Cristo y los obreros

Publicado en el «Apostolado de la prensa», se trata de una breve y original obra en la que, a través de un diálogo entre dos personajes, un abogado y un obrero, se presenta una historia del trabajo. Está sin firmar, pero el P. Blanco Trías se lo atribuye al P. Butiñá. 

En esta breve obra, Butiñá presenta a Cristo Obrero, lo ofrece a los trabajadores, no solo como modelo y Salvador, sino como compañero. Esta es una buena noticia en el siglo XIX, cuando el trabajo industrial, sacudido por tanta injusticia y convulsión social, parecía dejado de la mano de Dios. Y sin embargo, Dios no podía estar más cerca, más dentro. Esta sigue siendo una gran noticia para nosotros, trabajadores y trabajadoras del siglo XXI. El «nuevo vínculo» que une con Jesús a través del trabajo se ofrece también para nosotros. 

 

“Voy a presentarte hoy la celestial figura de Cristo obrero, para que la tengas siempre presente en tu corazón, en la seguridad de que ha de servirte de consuelo”, (Cristo y los obreros, pág. 32). 

 

“De José aprendió Jesús el oficio de carpintero, y en su taller trabajó asiduamente para ayudar al padre a levantar las cargas de la familia… Cuando te parezca duro el trabajo, penetra con la imaginación en aquel pobre portalico de Nazareth y contempla a Jesús y a José entregados a la ruda faena de aserrar un tronco o descortezar un madero para hacer un rústico mueble que cambiar luego por un pedazo de pan, mientras la bienaventurada María cumple sus deberos domésticos limpiando la casa o preparando la frugal comida o hilando la ropa con que se han de vestir aquellos hombres a quienes ella ama con amor purísimo y santo” (Cristo y los obreros, pág.35).

 

“Su vida (la de Jesús) era austera y sencillísima: trabajaba durante todo el día; oraba y descansaba por la noche, aunque puede decirse que en él la oración era continua… El, que a los doce años había causado admiración a los doctores más famosos de la Ley, gustaba de conversar con los niños, con las mujeres, con los pobres, con los despreciados y pequeñuelos. Era inagotable su caridad a pesar de su gran pobreza: de sus manos recibieron mucho bien los infelices, y de su boca oyeron los desgraciados consuelos de valor inmenso” (Cristo y los obreros, pág. 37). 

 

“De ser compañero de trabajo de Cristo, solo el obrero puede gloriarse, y esta gloria no la tienen ni los sabios en su ciencia, ni los guerreros con su poder, ni los comerciantes con su riqueza: Cristo fue obrero, y tú y todos los que como tú trabajáis con vuestras manos, tenéis un nuevo vínculo que os une a Jesús y os obliga a honrarle más cada día” (Cristo y los obreros, pág. 37).

“Los obreros, y mayormente los carpinteros, fuimos muy honrados por el Señor, porque, como quien dice, el Señor era de nuestro gremio” (Cristo y los obreros, pág. 40).

 

“Para que le ayudasen en la predicación, y para que después de la muerte del Señor enseñasen su doctrina a todas las gentes, escogió varios discípulos; y aunque había en el país sabios y sacerdotes que conocían profundamente la Escritura, prefirió Cristo a unos humildísimos obreros que ganaban su vida ejerciendo la profesión de pescadores” (Cristo y los obreros, pág. 40).

 

“La predicación de Jesucristo fue un elogio continuo de la pobreza, del trabajo, de la sencillez, y una constante censura de la riqueza estéril, de la holganza y de la soberbia. Sus palabras forman la más admirable doctrina que ha oído el mundo, doctrina en donde resplandece la justicia al lado de la caridad” (Cristo y los obreros, pág. 45).