Desde el principio

Desde el principio, el hombre recibió la invitación de Dios:
«sed creadores conmigo, continuad mi obra, acabadla».
El trabajo, como el amor, nace de la libertad y de la donación.
Nos hace personas a imagen de Dios.

No es tarea fácil, lo sabemos por propia experiencia.
El dolor y el egoísmo se entremezclan en nuestro quehacer.
Nos cuesta esfuerzo. No nos brota espontánea la comunión ni la armonía.
Hoy el trabajo es, además, un bien escaso
que hay que compartir para llegue a todos.

La Palabra nos habla de un Dios que trabaja:
El Padre creó todas las cosas, modeló al hombre y sigue trabajando.
Jesús, el Hijo, se hizo trabajador, carpintero.

Trabajar es ser.
Ser hombre y mujer para los demás,
salir de sí, trascenderse.
Colaborar para hacer realidad el sueño de Dios:
una tierra nueva y buena para todos, donde habite la justicia,
un Reino de hijos y de hermanos.
Trabajar con amor es realizar, expresar y potenciar
la humanidad en el trabajo.
Es servir.

El trabajo crea familia, pueblo, humanidad.
Es solidaridad y ternura, cercanía y compromiso, esfuerzo y creación.
El trabajo vivido cristianamente nos hace hombres y mujeres nuevos.
Descubre la vida del Obrero, Jesús de Nazaret.
Nazaret es el sí de Dios al trabajo humano, al trabajo sencillo.
Un sí salvador, realizado en Jesús de Nazaret, el Carpintero.

Si has sentido la invitación a convertir tu
trabajo en encuentro,
donación, servicio y alabanza, acércate a Nazaret.
Trabaja como quien vive siguiendo las huellas de Jesús Obrero,
el que, en su trabajo, supo lograr la armonía, la solidaridad,
la oración y la grandeza que soñó Dios
para el quehacer humano.