Nacimos para cumplir una misión

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Decidir no es nada fácil. Nacimos para cumplir una misión.

“Ustedes no me escogieron a mí,
Soy yo quien los escogió a ustedes
y los he puesto para que vayan
y produzcan fruto,
y ese fruto permanezca”.
(Jn 15,16)

El 8 de Septiembre del 2001, Fiesta de la Natividad de la Virgen María, se celebra a lo grande, año con año, en mi Parroquia de San Felipe y Santiago, Usila (México). En esta fecha, tuve la dicha de conocer a unas Religiosas, de la Congregación Hijas de San José: Rosario Rodríguez, Provincial; Juana Román, Secretaria; Ester Morán, Superiora de la Comunidad de Tuxtepec y Angélica Ordoñez, Promotora Vocacional. Sin duda alguna, considero que la Virgen María abrió el camino para este gran encuentro.

En aquel entonces, yo andaba en búsqueda del querer de Dios en mi vida. No me animaba a acercarme a ellas, quien se lanzó fue mi sobrina, y me dijo: «vamos a preguntarles de qué Congregación son». Nos acercamos y preguntamos si eran religiosas y de qué Congregación. En seguida respondieron a coro: “Sí, Hijas de San José, y ustedes, las futuras”. ¡Santo Dios! ¿Cómo sabían ellas que nosotras andábamos en la búsqueda de nuestra vocación? Si no conocemos a ninguna, ¿cómo nos pueden decir con seguridad esas palabras tan fuertes? Definitivamente, Dios me sorprendió, en ese momento, a través de ellas y a través de la motivación de mi sobrina. «Quien busca encuentra», Mt. 7, 8… Ellas, con mucha sencillez, nos atendieron muy bien. El diálogo iba para largo. Entonces salió de nosotras si podían atendernos al día siguiente, o sea el día 9. Nos dijeron que sí, que fuéramos de nuevo a la Parroquia.

Este encuentro me pareció una escena como la de los primeros discípulos de Jesús, en la que Él les dijo, «siganme»… (Mc, 1,16…). Nosotras, felices, yo siempre lo pinto como un amor a primera vista. Dentro de mí había algo a lo que no quería poner nombre o, más bien, tenía miedo de que el Señor me pidiera todo, es decir: dejar a mis padres, a mi círculo de amistad y mis gustos personales. Pues nada, estas cuatro Hermanas lanzaron la red a la derecha y pescaron a estas dos mujeres indígenas y no tan talentosas que digamos. Pero recordemos que Dios no elige a personas preparadas, sino que Él prepara a quienes son elegidos, los sencillos. (Cf. Mt. 11,25).

Comentar eso a mis padres no fue nada fácil, era como decirles: «estoy enamorada de un desconocido, no sé dónde vive y no conozco sus familiares». Desde ese momento, fue una batalla continua. Yo no discutía con mi madre…, sólo buscaba la manera de cómo convencerla. Encontrar la mejor manera, para no dañarla más de lo que estaba. Yo era la más pequeña de mi familia, la más mimada, si se puede decir así. ¡Ah!, y no solo eso, era muy traviesa, en el buen sentido de la palabra, me gustaba ir de fiesta en fiesta, me encantaba bailar, tenían admiradores etc. Mi madre tenía que acompañarme a las fiestas. Ahora bien, solo Dios sabe por qué este día no me acompañaba ella, sino que iba con mi cuñada y sus hijos. Para mi madre era imposible creer que su hija quisiera ser religiosa, la conocía muy bien, sabía quién era su hija. Pero nada, mi madre tuvo que aceptar mi propuesta, me dejó ir de nuevo a la Parroquia para hablar con la promotora, Hna. Angélica, y exponer mis inquietudes, para ver qué posibilidades había para mí.

Gracias a Dios, la Hermana me acogió con mucho cariño, presentándome las posibilidades para una chica que está en búsqueda de su vocación. Fue un diálogo que duró más o menos como dos horas. Antes había leído algunos datos de esta Congregación, pero no conocía más. Y este mismo año, había participado en un retiro vocacional en mi parroquia, donde se presentaron varias congregaciones religiosas, entre ellas estaba la de las Hijas de San José, pero no me animé a abrir un diálogo con ninguna de ellas. Dios tiene su momento.

Durante los meses que quedaban del 2001, Hna. Angélica fue a visitar a mis padres, a hablar un poco con ellos, para explicar de qué se trataba. No fue nada fácil ni para ella ni para mis padres. Así empecé mi proceso vocacional desde mi casa, en el pueblito de Santa Flora. Todo empezó con una mirada de amor, un apretón de mano, un suspiro a mi Señor Jesús, el Obrero de Nazaret.

Increíble, han pasado años, desde que empezó esta aventura, una historia de amor, totalmente una locura de amor por Cristo Obrero. Ha sido para mí como un sueño, momentos muy felices, momentos muy fuertes que tocan fondo, la vida misma ha sido purificada día tras día. Definitivamente, y convencida de que donde realmente hay amor, no habrá ningún problema que no sea provechoso para mejorar la misma vocación.

Con la gracia de Dios, he podido superar crisis, obstáculos, tentaciones o como quieras llamar. Gracias a las personas que me han acompañado a lo largo de estos años: religiosas, religiosos, sacerdotes, amigas, amigos, profesionales…, es decir, no me ha faltado nada para seguir fielmente en este camino. Jesús ha cumplido su promesa en mí  (Mc. 10,28-31).

Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros.»

Cuando Dios toca la puerta de un corazón humano siempre espera una respuesta, ya sea «Sí» o ya sea «No». Pero Él nos deja en libertad para decidir y, una vez dada la respuesta, quiere un poco de exigencia, que puede ser la oración, vivir los sacramentos, los estudios académicos y teológicos, una entrega generosa a la Misión de la Congregación… Todo ello, se vive con alegría, amando la vocación, sabiendo cuál es la finalidad y la meta de la consagración, que es la santidad.

Una religiosa josefina anuncia a Cristo Obrero a través del trabajo, con nuestro testimonio, con una entrega coherente a lo que la Congregación nos pide. Somos enviadas a diferentes lugares del mundo. Cualquier trabajo que realicemos tiene como finalidad la santificación propia y la santificación de los que trabajan con nosotras.

En este día 8 de septiembre celebramos a nuestra Madre María, su nacimiento. Nació sin pecado, vivió sin pecado, es decir, nunca se apartó de Dios, en comunión total con el Dios de la vida. Amada y querida por Dios, cumplió libremente su proyecto, por eso ha sido ensalzada de generación en generación.

En efecto, constatamos la urgencia de vivir nuestra vocación cristiana desde la libertad, en la Iglesia y en nuestra sociedad. Vivir con transparencia y con mucha responsabilidad el don que Dios nos ha dado. Todos los cristianos estamos llamados a vivir según el plan de Dios en nuestra vida, y vale la pena vivirla desde el amor y en libertad. “La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar en manos del hombre de su propia decisión” (GS 17).

Solo me queda agradecer a Dios, cantar el Magníficat con María, nuestra Madre, por estas experiencias vividas, las buenas lecciones aprendidas. Gracias a mis padres, hermanos carnales, amigos y personas muy queridas. Gracias a mi Congregación por todo lo recibido a lo largo de estos años. Gracias Tuxtepec, -Oaxaca-; Guadalajara Jalisco, Bogotá Colombia, Nuevo Laredo Tamaulipas y Daimiel España. Gracias a todos mis seguidores en las redes sociales. Mil gracias. Sigo confiando en sus oraciones y confíen en mis humildes oraciones, porque estamos en camino y necesitamos mutuamente la fuerza de la oración.

PD: El proceso lo empezamos juntas, mi sobrina y yo. En el Noviciado nos separamos. Ingresé antes que ella. Ahora, ella está ya preparada para hacer su Profesión Perpetua.


Con el cariño de siempre,

 

Laura fsj
Daimiel, 8 de Septiembre, 2020

 


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