Bienaventuranzas de Nazaret

Felices los que tenéis alma de pobres, los que estáis convencidos de que Dios puede pedirlo todo.

Felices los mansos, los que os dejáis incomodar por la Palabra de Dios.

Felices los hambrientos, los que nunca os saciáis con lo hecho y siempre trabajáis por lo mejor.

Felices los que sabéis perdonar, los que dais el primer paso y devolvéis bien por mal.

Felices los que tenéis la mirada limpia y el corazón humilde, incapaz de dobles intenciones.

Felices los artesanos de la paz, los que aceptáis las diferencias, los incansables pacificadores.

Felices los que os parecéis a Dios, porque Dios se aparece en vosotros.

Ninguna otra faceta de la vida de Jesús nos es tan querida, tan sencillamente significativa, tan luminosa como ésta de Nazaret.

Todos cuantos formamos esta Familia Josefina, nos adentramos en este sendero de Jesús, poniendo nuestro corazón a punto para recibir el don de ser puestos junto a él, con María y José, en esta Bienaventuranza de Nazaret.

Juntos nos acercamos a Jesús Obrero y le vemos salir del Taller de José como Profeta, ungido por el Espíritu de Dios, camino de gracia para la liberación, comprometido con la justicia, conocedor del llanto humano, en su corazón lleno de ternura y misericordia.

A la sombra de José ya había vivido intensamente, en toda su plenitud, todo lo que ahora ofrecía como camino de felicidad para el hombre.

A tu sombra, José, en el Taller, queremos estar, permanecer, sentir, gustar internamente y seguir escuchando de Jesús: «¡feliz tú, si crees, oras y vives el Evangelio de Nazaret!»

¡Feliz tú, si sabes encontrar el verdadero rostro de Dios en el trabajo,

si has descubierto que lo único esencial en la vida es el amor,

si te dejas amar y amas, si te mantienes en el amor,

aún perdiendo de tu parte, arriesgando tu vida,

tu nombre, tu fama, hasta el final!»