JESÚS EN SU VIDA OCULTA

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«Bajó con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndolos. Su madre conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y ante los hombres».

Lc 2, 51-52

Petición

Pedimos conocimiento interno del Señor, que por mí ha pasado treinta años en la vida oculta, como uno de tantos, para que más le ame y le siga.

 

La vida oculta de Jesús

La mayor parte de la vida de Jesús es vida «oculta». Algo que no va con nuestra lógica: si hubiéramos diseñado nosotros la historia, con tanto que había por hacer, no hubiéramos permitido que el Salvador pasase tanto tiempo oculto en una aldea desconocida, sino que se hubiese puesto enseguida a la tarea de predicar, hacer milagros, etc. Sin embargo, la lógica de Dios es diferente.

Sobre la vida oculta no hay mucho que decir. Por eso, desde el principio se intentó llenar con muchos apócrifos, relatos maravillosos sobre el niño Jesús haciendo milagros en Egipto o en Nazaret. La Iglesia tuvo que decir que eran falsos, para dejar claro que el estilo de Dios nada tiene que ver con lo espectacular.

Adornar Nazaret con cosas extraordinarias es desconocer Nazaret. No sabemos lo que pasó, pero sí sabemos lo que no pasó. Los vecinos de Nazaret se enfadan cuando Jesús se presenta en público, porque no era más que el hijo del carpintero, que había vivido como uno más.

Cuando el P. Butiñá se refiere a Nazaret, subraya esta “normalidad”. Dice explícitamente que Jesús, en Nazaret, no hizo milagros – ni siquiera para socorrer la necesidad de sus padres – sino que asumió una vida de pobreza y de trabajo manual.

“Entra en la casa de Nazaret, habitada por el Hijo de Dios, por el Rey de la gloria, y encontrarás a las tres personas más nobles que han vivido bajo la capa del cielo, ocupadas en trabajos mecánicos. Habrías visto allí en un rinconcito a la Reina de los ángeles, con el huso en la mano, hilando como una pastorcilla; en otro, San José, devastando un tronco a golpes de hacha, y en medio a Jesús, Hijo de Dios vivo, dedicado también a su tarea” (Les Migdiades del mes de maig).

¿Por qué este ocultamiento? El estilo de Dios es la sencillez, la discreción. La sabiduría de los Evangelios tiene que ver con saber vivir lo pequeño, lo cotidiano.  Esto que se gesta en Nazaret, y continuará en la vida pública, cuando Jesús se acerca a los humildes, a los que no tienen a nadie, cuando cura y pide que no lo cuenten, cuando no hace milagros en provecho propio, cuando dedica tiempo a los niños…

Nazaret es un lugar humilde, sin relieve, sin historia. No aparece en el Antiguo Testamento. Jesús se encarnó y pasó por Nazaret sin que nadie se diera cuenta de nada. Pero tenemos que contemplar a Jesús ahí, sumido en la rutina cotidiana de los pobres. Muchas veces, nosotros queremos escapar de lo cotidiano, o sencillamente, lo vivimos “por encima”, sin profundizar en su sentido. Y sin embargo, en lo cotidiano se hace presente Dios.

“A la vista de tan excelente modelo, ¿quién se avergonzará de su profesión, por despreciable que parezca? ¿Quién rehuirá el trabajo, al ver al mismo Hijo de Dios humanado para manejar el hacha, tirar de la sierra, apretar el cepillo? ¿Quién tendrá ningún oficio por humillante al contemplar ocupado en faenas mecánicas al que bajó de los cielos para regenerar el mundo?” (“La luz del menestral”).

 

Nazaret es lugar de trabajo. El trabajo, cualquier trabajo, es lugar de bendición. Hacer las cosas con responsabilidad, con primor, es un modo de participar en la obra del  “Salvador”.

“La casa de Nazaret es escuela de perfección de nuestras obras ordinarias, donde hemos de aprender a practicar con rectitud de intención y con la mirada siempre puesta en Dios nuestras más menudas obligaciones, nuestros más nimios deberes, y a buscar el Reino de Dios y su justicia en nosotros mismos, que es donde se halla, según dijo Cristo nuestro Señor” (“El hogar de Nazaret”).

 

Nazaret es lugar de relación, donde Jesús se relaciona con sus vecinos, con sus amigos, con la gente que llegaba, que pasaba por los caminos, que sufrían las injusticias de su tiempo, que padecían enfermedades, que gozaban de las pequeñas cosas, que se ayudaban en la construcción de un edificio… Hemos de imaginar al Hijo de Dios metido, como uno más, en esa red de relaciones sencillas, en las que Él va adquiriendo la “sabiduría” de la vida. Hemos de mirar cómo Jesús se relaciona con la gente, y reconocer que saber tejer relación con las personas es también salvador. Reconocer en el otro la presencia de Dios nos hace más humanos.

 

Nazaret es lugar del otro, del diferente. Estamos acostumbrados a dividir a los nuestros y a los otros, a distinguir entre lo que me toca y lo que no me toca. En Nazaret, Jesús está atento a todo: a las tareas del campo, las labores de las mujeres, los dichos populares, la experiencia religiosa de sus padres… Cuando llegue a la vida pública, no hablará como un maestro teórico, sino como un testigo, que comunica su experiencia con palabras sencillas, que habla de la vida real, con un lenguaje concreto, con un profundo conocimiento del contexto social, económico, religioso…

 

Nazaret es un lugar de búsqueda. A veces, no caemos en la cuenta de que Jesús  también tuvo que madurar y buscar el plan de Dios sobre su vida, como nos ocurre a nosotros. No lo sabía todo desde el principio. Jesús busca la voluntad de Dios, la busca en Nazaret hasta que siente que Dios le pide un cambio en su tarea. Buscar es lo propio de nuestra vida.

Todos dependemos mucho de lo que ha sido nuestra vida cotidiana. No se ahonda en lo humano y lo divino a cualquier ritmo. Nadie se inventa a los 30 años. Jesús tampoco. Para crecer, hay que bajar, hay que hacerse entero en lo pequeño. Solo así puede llegar un momento en que se digan las bienaventuranzas, que son como el autorretrato de Jesús.

 

Para la oración: 

Contempla la vida oculta… Sobre todo contempla. Déjate empapar por la bienaventuranza de Nazaret… Dialoga con los tres, con María, con José, con Jesús… Que cada uno te hable de su experiencia y que esta comunicación ilumine la tuya.

 

 

VOLVERNOS PEQUEÑOS
 
Que la vida nos vuelva pequeños,
frágiles, vulnerables.
Que se lleve como agua del río
nuestros secretos orgullos,
nuestras grandes ambiciones.
Que nos conmuevan, como de niños,
las palabras y gestos de ternura,
los sucesos y gritos del dolor
Desandemos ya los pasos
que nos llevaron equivocadamente
a creernos reyes empinados
sobre todos los valles
y escenarios de este mundo.
¡Cuántos desengaños, traiciones
y magulladuras en nuestro corazón!
Vuélvenos, como en la infancia,
la atención hacia la fantasía,
hacia los secretos del universo,
hacia las cosas anodinas.
Y entre risas, juegos y silencios
perder sin más nuestro tiempo,
y ganar, al fin, nuestra vida.


Seve Lázaro, sj

UNO DE TANTOS (Mariela Carrera fsj)

Para compartir: 

Si es posible, ¿podrías compartirnos una fotografía de tu «Nazaret»? Junto a la foto, envíanos una palabra, con la que expresarías tu alabanza desde lo cotidiano.