Shalom

– ¡Shalom! ¿Me dejáis jugar con vosotros?

-Uhm… ¿Qué hacemos Samuel ¿Le dejamos?

– No le conocemos de nada pero tiene cara de bueno y no nos hará trampas.  Si las hace no le dejamos jugar más y listo.

-Bueno, vale, te dejamos. Ya decía yo que tú, Samuel ibas a decir que sí. Desde que estas sirviendo con el profeta, Elí, parece que siempre estas soñando, que te llama Dios, que oyes su voz y tienes que hacer lo que Él te diga. Bueno, porque tú lo dices, que juegue con nosotros.

– ¿Sabes jugar? Sí, venga tira, te toca, dale mas fuerte que no has atinado con la flecha, otra vez mas fuerte.

– Chaval, ¿tú donde vives?

– Aquí mismo, en el pueblo, en una casita pequeña, con mi padre y con mi madre.

– Ah, claro, con tus padres…

– Sí, mi padre es muy bueno, quería mucho, mucho a mi madre, pero ocurrió una cosa muy misteriosa con mi madre y…

– ¿Qué pasaría Samuel? Pues, no sé, que lo cuente él.

– Mi padre como le quería mucho, cuando se enteró de eso tan misterioso y maravilloso que le ocurrió a mi madre, estuvo a punto de dejarla, pero como era tan bueno, confiaba en el Dios de Israel, guardó silencio y no dijo nada a nadie de lo de mi madre, porque no le quería hacer daño. Estaba preocupado por ella y la quería dejar. Pero una noche en sueños oyó la voz de Dios por medio de un Ángel que le dijo: “No temas en acoger a María como esposa”.

– Ah ya… Y se desposaron.

– Tu padre debe de ser un hombre justo, bueno, callado, porque para hacer eso…

– ¿Y tú donde has nacido? ¿También aquí en Nazaret?

– No, aquí no, os lo voy a contar.

– Primero jugamos un ratito másy luego lo cuentas. ¿Jugamos a ver quien corre más? Cuando volvamos, como estaremos cansados, nos sentamos y nos cuentas donde naciste.

 

(Al cabo de un rato)

– Tú Samuel siéntate ahí, tú aquí, yo aquí y él que se siente en esta piedra y nos explique, porque parece que su historia es interesante.

– De acuerdo, os lo cuento porque sois mis amigos, pero no vayáis diciéndolo por ahí, porque a mi padre y a mi madre no les gusta que explique muchas cosas de ellos.

– Venga, vale, no diremos nada.

– Mi padre es descendiente del Rey David. Un día el Gobernador Cesar Augusto dio un decreto:  que cada uno tenía que ir a empadronarse allí donde hubiesen nacido, y mi padre y mi madre tuvieron que ir a Belén. 

-¿Oye, Samuel, tú sabes qué es eso de empadronarse?

– Claro, eso es que tenían que ir a dar su nombre porque el Cesar quería saber cuantas personas tenía en sus dominios.

– ¡Ah ya! Sigue. ¿Y que pasó?

– Mi padre y mi madre obedecieron esa orden, tomaron el borrico y se pusieron en camino hacia Belén. Llegaron muy tarde y hacía mucho frio, pidieron posada para pasar la noche y nadie les abrió la puerta. Al final tuvieron que ir a una cueva, en la que había animales, y estando allí mi madre dio a luz.

-¡Qué pena! Seguro que sufrieron de estar allí, sin abrigo, sin cuna. Y la gente un poco mala de no darle una habitación ¿Verdad?

-Me contaron que como había mucha gente, estaba todo lleno. Mucha pena claro, pero me han contado que, cuando yo nací, cantaron los ángeles, vinieron los pastores a verme, y también vinieron unos magos. Todos, querían conocerme.

-¡Qué importante eres majo! Continua, que esto se está poniendo muy interesante.

-Sí, pero un rey, que era muy malo, quería matar a todos los niños que habían nacido en aquellos días. Y de nuevo en sueños, un ángel le dijo a mi padre: «Toma al niño y a su madre, vete a Egipto y permanece allí, para que no se entere Herodes de dónde estáis, porque quiere matar al niño. El rey tan malvado creía que estábamos en Belén y mató a muchos niños.

-¡Qué rey tan malo! ¿No?

-Mi padre de noche, a mí y a mi madre, nos montó en el asno y llegamos a Egipto. Allí, estuvimos poco tiempo, porque otra vez el ángel en sueños se le apareció a mi padre y le dijo: «Toma al niño y a su madre y vete a tu tierra, porque el rey ha muerto».

-Oye, tu padre será muy bueno, pero un poco dormilón, porque otra vez en sueños lo del ángel…

-No, mi padre no es dormilón, lo que pasa es que, todo lo que Dios le decía por medio del ángel, lo escuchaba y lo cumplía en silencio.

– ¡Ah….ya! Sigue, sigue que tu historia nos gusta mucho.

– Bueno y… ¿cómo te llamas?  Porque aún no lo sabemos.

– ¡Cómo lo va a saber, si no se ha circuncidado!

-Claro que me han circuncidado. Mis padres cumplían todas las leyes. Me llevaron al templo. Como éramos pobres, sólo pudieron ofrecer una tórtola y dos pichones.

-¡Qué poco! Otra gente ofrece más…Pero bueno, eso no importa Sigue, sigue.

-Allí, había un sacerdote muy mayor, que servía en el templo. Me tomó en sus brazos, me alzó y dijo a mis padres: “Ahora ya me puedo morir, porque quería conocer a este niño y ahora tengo la suerte de tenerlo en mis brazos.

-Ya, ya, te haces el interesante, porque todo el mundo quería conocerte, pero no nos has dicho cómo te llamas.

– Es verdad. Mi nombre es  Jesús. Ahora voy a vivir siempre aquí, porque mi padre ha puesto un taller de carpintería. Somos felices, porque mis padres son muy buenos. Yo, algunas veces, hago cosas…

-¿Qué tú también te portas mal? ¡Nosotros, igual!  Tú, ¿qué trastada has hecho?

-Os lo cuento. Un día fui con mis padres al Templo a celebrar la Pascua y me perdí. Como había mucha, mucha gente me escabullí, y…no vi a mis padres y me despisté. Mis padres pensaban que estaba con unos parientes, se pusieron en camino a Nazaret y como yo no aparecía, se angustiaron y me buscaron durante tres días.

– ¡Qué gorda la trastada! ¿Y dónde te encontraron?

-En el templo con los maestros y doctores de la ley.

-¡Qué interesante no? ¿No te pegaron, por haber hecho eso?

-No, sólo mi madre me dijo: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con mucha angustia”.

-Y tú, ¿qué les dijiste?

-Yo….les dije que me tenía que ocuparme de las cosas de Dios.

-¡Vaya cara! ¿Encima pones a Dios como excusa? ¡Tienes unas cosas!

-Ya os he contado mi vida. Vosotros a mí, nada.

-Es que nosotros no hemos vivido tantas aventuras como tú. Bueno, Samuel algo, porque está con el profeta Elí, y dice que una vez oyó una voz por tres veces y que era la voz de Dios. Yo….tengo padres buenos, voy a la sinagoga a aprender pero poco más.

-Yo también voy a la sinagoga a aprender. Como sois mis amigos, os voy a llevar a mi casa para que conozcáis a mis padres, ¿queréis?

-Hecho, chaval, mañana mismo estaremos aquí, y cuando vengas vamos todos a tu casa.

 

(Al día siguiente)

-Shalom. Madre, estos son mis amigos.

-Shalom, pasad pasad. Me da mucha alegría que mi hijo tenga unos amigos tan buenos.

-¡Qué guapa! ¡Qué limpio lo tiene todo!

-Mi madre hace la comida, limpia la casa, va a por agua a la fuente, me hace a mí la túnica, ayuda a las vecinas. Me ha contado mi madre, que ella tenía una prima en otro pueblo lejos de aquí y cuando iba a tener un niño, ella fue a ayudarle y estuvo con ella tres meses. Yo aun no había nacido. Es buenísima… y guapa. Ahora vais a ver a mi padre que está en el taller.

-Shalom, shalom. Padre, estos son mis amigos.

-¡Qué alegría!

-Uh….qué taller mas grande, mira, mira Samuel que muebles tan bonitos, cuántas cosas hay aquí, un baúl, un armario, un banco….

– ¿Os gusta?

-¿Todo lo hace usted? Yo le voy a decir a mi padre, que cuando tenga que hacer un banco o un armario, se lo traiga a usted que trabaja muy bien.

-El niño quiere aprender y está atento cuando yo trabajo y hace lo que le digo.

-A mí me enseña mi padre muchas cosas. Me dice cómo tengo que utilizar el cepillo, la sierra. Me deja clavar clavos, pero me dice que tengo que tener mucho cuidado. Yo le obedezco en todo. Pero lo mas importante que me enseña es: «Mira niño, cuando trabajes, no te olvides de rezar al buen Dios. Trabaja siempre con alegría, y haz bien hechos todos los trabajos que te pidan». ¡Me dice tantas cosas bonitas! Hay que trabajar, sin darse importancia. Hay que amar a todo el mundo sin reclamar nada. Hay que luchar por los demás, aunque la gente no te aplauda. Hay que ser generoso, positivo, alegre. Si haces todo esto, serás feliz, tendrás paz, y sentirás dentro de ti, un gozo inmenso.

-Jo… Son cosas muy bonitas, pero no entiendo casi nada de lo que te dice tu padre, pero si tú lo entiendes y lo haces, seguro que serás feliz. ¿Podemos venir otro día y que tu padre nos enseñe cómo se hace todo esto?

-Bueno, amigo. Eres un poco despistado, nos presentas a tus padres, pero no nos has dicho cómo se llaman.

-Es verdad. Mi madre se llama María, Elegida de Dios. Mi padre se llama José, que significa protector, Dios añade. Y mi nombre, Jesús, significa Salvador. Formamos la FAMILIA DE NAZARET. 

Carmen Hernández Vicente, fsj

Comunidad de Jerez de la Frontera