EUCARISTÍA

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«Hagan esto en memoria mía…»

Lc 22, 19

Petición

Conocimiento interno de Jesús, que se parte y se reparte por mí,  para que más le ame y le siga.

 

Eucaristía

La última cena es como la culminación de lo que ha sido la vida de Jesús. Lo hemos visto entregando la vida como niño pequeño, en la vida oculta, en la vida pública, acercándose al mundo de los marginados… La Eucaristía resume la vida de Jesús en su entrega y anticipa la entrega de Jesús en la cruz. Jesús parte el pan, como ha partido y compartido su vida, para que tengamos parte con Él.

El primer nombre que se dio a la celebración de la Eucaristía era fracción del pan. El pan se partía y repartía. Era muy importante el signo de romper el pan. Ese es el sentido de esa última cena: Jesús se rompe para mí, por mí.

Es importante notar que, en el relato evangélico, los textos que hablan de la Eucaristía (Lc 22, 14 – 23) están colocados junto a otros que hablan justamente de lo contrario: los discípulos se ponen a discutir entre ellos sobre quién es el más importante (Lc 22, 24- 27). Y es que nos cuesta vivir una vida que suponga romperse. Quizás por eso, cuando Jesús sabe cercano su final, en sus últimas y pacientes enseñanzas, las que espera que sus amigos recuerden siempre, vuelve a hablar de servicio.

Jesús nos invita a hacer memoria suya. Nos deja la Eucaristía. Pero la Eucaristía no es una simple ceremonia. Es un gesto. A la ceremonia se le pide que sea bonita. Al gesto se le pide que sea auténtico. Jesús nos invita no a repetir un ritual, sino a que nuestra forma de vivir sea como la suya: que seamos hombres y mujeres dispuestos a partirnos y repartirnos por los demás.

Jesús concreta el amor extremo en un gesto muy cotidiano, muy sencillo. Nosotros habríamos pensado en algo espectacular. Pero cuanto más grande es el amor, más capaz es de concretarse, más capaz de atender a los pequeños detalles, más capaz es de encarnación. Este el desafío del amor: concretarse en los pequeños detalles de cada día.

 

La Eucaristía en la enseñanza de Francisco Butiñá

El P. Butiñá estaba convencido de la gran ayuda que supone para el creyente participar frecuentemente en la Eucaristía. Así se expresa en las cartas que dirige a su familia y en algunas de sus predicaciones, a pesar de que, en su época, la doctrina oficial era la contraria, es decir, la de reservar la comunión para ocasiones especiales. Fundamentándose en la vivencia de la Eucaristía en la Iglesia de los primeros siglos y en la opinión de los Santos Padres, Butiñá escribió “La comunión frecuente y diaria”.

“Hemos creído provechoso a las almas poner a su consideración los motivos que persuaden semejante frecuencia y animar a todos a que acudan lo más a menudo que puedan a esta fuente de vida”. (Prólogo)

Este libro no pasó la censura y no se le permitió publicarlo. Lo editaron las Hijas de San José en el año 1925, con ocasión de las bodas de oro de la Congregación. De hecho, las tesis de Butiñá fueron ampliamente confirmadas por la reflexión teológica posterior.

Transcribimos, a continuación, un breve fragmento de  la “Joya del cristiá”, en el que Butiñá presenta la Eucaristía en conexión con la totalidad de la vida de Jesús.

“Aquí tenemos un vivo recuerdo de los misterios de su vida. ¿Quién no admira en el sacramento la pobreza y humillaciones de Belén, el retiro y obediencia de Nazaret, las dulces enseñanzas de sus excursiones evangélicas? Aquí ora continuamente por nosotros, por nosotros igualmente se sacrifica en todo momento, presto a quedarse oculto en el sagrario o a presentarse públicamente a nuestras adoraciones, o ser trasladado como viático para consuelo de los que penan. ¡Oh caridad inmensa de Jesús!”

 

En la oración, imaginemos la escena de la última cena: las palabras, los gestos, los sentimientos del Maestro, la reacción de los discípulos… Vamos a sentirnos invitados a esa mesa de la primera Eucaristía.

En nuestro coloquio con el Señor, pidamos que no rutinicemos la vivencia de la Eucaristía, que le demos la importancia que tiene como fuente de vida en abundancia. Y que sepamos hacer de nuestra vida cotidiana una continua Eucaristía, como fue la de Jesús.

BENDICE MIS MANOS
 
Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar
sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular
y tengan la fuerza de bendecir y consolar.

Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad
y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie
para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.

Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz
y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos
al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman
y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.

Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.

Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría
con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.
 
Sabine Naegeli

 

Para compartir:

En la pasada Semana Santa, el día de Jueves Santo, muchos de nosotros compartimos en Pascua una fotografía del «altar» que en nuestras casas nos había ayudado a recordar la Eucaristía. 

Hoy, lo que proponemos es compartir nuestra «Eucaristía» de todos los días, ese «gesto» de partirnos y repartirnos todos los días por los demás, o bien, el gesto de partirse y repartirse que recibimos de alguien de nuestro entorno. Podemos hacerlo a través de una fotografía o de una frase.