PERDONADOS

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«Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos»

Lc 15, 30

 

Petición

En los Ejercicios Espirituales, Ignacio propone comenzar cada tiempo de oración con una petición. Se trata de “demandar a Dios, nuestro Señor, lo que quiero y deseo”. La oración siempre es un don de Dios, pero, con la petición, el orante orienta su deseo, se hace más consciente del “aquí y ahora” en el que estoy ante Dios.

Hoy lo que vamos a pedir es conocer internamente el corazón de Dios, que tiene su gozo en perdonar.

 

Las parábolas de la misericordia (Lc 15)

Pocos capítulos del Evangelio hablan tanto de alegría y fiesta como las parábolas que aparecen en Lucas 15.

Estas parábolas manifiestan cómo Dios toma la iniciativa, cómo busca…. No es el de la estadística, sino el de las personas. Le importa cada persona y es perseverante en la búsqueda. Cada una que se pierde es especial. Dios paciente, que permanece en una espera activa, es como el padre de la parábola, que no solo deja la puerta abierta, sino que se asoma sin cesar y se avanza a buscar. Llegado el momento de reencuentro, su ternura se desborda. Es el Padre que se alegra al perdonar.

En la “Joya del cristià”, el P. Butiñá describe así el regreso del hijo pródigo y el hallazgo de la oveja perdida:

“Fue recibido en los brazos del padre con transportes de alegría… Oh, cuánto más dulce es el cariño de nuestro Padre celestial, que como el buen Pastor corre en busca de la oveja perdida, y tan pronto como la encuentra, se la carga a sus espaldas lleno de alegría”.

Para la oración:

Elige una de las parábolas. Contempla, métete en la escena. Viaja con la imaginación a Galilea, años 30, e imagina cómo sonó por primera vez en labios de Jesús y cómo se sintieron conmovidos sus oyentes.

 “Alegraos conmigo”, se repite en este capítulo del Evangelio. Esta expresión tiene dos sentidos: es una invitación a la alegría, no solo por tener este Dios, sino también porque si nos animamos a perdonar como Él, experimentaremos un gran gozo.

Al terminar la meditación sobre el pecado, Ignacio de Loyola propone levantar la vista y entrar en un diálogo de misericordia con el Crucificado:

“Imaginando a Cristo, nuestro Señor, delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador es venido a hacerse hombre… Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo… El coloquio se hace propiamente hablando así como un amigo habla a otro…

Alegría, amistad… dos claves renovadoras, que nos permiten mirar nuestra limitación sin hundirnos, sino con la confianza de sabernos hijos, amigos, salvados.

MI EQUIPAJE
Mi equipaje será ligero, para poder avanzar rápido.
Tendré que dejar tras de mí la carga inútil:
las dudas que paralizan y no me dejan moverme.
Los temores que me impiden saltar al vacío contigo.
Las cosas que me encadenan y me aseguran.

Tendré que dejar tras de mí el espejo de mí mismo,
el “yo” como únicas gafas, mi palabra ruidosa.
Y llevaré todo aquello que no pesa:

Muchos nombres con su historia,
mil rostros en el recuerdo, la vida en el horizonte,
proyectos para el camino.
Valor si Tú me lo das, amor que cura y no exige.

Tú como guía y maestro, y una oración que te haga presente:
“A ti, Señor, levanto mi alma, en ti confío, no me dejes.
Enséñame tu camino. Mira mi esfuerzo.
Perdona mis faltas. 
Ilumina mi vida, porque espero en ti".

José M. R. Olaizola, SJ

 

Para compartir:

Para participar en esta alegría de Dios, entra en ese diálogo de misericordia. Pídele que te ayude a ver con sus ojos aquella situación o situaciones que necesitan perdón, reconciliación, misericordia. ¿Cómo describirías la mirada misericordiosa de Dios? ¿Qué transformación produce en ti esa mirada misericordiosa de Dios? Exprésalo con una palabra que puedes compartir con el grupo. Todos seguimos rezando por todos. 

Cristo de Javier (Navarra- España)