Secuencias

Galilea, año 0. «Fue enviado el Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret…» (Lc 1,26-27).

 «A los seis meses envió Dios al Ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, que se llamaba Nazaret, a una joven prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre, José; la joven se llamaba María…»

La cosa comenzó en Galilea. Dios eligió el Taller de Nazaret como puerta para entrar, hecho hombre, en nuestro mundo. La escena de la anunciación ha sido siempre motivo para pintores y artistas. Sólo desde la poesía y la belleza, sólo desde esos ojos interiores que os presta el Espíritu podemos ver estas cosas.

Al Taller, en el año 0 de la era cristiana y hoy, se entra siempre por la encarnación de Jesús, por el Fiat de María y por las dudas y la entrega de José.

Galilea, año 12. «Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todas las cosas en su interior. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres» (Lc 2, 50-52).

«Ellos no comprendieron lo que quería decir. Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.»

A Nazaret se baja. Después de nacer en Belén, después de revelarse en el templo, después de cualquier subida, humana o divina.

Por estos años a José le siguen encargando trabajillos. Un arado romano que se ha puesto de moda, un yugo, una puerta, el ventanillo para guarecerse del frío del invierno… Pocas cosas más, pero van tirando.

No había llegado el feminismo, y María, la mujer buena, de profesión sus labores, cuidaba el fuego, el agua, el pan, el geranio, la vida. Así de sencillo.

Tampoco se habían escrito los Derechos del Niño, y a Jesús no lo vacunaron ni contra la polio, ni el sarampión, ni la viruela. Pero crecía, se iba haciendo hombre por dentro y por fuera, ante el Padre y ante sus padres, a la vista también de sus amigos y vecinos.

Todo tan sencillo, tan de pueblo, tan normal. Una familia, un Taller.

Todo tan hondo, tan grande, tan liberador. Un Dios que nos ama, nos acoge y nos salva en la pequeñez y en la osadía del diario vivir. Una carpintería que entre maderos,   sierras  y  martillos  es  testigo  del paso   del Antiguo   al Nuevo Testamento. Dos personas buenas, José y María que se fían de Yahvé y le dejan hacer, y que guardan las cosas en el corazón porque no entienden.

Galilea, año 30 (mas o menos). “Fue a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga; la mayoría de la gente, al oírlo, se preguntaba asombrada; «‘¿De dónde saca éste, esto? Si es hijo del carpintero…» Y aquello les resultaba escandaloso (Mc 6, 1-3).

«… Se marchó de allí y fue a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la mayoría de la gente, al oírlo se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca éste eso? ¿Qué saber le han enseñado a éste para que tales milagros le salgan de las manos? ¡Sí es el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón! ¡Si sus hermanos viven con nosotros aquí!»’

Hacía tiempo que las cosas iban cambiando, lo veía María.

Una tarde, Jesús se hecho la chaqueta al hombro, le dio un beso a su madre, cerró el Taller y se fue. Marchó en dirección al Jordán a buscar a su primo. O quizá a buscar a su Padre.

Ya había intuido María y lo había conversado cuando vivía José: «Este hijo no es para gastarse y morir en la carpintería”.

Madre e hijo habían cruzado miradas interrogantes, habían esbozado palabras que no llegaban a salir a flor de labios. Para Jesús tampoco fue todo fácil, ni claro,  pero el corazón marcaba un camino y había que seguirlo.

Cuando se encontró con un grupo de amigos que querían seguirle volvió con ellos a Nazaret. Hay que volver a Nazaret. Cuando se puso a hablar de Dios en la sinagoga de su pueblo, los vecinos no le creyeron y, quizá, los discípulos tampoco entendieron lo que estaba pasando. Era demasiado fuerte el mensaje ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Desde cuándo un Taller iba a ser el lugar de la revelación de Dios, de la vida de Dios? ¿Cuándo se ha oído que un fariseo, un sacerdote, un obispo, estudien y se formen trabajando manualmente y no sean más que obreros? «Y les resultaba escandaloso».

Cataluña, año 1875. «Sus casas se llaman Talleres de Nazaret. Tienen como modelo aquella pobre morada donde Jesús María y José ganaban su pan con el sudor de su rostro».

A finales del año anterior ha estado en Calella un hombre que sueña con hacer realidad la utopía del Evangelio. Hace poco que vino de Salamanca donde, contra el parecer de muchos, comenzó una «nueva Congregación». Pero aquí, de repente, ¿qué va a encontrar? Casualmente, ese mismo verano llegaron al pueblo unas sencillas mujeres buscando casa y trabajo y han dado en llamarse a sí mismas «trabajadoras cristianas».

Butiñá encuentra en este grupo la semilla del Talle que sueña llevar a cabo: son mujeres, son pobres, tienen otras puertas cerradas, son trabajadoras, quieren seguir del todo a Jesús y no pueden. El día 13 de febrero ningún periódico dio la noticia, ni siquiera un documento guardó constancia y memoria del hecho, pero ese día comenzó el primer Taller de las Hijas de San losé. María Gri, María Comas, Dolores… Sus nombres y sus rostros se pierden en el anonimato de las mujeres del pueblo.

El Taller es para ellas y para la mujer trabajadora, vive con ellas y con la mujer trabajadora. Encuentra su modelo en Nazaret y quiere ser Nazaret para hoy. Busca que, en los modernos talleres del trabajo industrial y fabril, también hoy se encarne Dios; quiere que el hombre y la mujer trabajadora crezcan ante Dios y ante los hombres; lucha para que la persona sea lo más importante del Taller, para que se hagan presentes valores de solidaridad y de igualdad. El Taller nace como una parábola que narra el evangelio de Nazaret en el mundo del trabajo.

Europa, América, África… año 1996…

«Todos vosotros, hombres y mujeres del trabajo, que deseáis vivir vuestra vocación cristiana a la luz de Jesús Obrero, siendo fermento evangélico en medio del trabajo, estáis llamados a entrar en este camino, a vivir este proyecto de vida, a participar de esta espiritualidad y misión Josefina formando parte de los Talleres de Nazaret» (Talleres de Nazaret, Evangelio del Trabajo).

Ha comenzado una nueva etapa. Es nuestra hora: la tuya y la mía,

Ma Jesús Aguirre Ortigosa, fsj