¿De Nazaret puede salir algo bueno?

INTRODUCCIÓN

El pesebre, la cueva, Belén y Nazaret forman parte del mismo misterio del Verbo Encarnado. Tanto Nazaret como Belén, el pesebre y la cueva son referencias simbólicas sin las cuales no podemos hacer orar el Evangelio, ni plantearnos la misión en profundidad.

No podemos entender la Palabra de Dios, si no es en y desde su expresión de la Encarnación. En y desde el misterio de la Encamación histórico, en y desde el misterio de la Encarnación en la historia de nuestros días. No podemos llevar adelante la misión, si no es desde el principio de Encarnación.

Hemos de ir a las grutas, pesebres y cuevas de nuestros días y desde ahí, leer, estudiar, orar y contemplar la Palabra de Dios. La cueva y la gruta de Belén y aquel pueblo tan pequeño y sencillo que fue Nazaret, no son símbolos convencionales, sino realidades simbólicas, profundamente religiosas, que exigen su concreción histórica, para que realmente sean realidades de fe y puedan llegar a ser epifanía del Verbo en el hoy de nuestra historia.

 

NAZARET, UN MISTERIO

«La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros» (Jn 1, 14).

La gruta de Belén y su despliegue en Nazaret es un misterio. Jesús pone su cuna y vive después, durante treinta años, entre la irrelevancia, la discreción y la cotidianidad.

El Verbo encarnado, treinta años enterrado, como un obrero y vecino de un minúsculo pueblo. Treinta años de silencio, aprendizaje, encarnación….

La cueva de Belén y Nazaret son un misterio. Es el misterio de lo pequeño, lo pobre, lo insignificante…. Es el misterio de los pequeños, pobres e insignificantes de este mundo. Es el misterio de los cueveros, de los Nazarenos de hoy día.

Nazaret y la cueva de Belén son «corporeidad del misterio de la Encarnación». La Palabra y la vida nos anuncian el misterio de la cercanía de Dios. Son espacios privilegiados para contemplar este misterio.


Pero todo en el Evangelio tiene una fuerza de «señal», de signo, de milagro. También lo tiene Nazaret. 

La cueva de Belén y Nazaret son «señales» que se hacen estilo y llamada.

 

NAZARET O LA IRRELEVANCIA DE DIOS

«Encontraréis a un niño envuelto en pañales» (Lc 2, 6-7).

»Y bajó a Nazaret y vivió bajo su tutela… » (Lc 2, 51).

El pesebre y Nazaret son el misterio de la irrelevancia, de la pequeñez, de la humildad como estilo de vida.

Irrelevancia, pequeñez y humildad son aspectos nada valorados en nuestra cultura. Hoy se cotiza el sobresalir, el poder, la arrogancia. Sin embargo, son muchos los que están obligados a vivir sin que sus vidas tengan nada de relevante, de «importante», digno de ser destacado. La mayoría de la gente vive de una manera normal, sin muchas cosas que destacar, sin experimentar que sus vidas importan a nadie. Los pobres no tienen nada que presentar en el mercado de la humanidad. En el trabajo, siempre lo mismo, son un número más en la empresa. Sus vidas valen poco… Su influencia es nula. Son ignorados. Da la impresión de que sus vidas van por un lado y lo «importante», lo que es noticia, lo que se nos sirve constantemente en los medios de comunicación social…, va por otro. Nada tiene que ver la vida de los pequeños con la prensa, la radio y la TV.; a no ser que se convierta en noticia sus limitaciones radicales, los problemas que asustan a las capas más altas de la sociedad. Son noticia las huelgas de los obreros que no entienden los patronos y desclasados. Son noticia los marginados, sobre todo cuando se convierten en tema político y en problema ideológico para los partidos. Son noticia cuando, hartos de sufrir, y habiéndose organizado mínimamente, cortan las calles y carreteras de mayor acceso. Los pobres son el despojo de la sociedad. Hay mucho despojo con nombre y apellido, con rostros concretos. Mucho despojo personal y colectivo.

El Verbo de Dios, Jesús, proyecto del Padre, queriendo introducir en la dinámica de la historia la «significación última», elige los despojos de la irrelevancia. «Quien era rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (I Cor 8, 9).

La irrelevancia e insignificancia de Nazaret es reconocida sociológicamente: «De Nazaret, ¿puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46)

Nazaret era un pueblo irrelevante, pobre y pequeño. Sin importancia política, social y religiosa Los nazarenos eran unos vecinos sencillos y pobres de los que no se esperaba nada. Jesús opta por la insignificancia de Nazaret. Allí pone su tienda. Nazaret es opción de Jesús, apuesta del Verbo de Dios. Nazaret se convierte así en ese «nuevo estilo de Dios» para expresar la nueva humanidad.

Lo pequeño desafía y reta a los criterios del mundo. Nazaret aparece como el reto de Jesús a los principios en los que se base nuestro sistema. Es la imagen renovada y llevada a plenitud de David y Goliat.

Nazaret se asienta en lo insignificante, en lo pequeño, en lo sencillo y pobre. La competitividad, el prestigio, la grandeza, el orgullo, el sobresalir, la arrogancia…. son los pilares de nuestra sociedad.

Al salir de Nazaret Jesús será tentado por esos mismos criterios en los que se asienta el sistema: «Todo esto te daré, si postrándote, me adoras» (Mt 4, 9). Pero Nazaret ha marcado a Jesús. Le ha configurado. Allí ha aprendido a vivir la pequeñez como estilo de Dios. Y la respuesta de Jesús es la que aprendió y maduró en su pueblo.

Nazaret es un misterio. Su hondura nos estremece. Nos atrae y, al mismo tiempo, nos paraliza. No la abarcamos. Nos llega a dar miedo. No es fácil entrar en ella. No terminamos de creer en Nazaret. Nos puede la eficacia, es difícil resistir a la competitividad No es fácil rechazar la tentación del poder, del prestigio, del reconocimiento de este mundo, de la eficacia según los criterios de este mundo… La grandeza nos fascina…. Aún a la Iglesia le cautiva el esplendor, el honor, el poder, la grandeza, la eficacia, la cantidad: «¿Cuántos sois, a dónde llegáis, qué es lo que estáis logrando, qué aceptación tiene vuestra pastoral…?” Nos cuesta creer en la irrelevancia de Nazaret. Somos como Natanael: «¿De ahí puede salir algo bueno?”

La irrelevancia es para los pobres. Solo el pobre asume la irrelevancia. Solamente el pobre es capaz de seguir viviendo sin el prestigio, los aplausos, la fama…

La irrelevancia es propiedad de los pequeños. Solo los pequeños experimentan la insignificancia sin que sus vidas carezcan de sentido.

La pequeñez de Nazaret es el estilo del Verbo de Dios capaz de infundir un dinamismo nuevo a la nueva humanidad que ha puesto en marcha.

Enhorabuena a los pobres y pequeños, porque su irrelevancia la ha convertido el Verbo de Dios en «la tienda del encuentro».

Enhorabuena a todos aquellos que han hecho de la irrelevancia, insignificancia y pequeñez, su estilo de vida, porque han elegido como forma de vida la del Verbo de Dios.

 

VIVIR Y ESTAR CON Y POR AMOR ES RECONOCER

«Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12)

«Vivir y estar con» es en sí mismo un aporte a la vida, es gracia para la tierra, es liberación porque «vivir» y «estar con» es reconocer.

El pobre e indigente, el desvalido e infortunado corre el riesgo de perder la valía de sí mismo, de su dignidad. Estar junto a…, vivir al lado de… es reconocer y, por ello, dignificar. La presencia tiene un valor humanizador y evangélico. Jesús en el misterio de Nazaret, viviendo, estando, identificándose con su pueblo (con la humanidad), con los pobres, aporta al hombre, al pobre, al pequeño y desvalido su dignidad originaria, tal como el hombre fue proyectado por Dios: «a su imagen y semejanza».

La sola presencia es una forma de manifestar sin palabras, pero en un lenguaje altamente significativo, que el hombre, el pueblo, los pobres son un proyecto abierto, de esperanza, porque es parcela del trabajo de Dios, porque es espacio privilegiado donde Dios derrocha toda su ternura, su amor de madre, donde Dios expresa sus entrañas de misericordia. Misericordia tiene que ver con «rahammim».  placenta de la mujer embarazada, abrazo entrañable con el que la madre envuelve al hijo protegiendo, dándole vida, calor y, sobre todo, amor. Así nos lleva Dios.

En Jesús de Nazaret el Padre hace la apuesta por lo excluido.

Cuando se atiende al pobre, al marginado, al excluido, al desvalido…. ¿Por qué se hace? ¿Para qué? En nuestra sociedad, ¿por qué y para qué se atiende a los colectivos marginados de ancianos, drogadictos, minusválidos…? Y a los pobres, a los colectivos pobres, a nuestros barrios, cuando se les atienden las reivindicaciones que hacen, cuando parecen responder a algunos de sus gritos, ¿por qué es y para qué? ¿Para acallar la mala conciencia? ¿Para evitar mayores conflictos? ¿Para conseguir votos? ¿Para que no se nos pueda echar en cara que a los pobres los dejamos en la cuneta como si fueran perros?…. ¿Y en la Iglesia y desde nuestras instituciones eclesiales y personalmente? ¿Cómo escuchamos sus gritos? ¿Nos preguntamos quiénes son nuestros prójimos (próximos), o nos hacemos próximos a ellos, prójimos de ellos? No siempre se hace y lo hacemos por comunión, por solidaridad.

Nuestra presencia cristiana y religiosa en las cuevas y los Nazaret de hoy día ha de ser una presencia de comunión, de dignificación, de manifestación de las entrañas de  misericordia de Dios, de estimulante de la dignidad de todo hombre, de todo colectivo humano.

Todo hombre necesita ser reconocido. Todo colectivo necesita reconocimiento. La presencia realiza el milagro del reconocimiento de la dignidad de la persona y de hijo de Dios. Todo hombre necesita «ser reconocido» para «ser». Y es que el hombre, al sentirse reconocido, libera todas las potencialidades que tiene, recupera sus capacidades, adivina sus posibilidades, entra con más en la hondura de su proyecto, se moviliza, se hace crítico y creador.

Enhorabuena al pobre, indigente y infortunado, porque el Verbo Encamado les da la posibilidad de reconocerse en su dignidad de personas y de hijos de Dios.

Enhorabuena a los que han optado por compartir con los pobres de este mundo, vivienda, barrio, trabajo, lucha y hasta aspiraciones profundas, porque esa presencia, hecha con amor, produce el milagro de que los pobres se reconozcan en su dignidad de personas y de hijos de Dios.

 

NAZARET, MISTERIO DE APRENDIZAJE DEL HIJO DE DIOS

«Y Jesús crecía y se fortalecía delante de Dios y de los hombres» (Lc 2, 52)

Tenemos el peligro de ir a los lugares a los que somos enviados y comenzar enseguida a hacer, a organizar, a cambiar, a decir, a mandar, a situarnos como maestros. Nos parece perder el tiempo el situarnos como aprendices, como discípulos. Y sin embargo necesitamos aprender a ser ciudadanos, vecinos, amigos, hermanos…. Necesitamos aprender de los pobres, de los hermanos. Aquí está la clave del apóstol: aprender a ser apóstoles siendo discípulos. Necesitamos sentarnos a los pies de los pobres y observarlos, mirarlos como aprendices, sentirlos como maestros, tomar nota de su vida, profundizarla, orarla, descubrir ahí su fondo, su corazón, su cultura… y leer esa riqueza desde la Palabra de Dios, hasta descubrir en ellos a Dios mismo y relacionamos con el Dios de los pobres y acoger las llamadas a la conversión que el Señor nos haga.

Nazaret es el misterio del aprendizaje del Hijo del Hombre. Jesús, el Verbo Encarnado, aprendió a ser hombre, aprendió a ser Dios. Aprendió a ser ciudadano judío, vecino, nazareno, hombre y Dios. Aprendió a ser paisano e Hijo. Allí aprendió a valorar la vida, a vivir, a gustar la vida de sus paisanos, a valorar la vida de los pobres.

Jesús, en Nazaret aprendió a hacer de la presencia, ENCUENTRO; del encuentro, DIÁLOGO; del diálogo, TRASVASE MUTUO DE VIDA; de la vida, VECINDAD; de la vecindad, CONCIENCIA DE PUEBLO; de la conciencia de pueblo, HISTORIA SOLIDARIA; de la historia solidaria, HISTORIA DE SALVACIÓN

Sin esta dimensión del misterio de Nazaret aparece el funcionario. Con ella se desarrolla el hombre de comunión, el vecino, el hermano.

Nazaret es otra forma de profetismo discreto, sencillo.., pero profundo. Nazaret nos hace expertos en humanidad. Es un estilo que nos ayuda en la Iglesia a descubrir que el camino por donde transitar es el hombre, la persona humana.

Enhorabuena a los que hacen de la presencia, encuentro, porque ahí se encontrarán con el Hijo de Dios.

Enhorabuena los que hacen del encuentro, diálogo, porque el Señor les ha prometido ser su amigo.

Enhorabuena a los que hacen del diálogo, trasvase mutuo de vida, porque se encontrarán con el cariño misericordioso de Dios.

Enhorabuena a los que hacen de la vida, vecindad, porque descubrirán que el Verbo de Dios pone su tienda entre ellos.

Enhorabuena a los que hacen de la vecindad, conciencia de pueblo, porque ellos pertenecen a la familia de los hijos de Dios.

Enhorabuena a los que hacen de la conciencia de pueblo, historia solidaria, porque ellos se podrán reconocer como verdaderos colaboradores de un mundo nuevo.


DIMENSIÓN MISIONERA DE NAZARET

El hacer es un aspecto fundamental de la misión. Pero el hacer no es todo ni es solo lo importante en la vida del misionero. El hacer no agota el valor evangélico.

La presencia es un valor misionero y evangélico cuyo sentido fundamental nos viene de Nazaret. Nazaret es el taller donde se fragua el sentido evangelizador de la presencia. La misión no se agota en el hacer. Más aún, no podemos evangelizar sin una presencia evangélica, al estilo del Verbo de Dios en Nazaret y en la cueva de Belén.

«Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a mi Salvador» (Lc2, 25-35). Hasta aquí llegó la presencia de Simeón. Esta fue la consecuencia de su calidad de presencia.

Vivir con, estar con, ser con y por amor, es ya una manifestación del engarce con el amor del Padre, que, de tal manera ha hecho la apuesta por un pueblo, pobre, sencillo, insignificante y pequeño que «nos ha entregado a su propio hijo» (Jn 3, 16),  constituyéndonos en corporeidad, personificación y rostro de su rostro.

Enhorabuena a los que optan por la calidad de la presencia entre los insignificantes de este mundo, porque su manera de estar en el mundo ha sido convertida en espacio de dignificación para los pobres.

Enhorabuena a los que apuestan por estar, vivir y ser con los que no son nada a los ojos del mundo, por amor, porque al tomar esta opción están siendo dignificados por los predilectos de Dios.

 

NAZARET ES APUESTA POR LOS POBRES Y HUMILDES DEL MUNDO OBRERO

Jesús, el obrero de Nazaret, pasó la mayor parte de su vida trabajando con sus propias manos para ganarse el pan, dignificando así el trabajo sencillo y humilde, dignificando a los trabajadores y trabajadoras pobres y humildes de todos los tiempos, apostando por ellos. Así fue como Jesús, el Verbo de Dios, hizo también la voluntad del Padre «pasando por uno de tantos trabajadores» junto a José, María y los vecinos de su pueblo.

El mundo obrero, sus gentes sencillas y pobres, pueden encontrar en el misterio de Jesús obrero el sentido más pleno de la cotidianidad de su trabajo.

El trabajo, para Jesús de Nazaret, fue una clara opción por el mundo de trabajadores, por la liberación de los trabajadores y trabajadoras que no tienen más – ¡y nada menos!- que ofrecer a la sociedad que la transformación del mundo, colaborando con el Dios Creador y Redentor, pues la salvación de Dios nos ha llegado en su Hijo, dentro la familia nazarena, a través del trabajo humano.

La primera imagen que nos encontramos de Dios en la Biblia es la de un artesano, amasando y modelando la arcilla, imprimiéndole su soplo (su espíritu). Su Verbo, su  Palabra, se introdujo en la historia a través de una familia trabajadora, sencilla y pobre donde aprendió el oficio de carpintero: «¿No es este Jesús, el hijo de José el carpintero?». Si todo en el Evangelio tiene una fuerza de «señal», de signo, de milagro, también el trabajo de Jesús en Nazaret.

Jesús, con su trabajo en Nazaret, lo mismo que con toda su vida, buscó la glorificación del Padre, con lo cual le dio al mundo obrero la posibilidad de glorificar a Dios realizando el trabajo y todos los aspectos, dimensiones, consecuencias, valores, tipo de relaciones, que lleva consigo el mismo, así como toda la lucha por la humanización del mismo y por la justicia ante cualquier tipo de injusticia y opresión que el trabajador sufra en el trabajo.

La opción de Jesús por el trabajo es el signo de su opción por el mundo obrero, por todos los trabajadores y trabajadoras. Una opción que lleva consigo la apuesta por las condiciones dignas y humanas del mundo de los trabajadores y trabajadoras, del mundo obrero. Por eso, la humanización y santificación de los trabajadores en el trabajo no se queda solo «en el trabajo bien hecho», sino en la apuesta por la dignificación de quienes lo realizan y sus familias, que pasa por el compromiso transformador de las estructuras laborales cuando estas impiden o no posibilitan el que a los trabajadores se les reconozca en su dignidad de personas y de hijos de Dios.

Enhorabuena a todos los sencillos y pobres trabajadores y trabajadoras, porque Jesús Obrero los ha hecho signo y sacramento de su presencia salvadora en medio de la humanidad. 

Enhorabuena a todos los que optan por el mundo obrero y su liberación, porque el Obrero de Nazaret les da la posibilidad de encontrar en Él el sentido profundo y pleno de sus luchas y desvelos.

Dichosos todos los trabajadores y trabajadoras que colocan sus vidas en las manos de Jesús, el obrero de Nazaret y Señor de la historia, porque, se sentirán seguros como la vasija en manos del Alfarero.

 

NAZARET, SLENCIO.

Los exégetas nos dicen que Jesús tenía unos treinta años cuando empieza a andar los caminos de Galilea anunciando la Buena Noticia, curando y liberando a los oprimidos, ofreciendo la misericordia del Padre a los pecadores.

Hasta ese momento, salvo unas cuantas pinceladas -en Lucas- sobre la infancia, SILENCIO.

Esto parece una paradoja y un contrasentido. Jesús es LA PALABRA desde el principio.

«En el principio existía la Palabra y la Palabra era Dios… » (Jn 1,1).

La PALABRA es para ser dicha, para ser gritada. Jesús, la Palabra, es la Palabra que nos trae la salvación hasta los confines de la tierra… ¿Por qué, pues, tanto silencio? ¿Por qué se redujo tanto tiempo a un rincón irrelevante como era Nazaret? ¿Qué nos desvela tanto SILENCIO?

La palabra para hacerse verdad, ha de gestarse. Y toda gestación acontece en el silencio… El silencio es el taller donde se gesta la auténtica palabra. Una palabra sin silencio se convierte en palabrería.

Es muy fácil decir, pero es difícil decir una palabra que sepa a verdad, una palabra de sentido. Es fácil decir palabras, es más difícil decirse a uno mismo. Es fácil hablar, es difícil encontrar la coherencia de lo dicho.

La palabra necesita del taller del silencio para que se haga criatura viva en uno mismo. Solamente las palabras que pasan por el corazón y toman carne en el propio ser de uno, al pronunciarlas, suenan a palabras propias.

Jesús es la Palabra de Dios y por eso se gesta «desde el principio».

Jesús es la Palabra de Hombre, y por eso se gesta en el aprendizaje humano.

De ahí que Nazaret sea el misterio de la maduración de la Palabra. Por eso Nazaret es misterio del SILENCIO.

Tenemos una vocación misionera: «Creí, por eso hablé».  «¡Ay de mí si no evangelizare!» Por eso mismo hay que gestar la palabra.

Jesús, en el silencio de Nazaret, ha hecho en su propio corazón de la Palabra divina que es, PALABRA de hombre. Nosotros estamos llamados a amasar en nuestro corazón la Palabra de Dios y saberla traducir en palabra de hombre para que suene y sepa a PALABRA DE DIOS.

Contemplar constantemente la Palabra de Dios. Formarnos apasionadamente en la Palabra de Dios. Ayudarnos a traducir en palabra humana la palabra de Dios para que sepa a lo que es.

Y esto supone mucho silencio. Esto supone mucho interés por la Palabra de Dios. Esto supone mucho tiempo para amasar en nuestro corazón la Palabra del Padre, que es Jesús de Nazaret.

Enhorabuena a los que saben gestar la Palabra en el silencio, porque su aportación nunca será ineficaz.

Enhorabuena a los que saben traducir en el silencio de su corazón la Palabra de Dios a palabra de hombre, porque su palabra sabrá y sonará siempre a Palabra de Dios.


NAZARET ES «ÉXODO»

El Verbo de Dios, antes de entrar en Nazaret, tuvo que salir del seno del Padre (Jn 1, 1-18). Siendo de condición divina, no retuvo para sí el ser igual a Dios, antes al contrario, se abajó y se humilló.

Nazaret no es replegarse sobre sí mismo. Todo lo contrario. Nazaret es salir. Salir de uno mismo, poner la tienda en el espacio sagrado de los pobres. Nazaret es escuchar; aprender, dejar que los gritos de los hermanos lleguen a nuestro corazón y amasarlos en nuestro interior con la Palabra de Dios. Por eso, Nazaret no es centrarse sobre uno mismo, sobre nuestro grupo, sino que Nazaret es descentramiento. Es tomar la carne del hermano, es despojarse de sí mismos para dejar que el hermano, el pobre, los pobres…. nos enriquezcan. «Siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza».

Nazaret es aprendizaje, es acogida de la vida del pobre, de la vida y realidad de los otros. Es atención, acogida y asimilación de los diferentes, del que está fuera… Por eso, Nazaret es SALIR. Salir, ponerse en camino con la confianza de que Dios, en esa andadura, se nos va a revelar, se nos va a manifestar…. hasta llegar a hacer experiencia espiritual, encuentro con el Señor en el pesebre de los hermanos.

Nazaret es salir. Pero salir para entrar. Salir de sí mismo, para entrar en el otro, salir de nuestras compresiones ideológicas y culturales, de nuestros intereses, para entrar en la realidad y la vida del hermano, en la realidad de los colectivos, del pueblo, de los pobres y sencillos. Por eso Nazaret es abandono, es riesgo, es apuesta, es dinamismo, es confianza en el otro y en lo otro.

Enhorabuena a los que se arriesgan a hacer de su vida un auténtico éxodo, ellos descubrirán como Promesa cumplida las maravillas de Dios en el corazón de los pobres.



Manolo Barco

Sacerdote del Prado