Le pondrás por nombre Jesús…
Yo, José de Nazaret, fui un hombre sencillo y humilde, un carpintero de un pueblo pequeño. Nunca pude imaginar que Dios haría en mi vida tales maravillas.
Todo se lo debo a Jesús y María, ellos son los importantes. Por ellos viví y me desviví. Por ellos me entregué con amor al trabajo de cada día. Ellos me ayudaron a seguir creciendo en fidelidad a la voluntad de Dios, que tan misteriosamente se reveló en mi vida.
Seguramente conocen aquel pasaje del Evangelio, en el que se relata cómo fue el nacimiento de Jesús. Saben que al enterarme de su embarazo, estuve a punto de abandonar a María en secreto. La verdad es que sentí miedo. Lo que estaba ocurriendo en ella era demasiado importante, demasiado sagrado para un hombre sencillo como yo.
No se me ocurría otra cosa, sino quitarme de en medio… Nunca dudé de María. Pero para mí todo era demasiado difícil y misterioso. Por eso, pensé que sería mejor retirarme para que Dios continuara su obra en María…
Ya estaba resuelto a marcharme. Sería al día siguiente. Recuerdo que me parecía que sería imposible descansar, tan preocupado estaba. Pero, la verdad es que me quedé dormido. Y entonces fue cuando, en sueños, sentí la voz del ángel del Señor. Lo primero que me dijo: “No tengas miedo”. Y eso es algo que quiero transmitirles con fuerza: No tengan miedo… No son tiempos fáciles para la fe, para las familias, para vivir los valores del evangelio… Pero, tengan confianza. El Evangelio es una continua invitación a la confianza. Y puedo decirles, por experiencia, que Dios no defrauda, que realmente acompaña todos nuestros caminos hasta los más oscuros y difíciles.
Después me habló del hijo que María esperaba, obra del Espíritu Santo, fruto bendito que se convertiría en bendición para todo el pueblo.
Y por último, y esto me impactó profundamente, el ángel me anunció que sería yo el encargado de ponerle nombre a ese hijo. Le llamaría Jesús. En la cultura de Israel, poner nombre era algo muy importante. Poner nombre era reconocer la identidad y la misión de una persona. Era algo casi sagrado. Y he aquí que Dios estaba contando conmigo para darme esa responsabilidad.
No, ya no podía retirarme. Dios mismo me proponía una misión, un encargo, con relación al hijo de María. Ponerle nombre era asumir la paternidad, el cuidado, la educación del muchacho…
Y el nombre era también muy especial. Se llamaría Jesús, cuyo significado es: Dios salva. Se me anunciaban dos grandes noticias en una: que el hijo de María sería el salvador esperado. Y que yo tendría algo que ver en el crecimiento y la formación del muchacho.
Al recordar todo esto, quiero invitarles a saber asumir con amor y paz los compromisos que cada uno adquirimos en función de nuestra misión. Cada mañana, cada uno tenemos que asumir pequeñas o grandes responsabilidades. Demos nombre a nuestras tareas, a las personas que dependen de nosotros, a los espacios o actividades que tenemos que cuidar, a todo aquello en lo que nosotros podemos contribuir a mejorar la vida.
Y sepan que todo lo que les acerque a Jesús y María será una bendición para ustedes mismos y para las personas que dependen de ustedes. Cuenten con mi intercesión.
José de Nazaret
Ana Romero fsj