Identidad

El Espíritu de Dios, que conduce los caminos de la Iglesia, se manifiesta hoy con fuerza suscitando el reconocimiento de la vocación laical, señalando que todos los cristianos estamos llamados a seguir a Jesús, a participar en su misión salvadora.

Todos, en la Iglesia, recibimos y compartimos la común vocación a la santidad. Todos, sin diferencia alguna, estamos llamados a participar en la comunión y en la misión de la Iglesia. Los laicos viven su vocación cristiana santificándose en la vida profesional y social ordinaria, considerando las actividades de la vida cotidiana como medio de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, sirviendo a los demás hombres, llevándolos a la comunión con Dios en Cristo.

La palabra de Jesús «Id también vosotros a mi viña» (Mt 20, 4) sigue resonando en el corazón de todos los bautizados, impulsando a una auténtica participación en el dinamismo evangelizador de la Iglesia, desde los distintos carismas.

En esta hora de la Nueva Evangelización, el Espíritu nos urge a todos, hombres y mujeres, a ser signo y sacramento del Reino de Dios en todos los ambientes:

«En este anuncio y en este testimonio los fieles laicos tienen un puesto original e irremplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor» (Ch. 1. 7).

Evangelizar sigue siendo la gran urgencia de la Iglesia, su gran tarea y responsabilidad. En muchas ocasiones ha sentido también la necesidad de evangelizar el mundo del trabajo, descubriendo en la actividad humana una llamada a colaborar con Dios en la constante creación del mundo, urgiéndonos a ser testigos que hagan vivir y crecer la luz del evangelio en el trabajo:

«Una de las realidades que más nos preocupa en nuestra tarea pastoral es el mundo del trabajo» (Santo Domingo 181).

Ser cristiano en los Talleres de Nazaret es seguir a Jesús Obrero viviendo el evangelio del trabajo, como El lo vivió en el Taller, evangelizar el trabajo, viviendo, en él, el encuentro con Dios y con el hermano, colaborando en la construcción del Reino.

En todos los tiempos y épocas el Espíritu suscita en la Iglesia dones y carismas para la misión.

Nuestra Familia Josefina nace por el Carisma que Dios suscitó en Francisco Butiñá, S.J., nacido en Bañolas (Gerona, España) en 1834, en el momento en que se considera que comenzó el movimiento obrero en España. Pertenecía a una familia artesana a la que ayudó durante su infancia y juventud y a la que orientó en los momentos de cambio de la industria.

Desde muy temprano aparece en él una luz y una inquietud: evangelizar el mundo del trabajo.

Quiere que todos podamos y sepamos encontrar a Dios en nuestros quehaceres. Pone todo su afán en demostramos que nos podemos santificar por medio del trabajo industrial, que era, entonces, una realidad apenas naciente, muy conflictiva, deshumanizadora y descristianizadora. Le preocupa, especialmente, la mujer trabajadora pobre.

Para dar respuesta a esta llamada, perfectamente enraizada e integrada en su vocación jesuítica, comenzó por dedicarse a evangelizar al pueblo. Escribió libros sencillos con los que pretendía mostrar modelos cercanos, de hombres y mujeres trabajadores, que se santificaron en profesiones humildes.

Al P. Butiñá se le iluminó este camino de manera especial al contemplar Nazaret.

Esta llamada le llevó a tomar opciones importantes en su vida personal. Como reconocen sus contemporáneos, renunció a sus cátedras y a sus posibilidades de investigador para sembrar la civilizadora luz del evangelio entre los trabajadores, especialmente entre las mujeres. Su vida fue una total entrega a esta causa.

El Carisma que había recibido le impulsó a fundar una «nueva» Congregación de Religiosas Obreras, cuyas casas se llamarían Talleres de Nazaret.

Los Talleres de las Josefinas traían una novedad evangélica. El Taller era, a la vez, lugar de vida, de seguimiento radical de Jesús, de trabajo y de misión. En el Taller viven del mismo trabajo y en el mismo trabajo, las Hnas. Josefinas y otras mujeres que aprenden, trabajan, ayudan o encuentran albergue en él, dando cauce así a una nueva forma de fraternidad. En el Taller, a la luz de Nazaret, buscan santificarse en la vida ordinaria y de trabajo, realizándolo como una alabanza, encontrando a Dios en la misma acción. El Taller, en su misma configuración y en la vida de cada una de sus moradoras, quiere convertirse en fermento evangélico, renovador, en medio del trabajo industrial.

La fuerza de esta semilla primera, acogida hoy desde la Nueva Evangelización, nos lleva a vivir y a compartir juntos esta gracia carismática en la Iglesia, porque nació del pueblo y para el pueblo, porque quiso y quiere ser camino de realización humana y cristiana para los trabajadores, porque quiere colaborar en la construcción del Reino y anunciar el evangelio en el mundo trabajador pobre.

Los nuevos Talleres de Nazaret, impulsados por el Espíritu, a la luz del Carisma de Butiñá y de los Talleres de las Josefinas, pueden ser hoy un don para la Iglesia que siente la urgencia de que el evangelio de Nazaret llegue a todos los ambientes de trabajo. Quieren ser un camino de vida y compromiso para todos aquellos hombres y mujeres del mundo trabajador que buscan vivir su vocación cristiana a la luz de JESÚS OBRERO en Nazaret, siendo fermento evangélico en medio de este mundo trabajador.