FRANCISCO BUTIÑÁ Y UNA VISIÓN MOTIVADORA DE LA VIDA Y DEL TRABAJO

El siglo XIX es como una especie de olla a presión, donde se cuecen un montón de novedades sociales, políticas, económicas y culturales. La libertad de conciencia, de asociación, de sindicación, la posibilidad de votar a los representantes políticos, la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos… son derechos en los que se va avanzando poco a poco, aun a costa de numerosas víctimas.

El pensamiento moderno, el desarrollo científico y tecnológico cambian la manera de mirar el mundo. Hasta entonces, la vida se regía por el ritmo de la naturaleza y del trabajo artesanal. Pero la máquina de vapor revoluciona este ritmo. Proliferan las fábricas y con ellas cambia el paisaje físico y humano. En España, miles de personas dejan el campo y llegan a la ciudad como mano de obra barata que nutre el textil catalán y los altos hornos del País Vasco.

Esta transformación del sistema productivo va acompañada por una ideología: el liberalismo económico. La teoría es que el mercado se autorregula, como si fuera guiado por una mano invisible que genera “lo mejor” para todos. Pero sabemos que esto no es cierto. La revolución industrial tuvo un gran coste humano. Se trabajaba de 12 a 14 horas al día a cambio de un sueldo de miseria, sin condiciones de seguridad ni de higiene. Las mujeres y los niños se llevaban la peor parte.

Es en ese ambiente donde nace y vive Francisco Butiñá. Pertenece a una familia trabajadora de Bañolas. Poseen un pequeño taller, donde contratan algunos jornaleros y dan trabajo a algunas campesinas que laboran en sus casas. Era, en definitiva, una microempresa que requería el empuje y la creatividad de toda la familia, incluyendo al joven Francisco, que a los 20 años lo deja todo para entrar en la Compañía de Jesús.

Francisco Butiñá debía ser una persona con gran capacidad de automotivación. A lo largo de su vida, se observa una constante: entregarse apasionadamente a aquello que emprende. En sus más de 370 cartas, podemos seguir sus intereses, motivaciones, reflexiones, dificultades… Ninguna situación problemática de las muchas que tuvo que asumir, le hizo reducir sus ideales, su entrega, su actividad a favor de los demás…

Siendo jesuita, demuestra tener dotes para la docencia, y lo vemos impartiendo clases sobre las más diversas materias. Pero, la vocación, como la motivación, es algo progresivo, dinámico, siempre abierto a nuevos horizontes, y la inspiración del Espíritu, que va sintiendo en su interior, le inclina hacia otro mundo. En sus cartas deja entrever cómo se conmueve ante los campos azotados por las sequías, las filas de pobres que mendigan ante la puerta de los jesuitas, la pobreza provocada por la falta de trabajo y agudizada por la peste.

Comienza un intenso apostolado social como misionero, que le lleva a recorrer numerosos pueblos y ciudades. En medio de idas y venidas, nunca dejó de escribir. Tanto en su apostolado popular, como en sus libros, Butiñá prestará especial atención al mundo del trabajo y, en especial, a la mujer.

En los años 1874-75, encontramos a Butiñá en los inicios de “Una nueva congregación religiosa de jóvenes fabricantas”:

“Como en estos países hay muy poca industria, muchas chicas no saber qué hacer y se pierden. Las monjas se llaman Siervas de San José y sus casas Talleres de Nazaret…”.  (Carta a su cuñada Dolores Oller, Salamanca, 7 de febrero de 1874).

Es importante subrayar esto: las casas eran Talleres en el pleno sentido de la palabra. Talleres llevados por mujeres, cuando todavía las mujeres no tenían derecho a voto y la independencia económica de las mujeres no era bien acogida, ni siquiera en los sectores más progresistas. Estos Talleres son establecidos por religiosas para trabajar junto a otras mujeres, de modo que el mismo trabajo sea medio de promoción y dignificación.

Respecto de este Taller, Butiñá tiene “grandes aspiraciones”:

Cuando tengan fondos suficientes darán también trabajo a todas las que quieran, albergue a las sirvientas desacomodadas, y refugio a las mujeres de mayor edad, que no siendo pobres, tampoco tienen lo necesario para vivir convenientemente”.  (Carta a su cuñada Dolores Oller, Salamanca, 7 de febrero de 1874).

Efectivamente, un problema de la época era el desamparo en que quedaban las criadas sin empleo, ya que perdían el jornal y la casa. Otra realidad era que, a la hora de contratar operarias, los empresarios elegían niñas y mujeres jóvenes por su mayor destreza. Cuando las mujeres de más edad eran despedidas, sus posibilidades de volver a emplearse eran escasas y tampoco había ningún sistema de protección. Por último, el Taller será un lugar donde acoger a jóvenes “aprendizas”, en un ambiente protegido de los peligros físicos y morales de las fábricas… En definitiva, en el Taller encuentran acogida mujeres en situaciones de necesidad muy diversas.

Es el trabajo (y no la beneficencia) lo que se les ofrece para su promoción y dignificación. Las mujeres acogidas al Taller, trabajan en el Taller y reciben el fruto de su trabajo. Butiñá entendió muy bien que sólo el trabajo dignifica.

Como personas, tenemos necesidad de un sustento económico, pero también necesitamos amistad, pertenencia, realización personal y sentido. Cuando el trabajo responde a estas necesidades, es fuente de motivación. El Taller butiñáno es respuesta en estas claves:

    • La mujer es valorada por sí misma. Se confía en ella como alguien capaz de sostenerse, sacar adelante un proyecto nuevo.
    • El taller es una experiencia de fraternidad, de convivencia entre hermanas y laicas, de trabajo en equipo, de colaboración y cooperación.
    • El taller está abierto al entorno: atender a las jóvenes en peligro de perderse, compartir sus ganancias con los pobres, crear trabajo para más personas…
    • El taller es una respuesta de sentido: trabajar así es una experiencia positiva, es diferente de cómo se trabaja en las fábricas… Trabajar así da sentido a esfuerzos, dificultades y alegrías compartidas. Trabajar así es más humano, nos hace más humanos.
    • Y pasando a otro plano, o dando profundidad a este mismo plano, trabajar así es Buena Noticia, es decir, Evangelio.

Todo esto, para Butiñá no fue nada fácil. A la Iglesia le resultaba difícil comprender esta combinación de “vida religiosa” y “mundo obrero”. Por otro lado, el entorno social y económico era bastante hostil. ¿Qué podían hacer aquellos humildes Talleres en medio del complicado panorama industrial de la época? Sin embargo, Butiñá no se rinde… Es un apóstol, con una enorme energía interior. Es más, en medio de las dificultades, mantiene una utopía: …“con esto abrigo fundadas esperanzas de que dentro de dos o tres años tendrían aquí una gran fábrica religiosa, plantel de donde saldrían otras para mucha gloria de Dios y bien de los pobres” (Al P. Provincial, Juan Capell, s.j., Gerona, 28 de agosto de 1882).

¿Qué le mueve con tanta fuerza?

Por lo que vemos en sus cartas y en su trayectoria vital, Butiñá creyó profundamente en la mujer como fuerza de transformación del entorno. Una mujer que se pone en pie, va generando relaciones más humanas, mejora la calidad de vida en su familia, en su barrio, se convierte en referente para otras mujeres… Cuando la mujer vive ese proceso, el fruto es rico y abundante. Eso es lo que motiva a Butiñá: las personas  que, gracias al trabajo en el Taller, adquieren formación, dignidad, valores, relaciones, energías para movilizar creativamente el curso de su propia vida… 

Butiñá tiene, además, otra motivación: Alguien en el centro de su vida y de su persona, Jesucristo, nuestro Bien. Butiñá es un creyente, un apóstol que, al mirar la realidad, ve un poco más allá. En “La Luz del Menestral” Butiñá se pregunta: “¿dónde pondrá Dios sus ojos para elegir morada?” La historia de la humanidad anhela la cercanía de Dios. Algo muy novedoso de la fe cristiana es que Dios decide “bajar”, encarnarse, asumir desde dentro todo lo humano. Pero esta encarnación de Dios ocurre en un contexto muy concreto. Jesús es de Nazaret, es el hijo de un carpintero nazareno. Hoy sabemos que Nazaret era un pueblo pequeño en Galilea, una región pobre y de mala fama. Jesús entró en el mundo, no por cualquier lugar, sino por la puerta de servicio, y desde ahí, recorrió todos nuestros caminos; también el camino de la rutina, del día a día, de lo oculto, de lo anónimo…donde se cuece la vida cotidiana de la mayor parte de la gente, de todos los lugares y de todos los tiempos.

Esto es lo que maravilla a Butiñá: esta cercanía de Dios al mundo del trabajo, hasta encarnarse en uno de los “puestos” más bajos. Por eso, el Evangelio no es algo ajeno al mundo obrero. Es más: Butiñá lo descubre tan “dentro” que llegará a decir a sus contemporáneos: “Cristo fue obrero, fue de nuestro gremio”.

¿Cómo vivir hoy esta vocación? Hoy se trataría de dejarnos motivar, por las mismas fuentes de motivación presentes en la vida de Francisco Butiñá; que Jesucristo y el mundo del trabajo sean, sigan siendo, nuestras razones para vivir y para dar la vida.  

Para reflexionar personalmente y en comunidad o en el grupo:  

La motivación viene de dentro, por la conciencia de tener una tarea en la vida, una misión; también por los valores que hemos adquirido y que guían nuestras decisiones.

En las páginas anteriores, nos hemos referido a temas conocidos. Hemos intentado hacer una lectura de la vida de Butiñá desde la óptica de la motivación. Pero esa lectura podemos completarla entre todos y todas.

¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo podemos acceder al mundo interior de Butiñá? Un modo, a nuestro alcance, es a través de sus cartas. Ahí, entre líneas, Butiñá nos descubre los valores movilizaron su vida.

Por eso la propuesta es tomar de sus cartas. Desde el Equipo proponemos algunas cartas concretas, pero se puede completar con otras, que cada comunidad o grupo puede añadir. Después de la lectura de estas cartas, nuestro trabajo consiste en  enumerar valores, motivaciones que descubrimos, porque el Padre Butiñá los menciona, o porque se dejar entrever.

Por ejemplo:

“Los campos dan compasión. Como no siembran nunca más que cereales, desesperan ya de coger ni siquiera lo que sembraron. En muchos puntos el trigo no ha nacido todavía. ¡Qué miseria tan grande va [a] afligir aquel país si Dios no lo remedia! Los pobrecillos basta que oigan hablar de sus campos para que se pongan a llorar. Al levantarse, lo primero que miran es el cielo, por si divisan alguna nube, y sé que algunos hasta se levantan de noche para el mismo objeto. ¡El Señor quiera apiadarse!” (Carta a Pedro Alsius, León, 24 de abril de 1868)

En este párrafo, podemos descubrir valores que movieron la vida de Butiñá como:

    • La compasión.
    • La atención, la capacidad de observar el entorno, por la descripción minuciosa que hace de los campos y de las gentes.
    • La solidaridad con la gente del campo. Parece que va a echarse a llorar con ellos.
    • La fe, cuando termina el párrafo como pidiendo a Dios que “quiera apiadarse”.

Este mismo ejercicio, podemos hacerlo con estas cartas: núm. 48, 56, 120, 182, 209.

Y como decíamos, si alguien quiere escoger otras cartas y comentarlas desde esta misma perspectiva, estará genial.

¡Ánimo!! Entre todos (todos los grupos, todas las comunidades) podemos hacer un precioso trabajo que nos ayude a conocer más a nuestro Fundador y que nos dé valiosas razones para seguir hoy contentas y contentos en el Taller.