Orar contemplando el Evangelio

Jesús, el Señor Resucitado, vive para siempre. Vivimos en el tiempo del Resucitado. Por eso, cuando leemos el Evangelio, no estamos ante un acontecimiento que ocurrió hace dos mil años y acabó, sino ante una Presencia viva. El texto nos pone en relación no con algo, sino con Alguien, que sigue presente y actuante entre nosotros.

Contemplar una escena del Evangelio es “entrar” en ella, como quien se apasiona con una película, se identifica con los personajes, se emociona ante las escenas… Sin pretenderlo, sus sentimientos y afectos quedan “tocados”, transformados por lo que contempla.

Contemplar es, en palabras de Ignacio de Loyola, “ver lo que hacen, escuchar lo que dicen”, es decir, notar el ambiente, considerar los personajes, ponerse en su piel; imaginarse presente en esa escena, en algún rincón junto a Jesús, y allí “dentro” verse incluido en la situación, en el diálogo con el Señor. Es también preguntarse por lo que Jesús me diría en mi situación actual. En definitiva, dejar que la escena evangélica ilumine, por tanto, mi vida.

SUGERENCIAS PARA LA ORACIÓN

Dispongo el cuerpo, la mente, el espíritu para escuchar, leer una escena del Evangelio.

Puedo preparar el lugar con alguna vela, música de ambientación, silencio… San Ignacio de Loyola recomienda cuidar especialmente este momento de preparación, haciéndome consciente de a dónde voy y a qué.

Comienzo mi oración con una petición: Que todo mi ser esté aquí presente, ante Ti. Que todos mis sentimientos, mis movimientos interiores, mis deseos, mis afectos… se dejen habitar por tu Espíritu y, de esta forma, pueda yo disponerme a acoger tu llamada.

Leo el texto seleccionado.

Para entrar en la contemplación de la escena, puedo ayudarnos de algún comentario bíblico.

Dedico la última parte de la oración a dialogar con Jesús, entrando en un coloquio de amistad. También puedo dirigirme a María o al Padre.

COMENTARIO BÍBLICO: EMAÚS (LC 24, 13-35)

Intentemos ponernos en la piel de estos dos discípulos. Intentemos pensar cuáles eran sus sentimientos, emociones, qué grande sería su tristeza al pensar que aquel al que seguían ya no estaba más con ellos. Tantas promesas, tantos proyectos, tantas ilusiones, tanto corazón puesto en ello… y todo parecía acabar en nada. ¡Y ese extraño que se aparece y se atreve a decir que no sabe nada de lo que pasó con el Maestro de Nazaret, con su Maestro!

¡Qué grande sería la desilusión! Algunas mujeres les habían desconcertado, ya que fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que habían visto unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo. ¡Imposible! Ellos no pueden creerlo. No ahora, cuando lo vieron morir…

Pero, se preguntan “¿quién es este que nos habla con unas palabras que parecen tan conocidas? ¿Quién es este que parece esclarecerlo todo?”

“¿Vas a seguir adelante? Es de noche… ¡Quédate con nosotros!”

Y ahí estaba Él, ¿cómo no nos dimos cuenta? «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Ahora ya nada importa, ni la oscuridad más profunda, ni el camino sin trazar, ni los peligros de la noche, ni el cansancio de cuerpo. Porque tienen la certeza de que JESÚS ESTÁ VIVO. Y… ¿cómo guardarse esta noticia? ¿Cómo no pregonar la alegría de saber que el Maestro vive?

Hay ocasiones en las que no podemos esperar, no podemos callar aquello que hemos visto y oído. Pongámonos en camino que la alegría del ENCUENTRO CON JESÚS RESUCITADO necesita ser compartida.