Orar con los que sufren

Si supieras lo difícil que es caminar por este sendero,
estar lejos de mi patria y de mi gente amada,
no me perseguirías, me abrazarías y, en mi llanto, me acompañarías.
Si tú supieras lo difícil que es sentirse solo mientras duermes en las vías,
me dirías “lo siento mucho, estoy contigo, seré tu amigo”.
Soy un solitario y para ti un extraño.
Tengo derecho a lugar por mi vida donde quiera,
porque al igual que tú, soy un ser humano.
Dios nos dijo: “ámense como hermanos, que entre ustedes no exista división”.
Si tú supieras de mí…
Si pudiera, cambiaría las fronteras y haría que fuésemos libres para cruzar.

Junior, acogido en la casa del Migrante de Saltillo (México)

PALABRA DE DIOS

“Cuando el extranjero habite con vosotros en vuestra tierra, no lo oprimiréis. Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Lev 19, 33-34).

Episodios de desplazamiento y desarraigo parecen acompañar siempre a la historia del hombre, que se ha visto obligado a salir de su tierra, unas veces buscando alimento o mejores condiciones de vida para los suyos, otras, huyendo para proteger su vida en peligro por ser fiel a su religión, o por mantener una opinión política… Ya en el Antiguo Testamento, los emigrantes junto con huérfanos y viudas ocupan un rincón privilegiado en el corazón de Dios. Son hombres y mujeres desposeídos de todo, pero portadores de una bendición.

SUGERENCIAS PARA LA ORACIÓN

Esta oración puedes hacerla con ayuda del periódico, de las agencias de noticias presentes en internet…
Déjate impactar por las imágenes, por las historias. Intenta comprender el drama de las personas, imaginar sus sentimientos de angustia, abandono, soledad, impotencia… Son seres humanos con derecho a vivir, a soñar, a ilusionarse… ¿y dónde quedarán sus sueños? ¿Cómo podrán seguir confiando?
Reza por ellos. Reza con ellos.

Quizás no pueda cambiar la realidad de los que emigran, pero sí puedo elegir la actitud con la que respondo a ese sufrimiento. Conocer su dolor y sensibilizarme con él, me ensancha el alma y me revela el rostro de Jesús. Sentirme próximo a su vulnerabilidad, rezar por ellos y estar atento a mi forma de situarme ante esta realidad social, tiene que ver con la manera en que acojo y hago vida el Evangelio.