Francisco, hermano, ya eres mexicano

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Un lugar tan emblemático y entrañable para los mexicanos, como lo es el Tepeyac, donde se encuentra la Basílica de la Virgen de Guadalupe, Patrona de las Américas, y uno de los símbolos más profundos de la mexicaneidad, lugar también representativo de historia prehispánica y aun contemporánea, ha sido la sede elegida por el Papa Francisco para celebrar su primera Eucaristía, en esta visita que recientemente ha hecho a nuestro país.

Estaba programado que el Pontífice arribara hacia las 5:00 p.m. y se había anunciado que a las 6:00 a.m.se abrirían las puertas de acceso para el público.

A muchísima gente no le importó esperar once horas para poder ver al Papa. Estaban ahí en un ambiente de enorme júbilo. Solo se escuchaban porras que expresaban el contento por la llegada cada vez más cercana de Francisco «¡Se ve, se siente, el Papa está presente!», «¡Francisco Hermano, ya eres mexicano!», «¡Aquí está la juventud del Papa!», «¡Viva el Papa!». «¡Viva Cristo Rey!»…

Entre tantas gentes, nosotras (Hna. Carmen Reyes y yo misma) logramos entrar al atrio hacia medio día. La alegría era completamente contagiosa y los ánimos iban en aumento al ver por las pantallas que ya se acercaba el «papa móvil». Una vez que el vehículo ingresó al atrio dio vueltas por los diferentes pasillos para acercarse lo más posible a todos los que le esperábamos, se notaba la alegría del Papa por llegar y encontrarse con este recibimiento.

«Bendito el que viene en nombre del Señor…» comenzó el canto de entrada. Era un momento muy significativo, la devoción se notaba en todos los presentes y el orden impactaba teniendo en cuenta que estábamos congregadas más de cuarenta mil personas dentro de la Basílica y en el atrio de la misma.

Muy emotivas las palabras del Papa en la homilía, donde recordó cómo Dios se acercó en el amanecer de diciembre de 1531 en la persona de María para despertar la esperanza de su hijo Juan Diego y con él la esperanza de un pueblo, la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los descartados y de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar.

Señaló cómo la Virgen insistió para que Juan Diego aceptara ser su embajador y despertó en él la vocación de ser portador de una verdadera bandera de amor y de justicia en la construcción de un santuario de vida, de amor y de justicia donde nadie puede quedar afuera.

Nos exhortó a contemplar a la Madre en silencio y volver a escuchar que a cada uno nos dice una vez más «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?» Al igual que a Juan Diego, nos pide que seamos sus embajadores y nos envía a construir tantos y nuevos santuarios, acompañando vidas, consolando lágrimas, compartiendo la alegría de que no vamos solos sino que Ella camina con nosotros.

La visita del Papa ha calado fuerte en nuestro corazón, en el corazón de los mexicanos (y de los no mexicanos que se desplazaron para estar presentes en estos eventos de la visita papal). Ha removido y fortalecido la fe y la esperanza. Nos queda la tarea de hacer vida sus enseñanzas y, desde ellas, seguir buscando la construcción de una sociedad más justa, más humana, más misericordiosa.

Hna. Socorro Camacho Vega fsj