Cuando la vida pierde su alegría

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De San Ignacio de Loyola

“Pedir crecido e intenso dolor y lágrimas por mis pecados”

Ejercicios Espirituales

De Francisco Butiñá, SJ

“¡Ay de mí! Qué mudable soy y qué miserable. Prometo por la mañana y al instante rompo mis buenos propósitos”.

"Si esperas a sanar tus heridas y estar bien contigo mismo para después amar y servir, no alcanzarás la mayor plenitud humana, la que resulta de darte a los demás desde un amor profundo y un servicio alegre" (Lalovixi).

En este día, intentaremos poner ante nuestros ojos la realidad del pecado. De nuestra parte, tenemos mucha dificultad para bajar a esa profundidad. Necesitamos la luz del Señor.

El pecado solo se conoce en diálogo con Dios, aunque se trata precisamente de lo contrario, de la falta de diálogo con Él, de la ruptura de la relación con Él. Nunca se conoce confrontándome solo ante mi yo ideal.

El pecado es la decisión de procurarse, por sí mismo, la propia salvación. A veces, sin darnos cuenta, nuestros ideales no nos sitúan ante Dios y ante los demás, en una relación de amor y de servicio, sino ante nosotros mismos. Entonces uno se encuentra renunciando a toda sana dependencia y obstinándose en su soledad. En palabras de Ignacio:

“No quererse ayudar de su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y Señor” (Ejercicios núm. 50).

Quien se cierra en sí mismo, quien se pliega sin discernimiento a la voz del mal espíritu, quizás, en principio, tiene una sensación de autoafirmación, de seguridad, de valía… Pero, a la larga, lo que se produce es un gran desgaste y una pérdida de alegría.

Eclo 30, 21-25

No te dejes vencer por la tristeza
ni abatir por tu propia culpa:
alegría de corazón es la vida del hombre,
el gozo alarga sus años;
consuélate, recobra el ánimo, aleja de ti la pena,
porque a muchos ha matado la tristeza,
y no se gana nada con la pena.
Celos y cólera acortan los años,
las preocupaciones aviejan antes de tiempo.
Corazón alegre es gran festín
que hace provecho al que lo come.

De la situación de falta de alegría, ¿cómo se sale? Confiando en Dios, Padre misericordioso: 

Ya recuerdo que me escribías muy conformada con la voluntad de Dios, y así lo tenemos que recibir todo, pues como dicen: “No se mueve una hoja si Dios no lo quiere”, y este gran Padre de misericordias todo lo dispone para nuestro bien y enseñanza.

 León 14 Julio de 1868, carta de F. Butiñá a Dolors Oller

Hay dos enfermedades o desajustes que pueden darse con relación al pecado. Por un lado, la del fariseo, que se cree justo y desprecia a los demás; no ha captado el fondo de su corazón y la consecuencia es una gran superficialidad en la vida. Por otro lado, la culpabilidad, o psicosis del pecado, que se vive con angustia, que no confía en Dios, quedando atrapado el hombre en el temor y en el escrúpulo. La consecuencia es el desaliento, puede llevar al disgusto por las cosas de Dios, al abandono de una vida generosa en el seguimiento de Cristo. En ambos casos, el problema es que el hombre se coloca ante sí mismo, se enfrenta con su propia ley, con su propia justicia. Se engaña o se autocondena.

La única salida la ofrece Cristo. Hemos de pedirle que nos acompañe en esa bajada a nuestra realidad para ganar en libertad. Con Él podemos mirar objetivamente y sin temor nuestro pecado. Con Él, podemos admirarnos por la misericordia de Dios. Nadie nos condena. Dios tampoco. Al revés, seguimos siendo sustentados y salvados.

Los escrúpulos jugaron a Iñigo de Loyola una mala partida. El recuerdo de su pasado le atormentaba y amenazaba con dar al traste su proceso de conversión. Había dejado su casa familiar, había renunciado a su vida como caballero o cortesano, se había echado al camino como peregrino pobre y humilde para seguir al Señor. Había confesado todos sus pecados en Montserrat, donde también había dejado sus armas a los pies de Nuestra Señora. Antes de llegar a Barcelona, para embarcarse a Jerusalén, le aconsejan pasar un tiempo en Manresa. Y allí, en Manresa, vive sacudido por los remordimientos hasta el punto de querer acabar con todo. Sin duda, una tentación del mal espíritu, pero le costó mucho reconocerlo, hacerle frente y dejarse conducir por la misericordia de Dios. Esta secuencia de su vida puede iluminarnos cuando nos sentimos terriblemente acusados por nuestra propia conciencia. Dios no está ahí. Hay que salir de ese encerramiento para encontrar el perdón y la paz.

Consigna del día

En un tiempo tranquilo, escribe una carta a tu «yo» preocupado. Pueden ser preocupaciones originadas por el pecado. Puede ser una falta de ánimo, de alegría… Dibuja una lágrima y escribe dentro una palabra clave que recoja aquello que te preocupa. Hazle una fotografía para compartirla en el grupo. 

De la vida de San Ignacio de Loyola

El martes siguiente en su oración nocturna se ve azotado una vez más por los escrúpulos. De nuevo le asaltan las imágenes de su vida pasada y se inicia su letanía de recriminaciones a sí mismo. Con desesperación percibe cómo la familiar sombra de la culpa va dominándole. Pero esta vez ha llegado al límite. Después de meses de lucha no le quedan fuerzas ni siquiera para martirizarse. No sabe qué más puede hacer. Ha tocado fondo.


3 respuestas añadidas

  1. Yo en mi propio nombre te lo doy gracias por no ejarme de ti,eres el amigo que jamás me abandona mi roca mi raíz,el que me escuchas,el mejor amigo sabes que nunca te abandonaré en mis penas y alegrías siempre junto a ti en oracio diaria,Amen

  2. Gracias a las hijas de San José por enseñarnos la espiritualidad ignaciana y profundizar con el Padre Butiña…cuanto amor Dios tiene para nosotros…a todas las Hijas de San José las llevo en mi corazón cuán especiales son para el mundo evangelizador del trabajo…

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