Con José, el carpintero

Oh, San José, siempre tan dulce, tan paciente,
tan contento del trabajo terminado,
concédenos hacer nuestro trabajo de hoy
en un ambiente de recogimiento.

Querido José, siempre tan pacífico y tan confiado,
tú que solo te sorprendes un poco
cuando el ángel te pide tomar a María por esposa,
alcánzanos la flexibilidad de la madera,
que primero estalla en pedazos
pero se deja pulir y cepillar según la voluntad de Dios.

José, hombre pobre,
que tuviste que desprenderte de todo,
incluso del Rey de reyes,
alcánzanos la pobreza suprema,
aquella que agrada a Dios,
más que todos los sacrificios:
la pobreza del corazón.

Carmel d’Avranche