Francisco Butiñá, una vida inspiradora

Conocemos mucho al P. Butiñá. En el día de hoy, el objetivo no será descubrir ninguna cosa diferente o novedosa, sino sencillamente, permitir, una vez más, que la vida del P. Butiñá se convierta para nosotras en un motivo de inspiración. Y para ello, vamos a partir de una idea inspiradora:

“Después de la gracia de Dios, es la alegría uno de los principales dones del cielo que nos dispone a trabajar con acierto en nuestro provecho espiritual y bien de nuestros hermanos”.  Así felicitaba Butiñá a su sobrina Teresa, también hija de Bañolas, en una carta escrita el 5 de agosto de 1890, con motivo de su toma de hábito en las Josefinas de Gerona. Para entonces, lleva cuatro años destinado en Tarragona, en una reducida comunidad de jesuitas, desde donde despliega una enorme actividad apostólica:

“Butiñá recorrió  toda Cataluña y habló a todos los públicos, con preferencia especial a las jóvenes obreras. Es imposible recorrer aquí la madeja de su itinerario. El acierto en la propagada popular de la fe, la cristianización del mundo del trabajo, la atención a los problemas de la mujer, el espíritu ignaciano, la primacía de la caridad y un carácter optimista y fraterno constituyen algunos rasgos del talante y la acción de aquel gran jesuita  (M. Revuelta s.j., “La Compañía de Jesús en la España Contemporánea”).

Sus biógrafos, atribuyen al P. Butiñá muchas virtudes, pero en el día de hoy vamos a centrarnos en una fundamental: la ALEGRÍA.

TARRAGONA: UNA ALEGRÍA MISIONERA

En Evangelii Gaudium, el Papa Francisco habla de la ALEGRÍA MISIONERA que lleva a los discípulos de Jesús a anunciar el evangelio en todo lugar y a todas las personas. Esa es la alegría que vive Butiñá en esta etapa de su vida. Su ministerio más constante son los Ejercicios Espirituales, con tandas dirigidas a religiosas, sacerdotes, seminaristas… En las tandas a seglares, la preferencia se la lleva la gente sencilla y marginada: los presos del penal, las obreras, los centros de beneficencia, los niños… También es muy frecuente verle al frente de las misiones populares, de las que tenemos noticia a  través del Diario y  de las cartas a su familia. Describe lugares del Pirineo en los que se congela de frío, pueblos en los que son bien recibidos y lugares en los que la gente no está para sermones. El Padre Butiñá tenía grandes cualidades para la comunicación, para amoldarse a todos los públicos, con un estilo llamo y sencillo. Así se recoge en el Diario de los jesuitas de Tarragona: “También se ha podido ver una vez más que lo que aprovecha y cautiva a los oyentes es el estilo llano y sencillo, pues comunicándose de esta manera con el auditorio, los Padres Superior y Butiñá, han atraído a una concurrencia y conseguido un fruto como raras veces se ha visto en esta ciudad”.

El mismo Diario recoge un hecho que habla muy explícitamente de cuáles eran las preferencias de Butiñá: al llegar el mes de mayo,  se encargaba del ejercicio en honor a la Virgen María que se realizaba por las mañanas, a las cinco de la madrugada, para que pudieran asistir al mismo las criadas y los trabajadores.

Butiñá compagina toda esta actividad ministerial con una gran dedicación como escritor. Pero entre todos sus libros, podemos destacar uno, titulado “La devota Artesana”, editado en Tarragona en 1890, en la que recoge dos biografías: la de Santa Zita, criada del siglo XIII, y la de una “santa”, no canonizada, Librada Ferrarons, natural de Olot, obrera en una fábrica de género de punto, con una virtud especial: experimentar la Presencia de Dios “entre el estruendo de las máquinas”:

“Quien hubiera podido oír aquellos encendidos coloquios, aquellos regalados afectos en que prorrumpía Librada, viviendo entre el estruendo de las máquinas, cual si morase en la soledad de la Tebaida, émula de los más esclarecidos anacoretas” (La devota artesana, pág. 49). “En sus incesantes tareas no se dirigía solamente por el fin de aliviar en la angustiosa premura a su pobre familia, sino también y sobre todo por la gloria, que en el buen uso del tiempo se rinde al Todopoderoso, que con inefable providencia dispuso tuviéramos en el trabajo medio de santificación” (pág. 21). “Ángel de paz, componía las discordias y rencillas que surgían en el taller… Todo cuanto puede obrarse en bien de las almas en la reducida esfera de pobre artesana, todo lo intentaba y emprendía Librada para esplendor y gloria de Dios” (pág. 34).

Y como Butiñá no habla de teorías, sino de lo que experimentó en la vida, ¿cómo se forjó en él esa convicción? ¿De dónde le nace?

BAÑOLAS: LA ALEGRÍA DE APRENDER

Conocemos Can Butinyà. Tenemos presente la fecha de su nacimiento, 16 de abril de 1834, en el seno de una familia artesana, de la que era l’hereu. Fue bautizado en esta Parroquia, de Santa María de Turers con los nombres de Francisco Salvador Juan. Sus padres tenían un taller de hilado y tejido. Junto a los miembros de la familia, operaban varios asalariados y se daba trabajo a algunas otras mujeresque trabajaban en sus casas. Eso significa que, desde joven, Butiñá conoce no solo lo que significa el trabajo manual, sino el reto de mantener unos puestos de trabajo en el contexto de la revolución industrial, que empieza a ser muy competitiva. Antes de su entrada en la Compañía, Francisco hizo dos viajes a Génova, acompañado de su hermano Juan, para aprovisionarse de materias primas. Parece ser que era un viaje frecuente en la época, pero sin duda demuestra un importante grado de madurez y conocimiento del negocio familiar. La cuestión es que como dice Tejedor, desde su juventud, “el mundo empresarial y laboral lo vivió con las manos en la masa”. Al mismo tiempo, Butiñá  estudia, primero en el Monestir, y después en el Seminario de Girona. En definitiva, Butiñá madura en ese mundo y en esa responsabilidad. Y a los 20 años, lo deja todo para ingresar en la Compañía de Jesús.

JESUITA ITINERANTE: LA ALEGRÍA DE AMPLIAR HORIZONTES

Como jesuita, su relación con el mundo del trabajo se enriquece gracias a experiencias diversas, que le permitieron una mirada cada vez más comprensiva y compasiva. Nos asomamos a ese itinerario suyo con ayuda de algunas de sus cartas:

  • Desde La Habana, escribe a su hermano Juan, 30 de marzo de 1863, refiriéndose a la suerte de los que emigran a América: “Cuántos hay, como Juan Riera, que vienen a las Américas para hacer fortuna y no encuentran nada más que problemas y miserias, y ojalá que no encontrasen nada más, pues la mayor parte pierden aquí su alma. Preferiría un coscurro de pan seco en esas tierras tan cristianas que todos los tesoros de estas islas, los cuales raras veces se ganan si no es con fraudes y engaños”.
  • Desde León, escribe a Pedro Alsius, amigo suyo de Bañolas, el 24 de abril de 1868, expresando su dolor ante la pobreza de los campesinos: “Los campos dan compasión. Como no siembran nunca más que cereales, desesperan ya de coger ni siquiera lo que sembraron. En muchos puntos el trigo no ha nacido todavía. ¡Qué miseria tan grande va a afligir aquel país si Dios no lo remedia! Los pobrecillos basta que oigan hablar de sus campos para que se pongan a llorar”.
  • Desde Laon (Francia), da cuenta de los movimientos revolucionarios que atraen a un gran número de obreros. Le duele esta situación: “La francmasonería tiene en sus filas a casi todos los trabajadores e incluso a gran número de peones del campo… Por todas partes embaucan a los pobres jornaleros…” (6 de junio de 1869)

En esta misma época, en las cartas a su hermana y su cuñada (dos mujeres que se han quedado solas al frente de sus hijos pequeños), aparecen una serie de consejos que tienen que ver con la manera de vivir el trabajo cotidiano:

  • A su cuñada Dolores, desde León, el 2 de febrero de 1868: “¿Qué sería si a todo esto añadieses que además de ofrecer a menudo las obras ordinarias al servicio de Dios, como barrer, lavar los platos, coser, hacer alpargatas, cocinar, etc., procurases alzar de vez en cuando el corazón a Jesús y a María?”.
  • A su hermana Antonia, desde Laon, el 8 de marzo de 1869: “Hermana mía amadísima: ¿quieres saber cómo harás la novena a S.José? En cuanto a los obsequios que le puedes ofrecer, procura que sean pocos y bien hechos. Yo te recomendaría dos solamente: primero, decir cada día siete padrenuestros y avemarías en memoria de dichos gozos, como lo encontrarás en el Áncora, y luego trabajar todos los días laborables una hora para los pobres, de manera que lo que ganes en esa hora se lo des a alguna persona que sepas que está necesitada”.
  • A su padre, desde León, 21 de mayo de 1868, le indica que le ponga una tienda a Dolores. Le preocupa que esta tenga un medio de vida y que sea autónoma: “El gran amor que tengo a Dolores siempre me hace pensar en lo que sería de ella si vos le faltaseis… Además, convendría que dicha tienda corriese toda a su cargo, procurando ponerla con su dote, a fin de que fuese dueña de todas las ganancias sin tener que dar cuenta a nadie y conservar mejor el capitalito que dejéis para ella y los críos”.

En las cartas a su familia da cuenta de que está escribiendo una colección de vidas de santos obreros: LA LUZ DEL MENESTRAL. El objetivo es, como él mismo dice, proponer a los trabajadores modelos cercanos: “Para convencerte, no con razones, sino por experiencia, voy a poner a tu consideración los ejemplos de ilustres cristianos que en medio de ocupaciones análogas a las que tú ejerces, y tal vez entregados a oficios más bajos y penosos, enamoraron el Corazón de Dios”.

Al repasar el índice de este libro, no encontramos ni sacerdotes ni religiosos, sino laicos, procedentes de las más diversas y humildes profesiones. Faltaba mucho todavía para celebrarse el Concilio Vaticano II, que reconoció la común vocación de todos los cristianos a la santidad. Pero Butiñá, ya entonces se dirige a los laicos de su tiempo para decirles: “Aliéntate, obrero cristiano, porque puedes ser santo y un gran santo…”

Y la novedad es que el medio para conseguirlo no son las obras extraordinarias, no son los sacrificios corporales, la vida retirada del mundo, sino el trabajo humilde de cada día, el que cada uno realiza para ganarse el pan: “Ama, pues, con santo orgullo la profesión a que Dios te ha destinado, trabaja por desempeñarla como de ti espera el Todopoderoso y con esto llegarás a un grado de santidad superior al que te imaginas” (La Luz del menestral).

Esta visión positiva del trabajo contrasta mucho con la mentalidad de la época. En la sociedad, el impacto de la revolución industrial, cambia totalmente la manera de concebir el trabajo. Hasta entonces, el trabajo del campo había seguido el ritmo de la naturaleza; el trabajo en la ciudad estaba regulado por los gremios, que tenían sus santos patrones, sus fiestas religiosas, su regulación y derechos…Con la llegada de las fábricas, el trabajo se convierte en MANO DE OBRA, un coste en la producción que, en la visión de los liberales tiene que abaratarse, y en la visión de los socialistas, tiene que organizarse e imponerse. En cualquiera de los dos casos, es una concepción materialista del trabajo, que la vacía de significado religioso. A Butiñá que tenía una visión trascendente del trabajo, le tuvo que doler mucho toda esta situación: no solo por las injusticias patentes que contempla, pero también porque, como apóstol que es, le duele que todo este mundo nazca aparentemente dejado de la mano de Dios. Le duele que a los trabajadores les quieran quitar todo, incluso la fe:

“Os han quitado a Cristo, han secularizado el trabajo humano, y el trabajo sin Cristo es carga abominable que los hombres no pueden sufrir” (Cristo y los obreros, pág. 49). “Encadenados al trabajo hasta en los días de fiesta, no encuentran otro reposo que algunas horas del lunes, ni tienen ningún momento para escuchar la Palabra de Dios, único medio para recordar las consoladoras verdades de Jesucristo” (Les mitgdiades del mes de maig).

¿Y cuál es la consoladora verdad que nos enseña Jesucristo? ¿Cuál es la LUZ del menestral? La mayor y más consoladora verdad es que Cristo pasó la mayor parte de su vida trabajando. Por tanto, el trabajo no es algo ajeno a Dios: ¿Dónde fijará sus ojos el Dios de santidad y de pureza para elegir su morada? En una pobre casa de Nazareth… (La luz del menestral).

Por parte de Dios, la elección de Nazaret no es pasajera. La elección de Nazaret es una respuesta para el mundo del trabajo. Ni Dios puede dejar el mundo del trabajo. Ni el mundo de trabajo debería dejar a Dios.

EL TALLER: LA ALEGRÍA DE “ENCONTRARLAS”

Cuando Butiñá inició la comunidad de las Siervas de San José, éramos como la página en blanco de la Luz del Menestral que nuestro santo fundador no escribió, sino que puso “en acción”. Vamos a entrar a ver EL TALLER, fuente para Butiñá de alegrías y de muchas penas. 

Seguramente, la fundación de las Siervas de San José no es algo expresamente buscado sino algo que más bien se dio providencialmente. Se dio porque pudo darse, es decir, porque Butiñá, siempre guiado por el deseo de evangelizar el mundo del trabajo, atento a los signos de Dios, supo leer que se le estaba ofreciendo la ocasión de iniciar algo nuevo.

¿Y cómo se presentó esta “ocasión”? Primero en Salamanca y luego en Gerona, Butiñá conoce a algunas mujeres que “le confiesan” su deseo de ser religiosas y sus dificultades para conseguirlo. ¿Razón? Son trabajadoras, son obreras, no cuentan con dote para ingresar en un convento tradicional.

Butiñá había comenzado la fundación en Salamanca en 1874, pero los jesuitas fueron expulsados del país a los pocos meses. Desde Francia, escribe a las Siervas de San José una carta entrañable: “El mayor sentimiento que tuve en salir de ésa fue por dejaros a vosotras sin que esa casa estuviera todavía formada a medida de mis deseos y según creo que deben ser las buenas Siervas de San José” (Poyanne, 4 de junio de 1874). Cuando los jesuitas pueden regresar a España, seguramente acogió con gusto el ser destinado a Cataluña, porque aquí, en un ambiente más industrializado, tendría más posibilidades de desarrollarse el Taller. Desde el principio, pide a Bonifacia, la superiora de Salamanca, que envíe hermanas. Esta no puede enviarlas y da como razón que todavía son muy pocas. Entretanto, parece ser que Butiñá conoce a las que serán las primeras hermanas catalanas, y con ellas inicia una nueva comunidad de Siervas.

Nos han llegado algunos nombres de las primeras hermanas catalanas: María Gri, María Comas, Dolors Ros, Dolors Roca… Seguramente, cuando Butiñá las conoció, quedó impresionado y conmovido. Él había querido alentar vida cristiana, fervor cristiano, en la clase trabajadora. Lo había hecho como había podido, como le había permitido su servicio de sacerdote y escritor: predicando, dando ejercicios, escribiendo, confesando… Pero, de pronto descubre que, en este mundo obrero tan amenazado, ¡podía encontrar semillas de vida religiosa!  ¿Podrían estas mujeres ser religiosas sin dejar de ser obreras? ¿Podrían ser religiosas obreras? ¿Podrían, de este modo, convertirse en referente y amparo para otras jóvenes obreras, para cuidarlas y salvarlas del peligro de perderse? ¿Podrían expresar con su vida fraterna algo nuevo, un fermento nuevo, en el mundo del trabajo, tan amenazado?

El P. Butiñá es un hombre de horizontes amplios, de grandes sueños… y seguramente conocer a estas mujeres, soñar con la posibilidad de una congregación de religiosas fabricantes, le llenó de alegría. ¡Cuánto bien no haría en cada población manufacturera una de estas casas! (A propósito, 1877)

Con ellas y para ellas funda el Taller. Al principio, las casas no se llaman conventos, sino Talleres, y lo original es que este espacio es compartido por hermanas y laicas, que comparten un único fin, la santidad; y el mismo medio para alcanzarlo: piedad y trabajo religiosamente hermanados: “El fin de esta congregación es procurar la salvación y perfección así de las socias como de las demás mujeres por medio de la piedad y del trabajo religiosamente hermanados” (Reglamento de los Talleres de las Siervas de San José).

Situémonos de nuevo en el contexto: imaginemos el panorama de la revolución industrial, grandes fábricas, grandes instalaciones, un medio dominado por hombres… Imaginemos ahí en medio, un taller regentado por mujeres que carecen de experiencia y que tienen que ir a aprender a Mataró. ¿Qué podía hacer este pequeño taller en medio de aquella masa? Todo lo que podía era ser signo, ser luz, ser como una parábola.  “El Reino de los cielos se parece a una luz, un poco de levadura…” Estas parábolas hablan de algo pequeño, que puede pasar desapercibido, tan frágil que se puede “apagar” o debilitar su efecto. Pero si se coloca bien si la luz, o la levadura… no olvidan su vocación de signo, pueden llegar  a cambiar el panorama.

GERONA: ALEGRÍAS Y PENAS DE LA CUESTA…

Imaginemos la vida cotidiana de Butiñá en Gerona. Y para ello, nos serviremos del relato de una de nuestras primeras hermanas, Sandalia Laflorida, una de las moradoras del Taller, situado en  de la Pujada de Sant Domenech. Butiñá, que junto a otros jesuitas vivía en el primer piso del mismo edificio, al volver de sus ministerios, subía con las hermanas, se sentaba delante de una máquina, les enseñaba a manejarlas, les ayudaba a buscar proveedores y clientes… y les relataba los hechos de la Sagrada Familia. Emprendedor como era, enseguida se le ocurrió la forma de “comercializar” los productos de las josefinas en la tienda de Dolores, dando lugar a una auténtica red de apoyo mutuo entre mujeres. Nacido en una familia de corders… lo suyo era crear redes.

Recuerda Sandalia el ambiente de aquella casa: “nosotras, contentas y alegres” y el semblante del fundador: “subía al trabajador muy contento y nos decía “Ahora tal fabricante os mandará algodón y podréis trabajar”. Todo satisfecho y contento se sentaba con el sonrís en sus labios y nosotras a su lado aprendíamos hasta que nuestro trabajador parecía una fábrica completamente.

Pero esta alegría de Butiñá, no era nada fácil. La misma Hna. Sandalia recuerda que en aquella época el padre les decía “Mirad que me costáis mucho”. Y explica algún motivo de ese sufrimiento: “el pobre sufría en gran manera burlas y desdenes de sus mismos hermanos de religión y tanto que en medio de sus grandes aflicciones que llenaban de pena su magnánimo corazón y  nos repetía: hijas mías, pedir mucho a Dios que yo muera en la Compañía, tanto era lo que le costaban los arduos principios de nuestra amada Congregación”.

Aunque algo pueda ver, seguramente Hna. Sandalia no puede captar la magnitud del problema que entonces está viviendo Butiñá, aunque no ande desencaminada: las dificultades con la con la Compañía. Butiñá, hombre comprometido y fiel en todo lo que emprendía, vive un conflicto interno. Acaba de fundar una congregación que necesita su acompañamiento, su atención, su cuidado… Y, por otro lado, la Compañía de Jesús, a la que quiere con toda el alma, no termina de comprenderlo. Es algo más que inocentes burlas de sus compañeros de comunidad. De esa época, tenemos cartas que Butiñá escribe a sus superiores, en las que da a entender la tristeza y el dolor inmenso que vive: “Se han empeñado en que abandone la obra comenzada, a lo que me moví primero por los numerosos ejemplos de nuestros mayores y de otras provincias y luego por compasión de tantas jóvenes pobres que no saben dónde recogerse para santificar sus almas. Como V.R. puede suponer, todas o casi todas han entrado por mi respeto…” (A Manuel Gil, Asistente General de la Compañía de Jesús, desde Gerona, 31 de enero de 1878).

¿Cuáles son las razones de este conflicto? El contexto es muy complejo y confluyen muchas razones. Vamos a apuntar dos. En primer lugar, a lo largo del siglo, la Compañía había vivido bastante persecución, hasta llegar al punto de ser expulsada y prohibida su actividad. Hacia el año 1877, se puede hablar de una vuelta a la normalidad, de una tolerancia y restauración de sus actividades. Esto hizo que los responsables de la Compañía sugirieran prudencia, es decir, no lanzarse a actividades apostólicas demasiado arriesgadas, con el fin de evitar nuevas prohibiciones y persecuciones. Por otro lado, en la Compañía era frecuente la opinión de los que los apostolados con mujeres, especialmente la atención a congregaciones femeninas, distraía a los jesuitas de otros ministerios más propios de la Compañía. Esto cristalizó en unas normas que, no obstante, tenían algunas excepciones. Butiñá conoce estas normas y, como todo lo que viene de la Compañía, manifiesta una adhesión a las mismas, pero da razones por las que cree justificado, en el caso de las josefinas, que se haga una excepción.

Las Siervas de San José son pobres. Son religiosas obreras, monjas fabricantes, una forma de vida religiosa muy nueva, que necesita consolidarse en cuanto “industria cristiana”. Necesitan sostenerse con el fruto de su trabajo, desarrollar la industria para poder ofrecer trabajo a otras mujeres y jóvenes; pero también necesita consolidarse en una piedad sólida, en la inspiración de la Sagrada Familia, en el seguimiento de Cristo en esa faceta que se desarrolla en Nazaret.

Los superiores le proponen un destino a otro lugar. Butiñá tiene sus razones para querer estar cerca de las josefinas y consolidar el Taller. Finalmente, Butiñá irá a Manresa. Llega en un día lluvioso. A esta pena, se suman otras. Recordemos que el P. Butiñá había iniciado una comunidad en Salamanca y que, poco después, los jesuitas tienen que marcharse y les escribe desde Francia. ¿Qué pasó con ese Taller? En aquella época era frecuente que toda comunidad religiosa de mujeres tuviere un director eclesiástico. Los directores de la comunidad de Salamanca poco o nada entendieron del carisma de Butiñá e influyeron en la comunidad para apartarse de los fines propuestos por el fundador. Solamente Bonifacia, su madre y alguna otra religiosa permanecían fieles a dichos fines. Butiñá hubiera deseado la unidad de todas las josefinas, las de Salamanca y las de Gerona, pero como decimos, la intervención de personas ajenas a la fundación provocó la destitución de Bonifacia e hizo imposible dicha unión.

Por otro lado, el Taller tiene dificultades económicas para salir adelante y, además, algunos industriales se aprovechan de la buena fe de las hermanas. Estas y otras penas… que quedaron para siempre en su corazón…

En definitiva, la alegría del TALLER, tuvo que madurar en medio del dolor. ¿Cómo fue posible?

JESÚS: CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA

Y ahora sí, dejemos que hable el mismo P. Butiñá:

“Voy a presentarte hoy la celestial figura de Cristo obrero, para que la tengas siempre presente en tu corazón, en la seguridad de que ha de servirte de consuelo”, (Cristo y los obreros, pág. 32).

“De José aprendió Jesús el oficio de carpintero, y en su taller trabajó asiduamente para ayudar al padre a levantar las cargas de la familia… Cuando te parezca duro el trabajo, penetra con la imaginación en aquel pobre portalico de Nazareth y contempla a Jesús y a José entregados a la ruda faena de aserrar un tronco o descortezar un madero para hacer un rústico mueble que cambiar luego por un pedazo de pan, mientras la bienaventurada María cumple sus deberos domésticos limpiando la casa o preparando la frugal comida o hilando la ropa con que se han de vestir aquellos hombres a quienes ella ama con amor purísimo y santo” (Cristo y los obreros, pág.35).

“Su vida (la de Jesús) era austera y sencillísima: trabajaba durante todo el día; oraba y descansaba por la noche, aunque puede decirse que en él la oración era continua… El, que a los doce años había causado admiración a los doctores más famosos de la Ley, gustaba de conversar con los niños, con las mujeres, con los pobres, con los despreciados y pequeñuelos. Era inagotable su caridad a pesar de su gran pobreza: de sus manos recibieron mucho bien los infelices, y de su boca oyeron los desgraciados consuelos de valor inmenso” (Cristo y los obreros, pág. 37). 

“De ser compañero de trabajo de Cristo, solo el obrero puede gloriarse, y esta gloria no la tienen ni los sabios en su ciencia, ni los guerreros con su poder, ni los comerciantes con su riqueza: Cristo fue obrero, y tú y todos los que como tú trabajáis con vuestras manos, tenéis un nuevo vínculo que os une a Jesús y os obliga a honrarle más cada día” (Cristo y los obreros, pág. 37).  

“Los obreros, y mayormente los carpinteros, fuimos muy honrados por el Señor, porque, como quien dice, el Señor era de nuestro gremio” (Cristo y los obreros, pág. 40).

“Para que le ayudasen en la predicación, y para que después de la muerte del Señor enseñasen su doctrina a todas las gentes, escogió varios discípulos; y aunque había en el país sabios y sacerdotes que conocían profundamente la Escritura, prefirió Cristo a unos humildísimos obreros que ganaban su vida ejerciendo la profesión de pescadores” (Cristo y los obreros, pág. 40).

“La predicación de Jesucristo fue un elogio continuo de la pobreza, del trabajo, de la sencillez, y una constante censura de la riqueza estéril, de la holganza y de la soberbia. Sus palabras forman la más admirable doctrina que ha oído el mundo, doctrina en donde resplandece la justicia al lado de la caridad” (Cristo y los obreros, pág. 45).

Son frases que Butiñá dirige a los trabajadores. Pero, además, son frases de las que antes HA HECHO EXPERIENCIA. Ni Butiñá podrá dejar al Cristo Obrero, ni Cristo Obrero podrá dejar nunca a Butiñá.

Este hombre, este gran creyente pudo mantenerse en la brecha, en la misión, en su doble vocación como jesuita y fundador, porque había hecho, porque estaba haciendo… una GRAN EXPERIENCIA DE JESÚS EN SU MISTERIO DE NAZARET. Porque Nazaret, vida oculta, significa vida entregada… sin que, a veces, se sepa, ni se entienda… Y Butiñá vivió su propia vida oculta, no siempre comprendida, pero sí muy entregada.

Nunca se quedó replegado en su dolor. Desde Manresa y desde Tarragona continuará adelante, acompañando a las josefinas a través de sus cartas y ejercicios espirituales, enviando vocaciones, haciéndose presente en momentos especiales… Seguirá también recorriendo pueblos y ciudades para seguir llevando el Evangelio de Nazaret a todos, con la mirada puesta en Jesús:

“Tengo tan gran deseo de entregarme enteramente al servicio del buen Jesús, que estoy resuelto a no negarle ningún sacrificio que me pida, por costoso que sea. ¡Ojalá te pudiese hacer partícipe de mis sentimientos!” (Calella, 24 de febrero de 1876)

LA VENGANZA DEL MÁRTIR O LA ALEGRÍA DE LA ENTREGA

Siendo joven, Butiñá escribe una obra sobre el martirio de Sant Martirià, patrón de Bañolas (1871). En el prólogo, desgrana sus recuerdos y expresa el afecto hacia su tierra: “Soy hijo de Bañolas y está todo dicho”.

“La venganza del mártir”. ¿Por qué este título? La palabra venganza aparece al final, relacionada con misericordia, perdón y paz. Butiñá narra los últimos momentos y sentimientos de San Martirián, obispo de Albiginia (Italia), ejecutado por Severo, prefecto romano. Tras la ejecución, Severo enferma de lepra, pero es curado por intercesión de S. Martirián. Severo se pregunta si habrá perdón para él y se le responde que “Dios es misericordia viva”.

Es decir, la venganza del mártir es la curación de su verdugo, es la misericordia, es el perdón, es la paz. La venganza del mártir nos invita a entrar en otra lógica. Cuando nos sentimos atacados o incomprendidos, es humano que algo dentro de nosotros pida “venganza”, buscando, quizás inconscientemente, en quien descargar nuestro resentimiento. El resultado es un encadenamiento de ofensas, malentendidos, disgustos…, que acaban por no tener sentido. Pero el mártir rompe esa espiral. Como lo hizo Jesús.

Todos hemos conocido personas con una gran libertad interior, capaces de tomar una decisión admirable: renunciar al propio amor, querer e interés, asumir las dificultades y continuar caminando en fe y amor.  Son personas abnegadas y humildes, que han hecho de Cristo su mayor tesoro. Y con Cristo aprenden a encajar la incomprensión, con Cristo aprenden a entregar la vida. En Cristo conocen y alcanzan la verdadera alegría.

Butiñá vivió algo así. Sufrió, pero también vivió la inmensa libertad de no detenerse, de no replegarse, y continuar amando y sirviendo. Esa es la alegría que recomendaba a Teresa, al iniciar su vida religiosa. Desde la experiencia de un camino recorrido, sabía que la alegría es mucho más que un sentimiento, es un don “que nos dispone a trabajar con acierto en nuestro provecho espiritual y bien de nuestros hermanos”. La alegría de Butiñá se convirtió en un regalo colectivo, una alegría contagiosa que alcanzó y sigue alcanzando a muchos. Butiñá pone en boca de S. Martirián una oración que expresa esta alegría profunda vivida en Jesús:

Ja brilla la llum clara de ma eterna ventura!                                         

Fora por y tristura! Visca alegre mon cor!                                             

De mon pit se dissipa tot alè de flaquesa,                                             

Y ab gotx vostra finesa cantaré, Jesús meu.                                          

Jesús, jo vos consagro los instants de ma vida,                                     

Que l’ànima agrahida vos entrega sens greu!                                        

Ana Romero fsj