Bienaventurado José

El Evangelio apenas ofrece «información» sobre José. Sólo que era carpintero y que el nacimiento de Jesús fue para él un acontecimiento misterioso, que finalmente acogió en fe, posiblemente movido por un gran amor a María.

Luego vinieron los largos años de vida cotidiana en Nazaret, en los que José está, permanece y desaparece en silencio… sin que nada más se diga sobre él.

Pero de José podemos saber a través de la experiencia que Jesús narra y vive en su vida pública.

¿De quién aprendió Jesús que se puede ser feliz, bienaventurado, en medio de la escasez, de la persecución y de otras muchas dificultades, con la única condición de vivir de cara a Dios y a los hermanos? ¿De quién aprendió a ser justo y solidario? ¿Con quién recorrió los caminos de Nazaret y sus alrededores en busca de trabajo? ¿Con quién sufrió la inseguridad propia de los jornaleros? ¿Junto a quién se asomó al drama de los enfermos, de los marginados, de las gentes tenidas por malditas y pecadoras?

¿De quién aprendió Jesús esa sabiduría de la vida que consiste en dar tiempo para que nazcan y crezcan semillas? ¿De quién aprendió a construir sobre roca? ¿De quién aprendió que Dios es sorprendente, como el dueño de un gran campo dispuesto a pagar a todos por igual, comenzando por los últimos? ¿O que Dios es providente como el sol? ¿O que es bueno como un pastor? ¿De quién aprendió Jesús que Dios es bueno como un padre?

Dice el Evangelio que Jesús crecía en edad, estatura y gracia… Podemos imaginar ahí a José, alentando y cuidando ese proceso de crecimiento, por el que Jesús llegará a ser un hombre fuerte, arriesgado, positivo, generoso…

Una de las cosas que, después de la Pascua, quedó grabada en la conciencia de sus amigos es que Jesús trataba a Dios con la familiaridad de los niños al dirigirse a su «Papá». Una experiencia religiosa única, que nos hace pensar en una experiencia humana de relación paterno-filial también muy especial. Así como el niño, el joven Jesús experimentó el cariño y la protección de su papá José, así el adulto Jesús experimentaba la cercanía, la implicación compasiva y misericordiosa de Dios- Abbá con todas sus criaturas.

Llamar a Dios «Papá» no solo era un «atrevimiento», sino una manera de revolucionar la imagen de Dios y la relación con las personas. Porque llamar a Dios «Papá» traía como consecuencia sentir a los demás como hermanos, sentir la fraternidad hasta las entrañas, hasta dar la vida.

Dentro de unos días contemplaremos a Jesús entregando la vida en la cruz; entregando la vida por la experiencia de Dios «Papá», por haberse relacionado y comprometido con los demás como «hermanos». Recordemos la causa de la condena religiosa que llevó a Jesús a la cruz: llamarse a sí mismo Hijo de Dios.

Ante quienes le acusaban con falsos testimonios, Jesús no podía decir otra cosa, aunque con ello firmara su sentencia de muerte. No podía renunciar a la experiencia que llevaba en su corazón: la presencia de Dios-Papá, del Dios de la vida, de los pequeños, de los pobres…

Estos días de Pascua nos invitan a acercarnos a los sentimientos de Jesús en su Pasión. En su agonía, Jesús pudo recordar su infancia y juventud. Sus padres, José y María ocuparían una parte muy importante de sus recuerdos. Al pie de la cruz estaba su madre… Su padre, el bienaventurado José, ya le esperaba en el seno de Dios.

La proximidad entre la fiesta de San José y la Pascua me hizo preguntarme por el modo en que José estuvo presente en la Pasión pero, sobre todo, en la Resurrección. En sus Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola invita a contemplar la aparición del Resucitado a su Madre, aunque no consta en ningún lugar de la Escritura. Y entonces, aunque no aparece en ningún lugar de la Escritura… ni tampoco en los Ejercicios de San Ignacio…creo que no sería tan descabellado imaginar y contemplar el encuentro entre el Resucitado y su querido papá José, del que tanto humanamente aprendió y al que tanto amó.

Ana Romero fsj