joven un potencial enorme. Francisco se resiste. Más bien, mira de reojo y con desconfianza a Ignacio. Sigue con su vida de estudiante divertido, sin saber muy bien a qué dedicarse en el futuro, pero más bien pensando en un buen puesto, un puesto fijo, sin problemas… Iñigo le repite: “Francisco… ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Posiblemente, Ignacio está pensando en sus adentros: este joven, con tanta energía y ardor, con toda la vida por delante, ¿no será buen instrumento en tus manos, Señor? Pero la llamada es del Señor y solo cabe esperar con respeto que sea Él, el Señor, el que hable al corazón de Francisco.

Una noche, Francisco se derrumba… Abre su corazón a Ignacio. En el fondo… hay una búsqueda muy honda…

Comienza así, entre Ignacio y Francisco, una relación de amistad en el Señor intensa y profunda.

Francisco será uno de los primeros compañeros de Ignacio con los cuales funda la Compañía. Tanto se identificó con la llamada del Rey eternal que no dudó ni un minuto cuando Ignacio le propuso ir como misionero a las Indias orientales.

Allí vivió 10 años intensos, evangelizando, predicando, bautizando… siempre con el deseo y la ilusión de ir más allá.

La relación con Ignacio y los demás compañeros le sostenía en las adversidades, a pesar de la enorme distancia que les separaba. Guardaba las firmas de sus compañeros en un pequeño escapulario que llevaba colgado del cuello.

Por su parte, escribía a Ignacio cartas que podían tardar dos años en llegar a Europa. Esas cartas se leían en las universidades y servían como aliciente para que otros jóvenes se planteasen la opción radical por el Señor y la vida misionera.

Murió frente a las costas de China, adonde había llegado con el deseo de llevar el Evangelio más lejos y a más gentes.

“Señor, cinco talentos me entregaste,

he aquí cinco más que he ganado con ellos”.

FRANCISCO JAVIER SJ