El padre silencioso
Ring…ring… ring…
– ¿Es la residencia “Las Jaras”?
– Sí, ¿en qué le puedo servir?
– Por favor, ¿podría ponerse el señor Pepe Paderborn?
– ¿Cómo dice?
– El señor Pepe Pa-der-born.
– ¡Ah sí!, el alemán, como le decimos aquí.
– Señora es mi abuelo y quiero hablar con él.
– Un momento.
– Uhhh, un momento dice y llevo diez minutos esperando. Claro mi pobre abuelo no puede andar muy bien y tarda… Buenos días abuelo. Soy Javi, tu nieto, el pequeño. Llamo para recordarte que hoy es viernes, que te toca venir este fin de semana a nuestra casa.
Mamá esta muy contenta y dice que te quedarás hasta el domingo con nosotros. Yo también me alegro, primero porque mamá está contenta, segundo porque te quiero mucho y deseo estés con nosotros y tercero, porque me encanta que vengas y me cuentes historias y cuentos antes de dormir. Esta semana me puedo ir a dormir más tarde, porque he aprobado todo y ya no tengo deberes.
– Yo también os quiero mucho y me alegro de veros. ¿Cuándo venís a recogerme?
– Dice mamá que a las cuatro, cuando ella salga del trabajo.
– Bueno hijo ya estaré preparado.
Aquella noche Javi no podía dormir de emoción pensando que su abuelo iba a venir al día siguiente. ¡Le contaba tantas cosas bonitas! ¡Y también le daba la paga!, pero eso era lo menos importante.
Llegó el momento. !Qué alegría de verle de nuevo! ¡Desde la muerte de la abuelita no le había visto!
Por la noche, Javi no quería perderse su cuento:
– Abuelo, ya es hora de irse a la cama, estoy deseando que me cuentes esas historias tan maravillosas que tú sabes y que me gustan mucho.
– Vale, Javi. Nuestro cuento comienza así: En un pueblo muy lejano y muy pequeñito, en una casita también pequeña…
– ¡Jo, abuelo! ¡Todo es pequeño!…Vale sigue.
– Como te decía, en una casita pequeña, vivía una familia compuesta por el padre, la madre y un niño. Eran unas personas muy buenas y sencillas. Cada mañana, apenas amanecía, se levantaban. (No tenían cama como nosotros, sino unas esterillas en el suelo, pero, bueno, eso es igual). Apenas amanecía, los tres alzaban los ojos al cielo. Alababan a su Dios. Le pedían que aceptara su trabajo. Desayunaban algo… ¡Y a trabajar!
El padre era carpintero, y ¡qué carpintero! Trabajaba muy bien: hacía armarios, sillas, mesas y todos los del pueblo le encargaban muchos trabajos. No hablaba mucho, pero la gente le quería y le llamaban: “EL BUENO DEL CARPINTERO” que respetaba a su esposa, la amaba, era muy feliz con ella.
– ¿Cómo tú de bueno abuelo?
–La madre, era una señora joven, guapa, y también muy buena. Iba a la fuente a por agua, hacía las cosas de la casa, ayudaba a las vecinas.
–¿Y el niño, abuelo, también era bueno?
–¡Uy….el niño, el niño era buenísimo! Pero también hizo una trastada gorda.
–Cuenta, cuenta, abuelo.
–Una vez fue con sus padres a celebrar una fiesta, como si fuera, por ejemplo, el Rocío, que iba muchísima gente, rezaban, se juntaban los amigos, se divertían…
– ¿Y que pasó, abuelo?
– Pues que el niño se escabulló entre la gente, se despistó de sus padres, se metió en el Templo…
– Abuelo, ¿qué es eso del Templo?
– Eso es… como para nosotros la iglesia.
– Ah…claro, como dices que era muy bueno, quería rezar.
– Javi, no me interrumpas, porque me despisto.
– Sigue, sigue abuelo. ¿Y que pasó?
– Pues que sus padres se fueron de vuelta al pueblo y el niño que no aparecía. Se pasaron tres días. Al fin los padres, con mucha pena, volvieron al lugar de la fiesta y lo encontraron en el Templo con todos los jefes, los maestros…, vamos, hecho ya un maestro que les enseñaba a ellos. Los padres esta vez no le riñeron, pero le preguntaron que por qué había hecho eso. Total, que fueron de nuevo a casa y ya el niño se portaba bien. Hacía caso a su padre y a su madre, aprendía lo que le decía su padre y ya sabía muchas cosas de la carpintería.
El niño soñaba y soñaba cosas muy bonitas…
– Abuelo, ¿tanto dormía el niño? ¡Qué suerte, porque yo también quiero dormir mucho, pero me tengo que levantar pronto para el cole.
– No, Javi, soñaba pero sin dormir. Es como pensar despierto.
– ¿Y qué pensaba abuelo?
– Pensaba que el mundo entero tenía que ser como una gran familia, donde todos se quisieran mucho. Soñaba que él quería trabajar primero con su padre y luego ir por los pueblos, diciendo lo bueno que era Dios, que la gente lo supiera, para que fueran felices. Pensaba y soñaba que todos podíamos hacer cosas buenas, como las hacía él.
Y más cosas que ahora no me acuerdo bien y sería muy largo de contar y ya te está entrando sueño…
– Vale abuelo. Tú también andas un poquito despistao, y te estas durmiendo. Te has olvidado de tres cosas, que en otros cuentos me dices.
– Javi, esto no es un cuento, esto es una historia de verdad.
– Bueno, abuelo, no te enfades, pero te has olvidado decirme cómo se llamaba el pueblo, cómo se llamaban el padre, la madre y el niño…
– Es que ya tengo sueño. El padre se llamaba José.
– ¡Anda, se llama como tú!
– La madre, María.
– ¡Ay! ¡Como mi mejor amiga del cole!
– Y el pueblo se llamaba y se llama Nazaret.
– Vale, y no me has dicho aquello de siempre: «Colorín, colorado este cuento se ha acabado».
– No te lo he dicho, porque esta historia no está acabada, esta historia tiene que ser continuada.
– ¿Y cómo abuelo?
– Pues, verás, nosotros, todos, tenemos que rezar como lo hacían ellos. Tenemos que trabajar bien y con alegría. Tenemos que respetarnos unos a otros, como ese padre respetaba a su esposa y a su hijo. Tenemos que estar siempre atentos a lo que otros necesitan.
Así, formaremos una familia como la de ese pueblo de Nazaret. Y así habrá también mucha mucha gente que sea buena y todos hagamos un mundo muy bonito y seamos felices.
– Bien abuelo, me ha gustado mucho. Otro día me cuentas más cosas.
– Y ahora, ¡a dormir y a soñar! porque estoy que me muero de sueño.
– ¡Qué alegría tener un abuelo tan bueno y tan listo como tú!
– Dame un beso y… ¡a dormir!