Resurrección

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De San Ignacio de Loyola

“Mirar el oficio de consolar, que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros”.

EE 224

“La consolación es todo aumento de esperanza, fe y caridad y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales”.

EE 316

De Francisco Butiñá, SJ

“¿Cómo se aparece? Siempre llevando el gozo y consuelo a las almas, siempre saludando con dulces palabras: La paz esté con vosotros».

La Joya del cristiá

"Si Jesús está vivo, nuestra relación con Él ha de ser una relación viva, como la que podemos tener con cualquier persona que comparte nuestra vida".

Darío Mollá

La Resurrección es un inicio para nosotros. Las mujeres que van al sepulcro tienen un encuentro con el Señor y, movidas por el afecto, intentan retenerlo. Pero el Resucitado no se deja atrapar. Galilea, es decir, la vida cotidiana, es el lugar donde se le encuentra.

Contemplar al Resucitado es difícil. No podemos imaginar cómo fue aquello. Los relatos evangélicos de las apariciones son un intento de expresar lo que es muy difícil de explicar. Pero lo importante es que estos relatos nos ayudan a percibir los indicios de la Presencia del Resucitado en la vida de cada día.

Jn 21

En su texto evangélico, Juan prepara la vuelta a la tarea. Están en Galilea, el lugar de la experiencia primera. El Resucitado les ha dicho que le verán allí, en el lugar donde todo comenzó, cuando eran pescadores.

Pedro propone lo de cada día. Vamos a pescar. Lo bueno es que van juntos. No se entretienen en discusiones. Se ponen manos a la obra. Esta imagen casi idílica de comunidad choca con la realidad. No pescan nada. El Señor ha resucitado, pero eso no significa que las cosas vayan a ser más fáciles. Esta es la vida: con sus permanentes limitaciones, y ahí nos vamos a encontrar con el Señor.

Aparece alguien en la orilla, alguien que pregunta y que propone algo sorprendente. A nosotros, que ya somos adultos, que ya tenemos una experiencia en la vida, nos molesta mucho que alguien nos diga cómo tenemos que hacer las cosas. Lo impresionante es que aquellos pescadores expertos hacen caso de las palabras de ese desconocido que, desde la orilla, les invita a echar las redes del otro lado. Todavía no lo han reconocido.

Entonces, en la barca, siempre hay quien tiene más sensibilidad, cae en la cuenta y dice: “es el Señor”. Quien le descubre es el que ha estado al pie de la Cruz. Y esta es una importante experiencia en la comunidad. En el grupo, no todos vemos lo mismo, pero cuando alguien dice “ahí está el Señor”, ¿cómo reaccionamos?

No se atrevían a preguntar. Esta es una frase llamativa en medio del relato. Vivimos en la fe, en la tensión entre saber y no saber, querer preguntar y tener la convicción de que el Señor.

Pedro no puede esperar, se lanza al agua. En la orilla, Jesús ha preparado unas brasas, pero espera que sean ellos los que lleven el pescado. Cuenta con ellos: con lo que ellos pueden aportar. La experiencia de encuentro con el Señor en la vida cotidiana se produce en la comunidad. Brasas, pan y peces, símbolo de la Eucaristía.

A continuación, podemos sentarnos junto a Jesús y Pedro, y escuchar un precioso diálogo. Para comprenderlo en toda su profundidad, hay una curiosidad de los verbos que utiliza el original griego y que en español, en muchas Biblias, se traducen como amar y querer. Amar sería el amor incondicional, como es el amor de Dios, y querer sería como un amor más pobre, más limitado, más humano.

La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: «Pedro…, ¿me amas (con este amor total e incondicional? (cf. Jn 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, Pedro ciertamente habría dicho: «Te amo incondicionalmente». Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, dice con humildad: «Señor, te quiero”, es decir, «te amo con mi pobre amor humano». Jesús insiste: «Pedro, ¿me amas con este amor total que yo quiero?». Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Señor, te quiero… Solo como sé querer». La tercera vez, Jesús sólo dice a Pedro: «¿me quieres?». Pedro comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz. Por eso le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero».

Ese es el Pedro que hemos conocido en el Evangelio, el Pedro que dice sí. Pero añade: “Señor, Tú lo sabes todo”. Ese “todo” encierra las negaciones, pero también su disposición y entrega. Muchas veces, esta es la oración que podemos decir al Señor. Y que ese “todo” albergue nuestra vida en todos los momentos, tanto las experiencias de fidelidad, como los momentos de tristeza y de falta de claridad.

La respuesta de Pedro: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero” puede ser una jaculatoria para nuestra vida. Tú sabes de mi debilidad, pero yo te quiero. Tú sabes cómo soy, pero yo te quiero. Tú sabes que no doy la talla, pero yo te quiero.

Jesús le dice: “Sígueme”, como al principio de su historia de amistad, pero ahora Pedro es mucho más maduro.

 

El Evangelio termina con una conclusión solemne: “Jesús hizo muchas otras cosas. Si se pusieran todas por escrito, pienso que ni en el mundo entero cabrían los libros”. Dios es aquello que nadie puede abarcar, pero está presente en lo más pequeño. Al cerrar el Evangelio no nos queda otra cosa, sino admiración. Por eso, ahora que vamos concluyendo nuestros días de oración, la única conclusión posible es la alabanza, el servicio y la adoración ante Dios nuestro Señor.

Consigna para el día de hoy:

Estamos invitados a «entrar» en esta escena evangélica en primera persona.

Cada uno de nosotros podría imaginar esta encuentro, este diálogo entre Jesús y Pedro. Ahí está Jesús y ahí estás tú. ¿Qué te pregunta? ¿Qué le respondes? ¿Qué estás sintiendo? Imagina ese diálogo… Date tiempo para ello.  Si te cuesta, inténtalo de nuevo. Tal vez el paisaje no sea la playa, sino tu habitación, tu casa, un paraje de tu pueblo, un recorrido por tu ciudad… Lo importante es que Él, el Señor Resucitado, quiere acercarse a ti y hablarte. Quizás te ayude poner por escrito ese diálogo.

Y como fruto de ese diálogo, así como Pedro llegó a decirle a Jesús: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» y posiblemente esa frase se le quedó como una jaculatoria prendada en el alma…  ¿cuál sería tu jaculatoria?

Una frase breve, muy personal, que podrás repetir en la vida cotidiana para recordar el encuentro con el Señor y volver a llenarte de su paz y fortaleza. 

Escribe esa frase en un papel. Ten en cuenta que la vas a necesitar por mucho tiempo. Colócala en algún lugar significativo de tu vida cotidiana. Hazle una foto y compártela en el grupo.

De la vida de San Ignacio

Los compañeros eligieron a Ignacio como responsable de aquella naciente comunidad apostólica que, con el tiempo, se transformó en la Compañía de Jesús. Por eso, renunciando a sus planes de peregrinar por el mundo, Ignacio pasó la última etapa de su vida en Roma. En lo cotidiano, supo vivir el servicio a sus hermanos y a la misión. Supo aunar admirablemente acción y contemplación. El Espíritu le había llevado a ser un hombre totalmente de Dios, que iba tras el Espíritu. Así lo describe uno de sus compañeros:

«Con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad a dónde no sabía».

Jerónimo Nadal


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