Dichoso, tú, José
Nos acercamos a José porque queremos conocer sus sentimientos, saber un poco más de su experiencia de Dios, de su sensibilidad, de su calidad humana.
Nos encontramos con unas pocas expresiones en el Evangelio que nos reflejan mucho de su personalidad.
Era justo. Hizo como se le había mandado. Tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto. Fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret.
Otras palabras de la Sagrada Escritura las referimos bien adecuadamente a San José, porque la experiencia nos va confirmando que en él se verifican:
- Id a José…
- Porque fue varón justo lo amó el Señor…
- El justo crecerá como una palmera…
Jesús nos dice mucho de José a través de su vida y de su palabra.
José, sin duda, fue un hombre conducido por el Espíritu. El Espíritu de Dios estaba en él, envolvía su vida y le capacitaba para ser profundamente humano, en lo que más define a los humanos, que es la capacidad de vivir la relación y el encuentro.
Nazaret forjó a Jesús para el encuentro y la relación. El Espíritu de Dios estaba con Él; era la presencia que daba sentido a su vida, que le disponía, como a nadie, para la relación profunda que crea el encuentro.
Esa presencia había sido para Jesús experiencia de un amor entrañable, que le desbordaba, que le mantenía en escucha atenta, en total y entera libertad para salir de sí, para ir donde el Espíritu le empujase.
Con alegría le vería salir José del taller, irradiando amor en el brillo de sus ojos, en la luz de su rostro, en la ternura de su corazón; ágiles sus pies, abiertas y disponibles sus manos.
Un día Jesús se sintió lleno del Espíritu, ungido y enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, más allá de los muros del taller, saltando los límites de su pueblo.
Pasado un tiempo, bendecirá al Padre porque revela los secretos de su amor a los sencillos, llamará dichosos a los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen, dirá a los discípulos que en todo acudan al Padre, porque siempre da su Espíritu Santo a los que se lo piden. Y entre esos sencillos, entra aquellos que Él ha visto que el Espíritu los conducía, y por Él se dejaban conducir, veía, sin duda, a su padre José.
A su lado, en Nazaret, el Padre Dios había querido que creciera en edad, en sabiduría y en gracia, y en el Espíritu que ahora envolvía toda su vida.