Resurrección

¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Secuencia Pascual

«Secreta resurrección»… La resurrección de Jesús es secreta, porque se realiza sin testigos, durante la noche; secreta como los grandes comienzos, como los manantiales, como la misma acción creadora. No es el fulgor del mediodía, sino el despuntar de la autora, la luz virginal del alba. 

La resurrección es secreta, además, porque no se impone desde fuera, como un acontecimiento que todo el mundo puede ver y constatar. Es un chorro de vida que fluye por dentro. Aunque la televisión hubiera estado allí, no habría podido filmar nada. 

«Secreta resurrección», porque es un misterio religioso que sólo entrega su secreto al revelar el de la cruz. 

Éloi Leclerc, «El Reino escondido»

PALABRA DE DIOS

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces Él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Lc 24, 13-25

Los discípulos en la mañana de la Resurrección

Contempla…

Precisamente nos resulta difícil contemplar la Resurrección, porque la Pasión está presente en nuestras historias, con nombres y situaciones concretas. En cambio, la Resurrección es una experiencia de fe. Entrar en esa experiencia es algo que tenemos que pedir, ya que no es fácil «encontrar» al Resucitado.

Algo que puede ayudarnos es tener en cuenta Nazaret. Parece que Nazaret ya se quedó lejos, como una etapa de la vida de Jesús ya superada. Pero Dios sigue manifestándose en la Resurrección con la misma lógica de Nazaret.

De hecho, las apariciones resultan desconcertantes.

En primer lugar, porque el Resucitado se hace esperar. Jesús no resucita enseguida, librando con ello a sus amigos y a su madre de la angustia de la ausencia. El sábado santo es un largo día de silencio, y en el silencio nos asaltan los fantasmas y los miedos.  Pero aún así, hace falta silencio para madurar las cosas, silencio para serenar el corazón, para asumir la historia, para que el misterio de la cruz llegue a lo más profundo de nosotros mismos…

¿Qué es lo que nos saca de los miedos, de nuestro corazón cerrado, de la oscuridad? Solo el amor.

Por eso, unas mujeres llenas de amor, el primer día de la semana, al amanecer, se ponen en camino, hacia el sepulcro, para hacer algo que no pueden hacer. Les llena el deseo de honrar el cuerpo del Maestro. Aunque saben que no podrán mover la piedra de la entrada del sepulcro y salen al camino preguntándose «quién nos la moverá», nada las paraliza.

La experiencia de la resurrección ocurre a nuestro lado. Viene de donde no esperamos. Sorprende cuando no tenemos fuerzas. Es una invitación a confiar sin datos ni pruebas. En el fondo, estas mujeres tienen lo más importante: van por amor. Poniéndose en camino por amor, entran en la lógica de Dios… y se les regala la experiencia de encuentro con el Resucitado.

En Nazaret nos encontramos con un Dios sencillo. También en la Resurrección. El Resucitado aparece con gestos humildes, cotidianos… Viene por donde no esperamos.

Es lo que ocurrió a los discípulos de Emaús. Jesús, con su lógica humilde, se pone a caminar con ellos y «aparece» como el despistado que no se entera de nada. Y después de un proceso largo de conversación, de relación humana, de acogida, a los discípulos «se les abrirán los ojos y le reconocerán» en gestos sencillos y humildes: como el pan partido y repartido. Gestos que también están a nuestro alcance…

Dispongámonos a acoger la Presencia de Cristo Resucitado a nuestro lado, cerca de nosotros. Pidamos gracia para saber reconocerle. Agradezcamos su alegría y la VIDA en abundancia que nos regala y que da un color nuevo a nuestra vida cotidiana.

Dialoga con el Señor y escucha su llamada…

Yo soy el camino, la verdad y la vida… y aquí me tienes. Un camino que recorrer, una verdad por anunciar, una vida para darse.

Yo soy el camino. Y si me andas, te garantizo cansancio, horas de flaqueza, encrucijadas difíciles, pero también compañeros, reposos, risas y un horizonte infinito.

Yo soy la verdad. Si me proclamas, te señalarán, entre la incredulidad y la mofa, entre la incomprensión y el rechazo, pero también sentirás que cantas, resucitas y anuncias un milagro.

Yo soy la vida. Si me vives, tendrás lucha, miedo y cruz, pero también bienaventuranza, perdón y resurrección.

 

José María R. Olaizola sj