Orar con Santa María

UN DÍA EN LA VIDA DE MARÍA

Amanece y los primeros rayos de sol se cuelan por las cortinas de una casa modesta en la que una mujer joven, tierna y cariñosa despierta a un nuevo del día, con sus manos pequeñas forjadas en la labor. Abre las cortinas mientras la luz descubre el don del amor de Dios, representado en su esposo e hijo. Se dispone para el arduo trabajo del día, no sin antes elevar una plegaria a Dios, diciendo: “Shemá Israel (Escucha Israel), el Señor nuestro Dios es uno solo Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo. Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas estando en casa o yendo de viaje, acostado o levantado. Átalas a tu mano como signo, ponlas en tu frente como señal. Escríbelas en las jambas de tu casa y en tus puertas” (Dt 6, 4-9).

Luego con mucha diligencia se pone en la tarea de moler el grano de trigo, para hacer el pan que comparten como familia y, mientras, le enseña a su hijo el valor del trabajo, que no es una carga, sino un acto de servicio que nos acerca a Dios. Con mucho cariño y empeño, alista la comida que su esposo e hijo llevarán para la jornada de trabajo, los despide y en la puerta de la casa, mientras ve como se alejan por el camino, se los entrega a Dios Padre para que los guíe en su caminar y de su mano puedan regresar a casa.

El día apenas inicia y ella incansable toma el cántaro, va hasta el pozo de la aldea a recoger agua  para poder seguir con las tareas domésticas. Pasa el día trabajando con amor y entrega, haciendo de su labor una ofrenda a Dios y a su familia.

Cuando en el horizonte se esconde el sol, ella se apresura a preparar la casa y la cena para esperar que lleguen su esposo y su hijo. Al llegar ellos, no solo se siente feliz, sino tranquila de tenerlos a su lado mientras cenan y conversan de lo vivido en el día.

Al entrar la noche ella se sienta a tejer las prendas de ropa que necesitan y al final de la jornada, como familia, ofrecen a Dios Padre lo que han vivido durante el día.

Ella es María, una mujer fuerte que dijo “sí” a Dios y entregó cada momento y cada detalle de su vida a cuidar a nuestro Señor Jesús, amando, enseñando y sirviendo con todo su amor.

 

PALABRA DE DIOS

“He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38).

SUGERENCIAS PARA LA ORACIÓN

Puedes ambientar el lugar con cosas propias de maternidad: ropas de bebé, imágenes, fotografías, olores…

Con ayuda del texto anterior entra contemplativamente en un día normal en la vida de María.

Dialoga con ella. Deja que ella te hable de su experiencia como madre, como esposa, como vecina y amiga. Deja que te hable de su experiencia de Dios.

Madre, a ti te llamamos cuando la noche llega
a la habitación de nuestra vida.
Te llamamos vida y dulzura, esperanza nuestra.
Te llamamos en nuestra peregrinación cotidiana.
Te llamamos siempre madre, madre de todos los hombres,
acogedora de todos los dramas, ternura de los pasos cansados.

Tú, madre, eres tan sencilla, tan mujer, tan pobre, tan nuestra, tan “de aquí”.
Madre, enséñame a ser como tú: presencia y cercanía para los que lloran,
empuje y ánimo para los que lo pasan mal.
Tú que eres tan madre,
dame tus entrañas maternas
ante toda la miseria humana.

Tú que viviste en Nazaret,
anima mis días rutinarios y grises,
enséñame a querer
desde la monotonía
de todos los días.

Enséñame, madre,
la aventura de seguir a Jesús,
el valor de la entrega y la donación
en las mil y una circunstancias de la vida.

“Si pudiésemos conocer, como corresponde, los infinitos tesoros con que Dios nuestro Señor enriqueció al purísimo e inmaculado Corazón de María, ¡con qué respeto, con qué amor, con qué confianza acudiríamos en todas nuestras necesidades a implorar su valimiento y poderoso amparo! No corre más deprisa un niño chico a los brazos de su madre al verse perseguido de lo que correríamos todos al Corazón de María en busca de consuelo en las aflicciones, de consejo en las dudas, de fortaleza en la tentación, de solución para todas las necesidades. ¿Qué es lo que te puede retraer, querido menestral, de acudir al corazón de tan gran Señora?”

Francisco Butiñá, “Les Migdiades del Mes de Maig”