Francisco Butiñá y la misión compartida
Francisco Butiñá fue un jesuita inquieto por el problema social, hombre comprometido, con sentido práctico, realista. Queremos saber su opinión de cara a la participación de laicos y laicas que quieren vivir Nazaret con un sentido cristiano, descubriendo y profundizando en la espiritualidad del trabajo desde la vida cotidiana, como un camino al alcance de todos. Nos consta que su idea de comunitarismo económico, su proyección hacia el mundo trabajador y una muy concreta pasión por la promoción de la mujer, lo llevó a embarcarse en tan novedoso servicio a la Iglesia.
Muy posible que fuera esto lo que nos aconsejara respecto al tema que hoy nos ocupa, los «Talleres de Nazaret». Veamos:
Querido Padre Butiñá ¿Recuerdas? Fue un 13 de febrero de 1875. ¡Casi nada! Queriendo hacer mención de esta época tan señalada, viene a nuestra mente ese mensaje que nos dejaste de preocupación por el mundo del trabajo y del sin-trabajo, muy especialmente en el mundo de la mujer, que hoy para nosotras no deja de ser un reto, y por cierto, un reto demasiado audaz que compromete nuestras vidas.
¿Te parece bien, Padre, que hablemos de los Talleres Nazaret? ¿Qué nos dices de estos grupos que hoy, con mucha fuerza, quieren participar más activamente en esta tarea de recrear el Taller? ¿Nos escuchas, Padre? Es que quisiéramos hacerte unas preguntas. Ya verás…
¿Cómo debiera ser la relación entre tus Hijas y los laicos?
Mirad, Hijas, esta relación debiera consistir, lo primero, en crear lazos de comunión. Al principio serán lazos pequeños, como comunicación, trabajar en común, celebrar fiestas juntos, reuniones de reflexión…
Luego podréis profundizar con lazos que permitan compartir momentos importantes de vuestras vidas, vuestras relaciones, vuestros sueños, vuestras frustraciones y fracasos… lazos, en fin, de esa total sintonía espiritual que os pone en camino hacia Nazaret.
¿Sabes? A muchas de nosotras, no acaba de convencernos la propuesta de vivir la fe en comunidad con los laicos.
Sí, pero el carisma que yo os transmití genera una particular afinidad espiritual entre variedad de personas, y no puede quedar reducido a una «organización de trabajo». Es a vosotras a quienes corresponde velar por evitar que se desvirtúe lo más mínimo sirviendo al carisma que Dios nos ha regalado con profundo sentido de comunión, para ser ofrecido a todos como camino de realización humana y cristiana.
¿Cómo definirías estos «Talleres de Nazaret»? ¿Cómo tendrían que ser?
Mirad, tendrían que ser como una familia de cristianos que tienen: una vocación común, un común carisma, una común misión, una común organización…
¿Sería como una familia que comparte una misma misión…? ¿Crees que las Josefinas de hoy seremos capaces?
Esto quisiera que os quedara claro, los laicos y las religiosas josefinas, aunque os parezca que no, os necesitáis, sin embargo, parece que no deben ser los laicos y las laicas comprometidas los que suban al carro de la religiosas, sino más bien son la religiosas quienes tenéis que animar y empujar el carro de los laicos.
Es que nuestra relación con los laicos…¿Una familia? ¿Una misma misión? ¿Una misma organización? Difícil tarea, Padre.
Esta relación e interacción de religiosos-laicos os pide a unos y a otras un cambio de mentalidad; más aún, nos pide una calidad humana y espiritual de vida. Os pide mucha madurez.
Lo que sí debéis intentar es no quedaros sólo con el deseo. Hay que llegar a relaciones concretas; pero son más que eso. Sobre todo una conciencia y un espíritu, una pertenencia afectiva y efectiva. Pienso que ya estáis convencidas de que os queda mucho por hacer en esta dirección y hay que hacerlo con dinamismo y fidelidad. Si una familia espiritual es fiel a esta llamada, recuperará un nuevo rostro y un nuevo impulso misionero, y hará su mejor aporte a la evangelización.
¿Sabes, Padre? Los laicos dicen que no quieren ser sacristanes.
Y tienen razón. La presencia de los laicos en el mundo no debe ser para sacralizarlo (sería algo así como transformar toda la comida en sal), sino transformarlo colaborando con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad. Esta será una tentación a la que la Familia Josefina deberá hacer frente: no estamos en el mundo para venir a rezar a la Iglesia, sino para construir un reino de fraternidad llevando a Dios al trabajo, aunque para esto haga falta mucho tiempo de oración ante el Señor. Se trata de ser testigos seguidores de Jesús de Nazaret, que se comprometen a poner en juego lo mejor de sí para transformar la realidad.
Padre, ¿qué difícil para los laicos? ¿No?… Con su familia, su trabajo, su barrio y la sociedad…
Que os quede claro: los laicos aportan la experiencia irreemplazable de su conocimiento del mundo, en su pertenencia familiar, laboral y social. Ahí los laicos deben aportar su vida y su experiencia de Cristo, de Dios amor. Ellos están llamados a ser sal y levadura que da sabor y transforma la realidad en Reino de Dios. Y esto es así, de tal forma que la misión de la Iglesia sería imposible sin la presencia activa de los laicos adultos en todos esos lugares teológicos. En el símil del cuerpo, los laicos serían las venas y venillas encargadas de transportar oxígeno-espíritu a todos los rincones del cuerpo. Las religiosas debéis ser el corazón que bombea ese espíritu a través de las venas.
¿Debemos nosotras, Josefinas, reservarnos ciertas tareas funciones o responsabilidades?
Pues sí. Una familia con mucho aprecio y cariño. Teniendo en cuenta que esta relación de las religiosas Josefinas con el laico, miembro de esta familia espiritual, no debe ser la propia del jefe y el súbdito. Esta relación debe ser parecida a la que tienen los miembros de una misma familia. Con una relación madura y adulta, en la que unas veces se da y otras se recibe, y siempre se comparte. En esta relación no puede faltar un grupo animador que tenga claridad en el pensar, entusiasmo en el proponer y competencia en el conducir. Este conductor no tiene que ser necesariamente religiosa.
¿Será posible, Padre, que de cara a un futuro los laicos sean los coherederos de tu carisma…? Porque tú no eres un mero iniciador sino el Fundador que sigue inspirando, animando y sosteniendo hoy. ¿Es así?
Sí, yo encontré en Nazaret la identificación con Jesús Obrero y quise dar una respuesta evangélica al mundo de trabajador y esta intuición no se agota. Ya, desde los principios de la fundación quise asociar a la comunidad mujeres y jóvenes. Con el correr de los tiempos, se fue prescindiendo de ellas como si no se las hubiera necesitado hasta ahora.
Pero, ¿Laicos josefinos?
Sí, laicos josefinos, que pueden ser llamados. Es posible que en este momento no esté suficientemente explicitado y que haya que empezar a abrir caminos. La reflexión conjunta entre laicos y religiosas será el mejor cauce para avanzar por él desde estas tareas:
- Aglutinar diversas tareas en torno a la vivencia de Nazaret como eje de la misión específica.
- Diferenciar en cuanto suscita formas específicas de vida, dentro del mismo carisma para el bien de la misión.
- Estimular, es decir, empujar a cada miembro de esta familia a descubrir los diversos dones que Dios le ha dado para vivir con el trabajador el encuentro con Dios en la totalidad de la vidas, especialmente en el trabajo.
Padre, y si las religiosas perdemos un cierto poder…
Lo que sí quisiera es dejar muy claro que no estamos hablando de poderes, sino de servicio a un mismo Señor a la vez que servimos también a los hermanos.
No parece que la naturaleza de la identidad y misión específica de los religiosos esté en los servicios especiales que puedan prestar. Pero lo que sí debéis tener claro es que vuestra peculiaridad debe consistir más bien en dar testimonio de vuestra vida consagrada públicamente en comunidad. Es, por lo tanto, un signo claro y visible de la opción radical por Cristo a la que están llamados todos los cristianos. Es para todos un recordatorio y un ejemplo que infunde ánimo, precisamente allí, donde las fuerzas de las corrientes contrarias del mundo os pueden hacer desfallecer…, es decir, los laicos os necesitan como testimonio…y vosotras necesitáis de ellos para llevar a cabo la misión.
Padre, y cuando fundaste nuestra Congregación ¿sabías a lo que nos estabas comprometiendo?
¿Qué pensáis? ¿Qué entonces nos fue tan fácil? No, ni para mí, ni para las primeras Hermanas que os precedieron. Todos pasamos por grandes dificultades. Esto lo logramos inmersos en un mundo, actuando en él, trabajando en su transformación, orientando las realidades en proceso humanizador hacia el Reino, haciendo con nuestro compromiso que las semillas «ya depositadas por el Verbo» en las realidades temporales se desarrollaran y dieron frutos de vida.
Pienso Padre, que querrás acentuar algo que nos lleve a la reflexión después de este diálogo familiar y cercano.
Quisiera que os quedara claro que la misión de la Iglesia sigue siendo hoy la misma, la de anunciar la Buena Nueva, solo que ahora tendréis que hacerlo mucho más con las obras que con las palabras, para proclamar a Jesús de Nazaret y hacerlo presente siguiendo su camino de hacer el bien con vuestro testimonio de vida.
Por lo referente a los laicos quisiera que las Josefinas tuvierais muy claro que estáis en la Iglesia para el mundo; y los laicos están en el mundo para la Iglesia: las Josefinas necesitáis de los laicos para llegar a completar vuestra vocación hasta el último rincón; los laicos necesitan a las Josefinas para encontrar ánimo, fuerza, espiritualidad, ejemplo anticipado de fraternidad, sacramento del más allá.
Padre, esto parece un juego de palabras, pero sí las vamos a reflexionar, porque tus palabras siempre son muy bien acogidas por todas tu Hijas.
Mª Jesús Radigales fsj